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Los niños del exilio

Cada nuevo paso que da la oposición uruguaya en la encarnizada empresa de recuperar sus libertades es, asimismo, un nuevo factor de aislamiento de la dictadura. Pero, además, es bueno comprobar que el ritmo de esos pasos se va acelerando. Entre el célebre plebiscito de 1980 y las; elecciones internas de los partidos autorizados transcurrieron dos años. Entre esta última consulta y el acto del 1 de mayo de 1983 mediaron poco más de cinco meses. Luego vinieron las caceroleadas, los apagones voluntarios, etcétera, pero a partir de la impresionante concentración del último 27 de noviembre los hechos se han venido sucediendo casi sin solución de continuidad. Primero fue la comparecencia en televisión del presidente, Gregorio Álvarez: la gente no precisó convocatoria para lanzarse a la calle y rechazar estruendosamente aquella inhábil y anacrónica retahíla de agravios. Días después eran sancionados varios diarios y semanarios, y también La Radio CX30. Su director, José Germán Araújo, inició una huelga de hambre, y miles de personas se concentraron diariamente frente al apartamento en que se había instalado. La policía actuó con indiscriminada dureza y detuvo a un centenar de jóvenes.Es precisamente en el instante más tenso de esa confrontación cuando llegan a Montevideo, en un vuelo de Iberia, los 154 niños del exilio, acompañados por senadores y diputados españoles. La idea, que tuvo su origen en la recién creada Comisión Internacional Pro Retorno del Exilio Uruguayo, contó desde el comienzo con el apoyo del PSOE,la Asociación Española de Derechos Humanos, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Cruz Roja y_el Comité Español de Apoyo a los Refugiados. La recepción popular fue decidida mente clamorosa, con cientos de miles de personas volcadas en la Rambla (equivalente montevideano de un paseo marítimo), y ha asombrado a los acompañantes españoles y a los corresponsales extranjeros, tanto por su magnitud como por su calidez. Cuatro horas demoró la caravana en recorrer los 25 kilómetros que median entre el aeropuerto de Carrasco y el local de la Asociación de Bancarios, donde los niños fueron entregados a sus familiares. La mayoría de estas criaturas son hijos de presos políticos, y días después pudieron visitar a sus padres en varias de las prisiones del país.

La insólita excursión se ha convertido en un test excepcional. En primer término, claro está, para los propios niños. En la noche del 24, cuando todavía estaba en Madrid (muchos de ellos ellos residen en España. pero otros habían llegado horas antes desde Holanda, Suecia, Bélgica, Francia, Austria, Italia y República Democrática Alemana), asistí, junto con numerosos compatriotas, a la fiesta que se les dedicó en un local cedido por la Comunidad Autónoma de Madrid. Era conmovedor ver a esos niños: a pesar de vestir ropas europeas y hablar (además del español de sus padres) las más diversas lenguas, eran, sin embargo, inocultablemente uruguayos. Los niños son siempre el rostro sin retoques de un país. No diré un rostro inocente (se ha vuelto un anacronismo), pero sí genuino. Pues bien, esos niños son el rostro del Uruguay del éxodo, que, por supuesto, incluye el contacto con otras culturas, otros idiomas, otros paisajes, otros pueblos.

Durante un buen rato me dediqué a observarlos. Mientras los padres y amigos y compañeros se abrazaban, brindaban por el regreso, ahora verosímil, cantaban el eterno y pastoso tango de la nostalgia, ellos, los hijos que al día siguiente partían, asistían a ese despliegue de sentimientos con una extraña serenidad, con bastante asombro y con un comienzo de expectativa. Aunque no lo confesaran, ni acaso fueran plenamente conscientes de ello, de alguna manera percibían que ahí empezaba su fascinante aventura: la de reencontrar el país del que hasta ese momento sólo tenían nebulosos recuerdos o manoseadas fotografías o evocaciones familiares. Varios de ellos dijeron, sin que nadie se lo preguntara, que esa había sido la mejor de todas sus Nochebuenas.

Los brazos abiertos

Digo que el viaje es, sobre todo para ellos, un test excepcional, porque ninguna nostalgia morosamente transmitida, ni ninguna advertencia o conjetura pueden tener el vigor y la nitidez. de esas multitudes que los recibieron, aplaudieron, abrazaron, vivaron. Ningún anticipo de emocion, ningún pronóstico de bienvenida puede expresar lo que sintetizó, al pasar por Malvín, una pancarta que decía sin retórica: "Los hijos de nuestros hermanos son hijos nuestros". Ese curso intensivo de realidad incluye a un periodista, como Araújo, que vence a sus represores con la amenaza -de morir de hambre; incluye los casi diarios conciertos para cacerola y orquesta y, sobre todo, la clara y constante expresión de un pueblo que ha perdido el miedo.

No obstante, la lección más significativa es la actitud popular. No hay que olvidar que el Uruguay vive una situación económica cercana a la quiebra; que la aplicación de las abusivas normas de la escuela monetarista ha generado miseria y desocupación; que todos los sectores sociales han sentido la crisis en carne propia. O sea, que el ciudadano común es perfectamente consciente de los problemas (económicos, laborales, habitacionales, etcétera) que puede significar el regreso masivo de los exiliados. Y, sin embargo, sobre todas esas consideraciones, pone su legítima aspiración a que el país pueda volver a unir sus dos mitades: la de adentro y la del exilio, sencillamente porque no quiere seguir soportando esa amputación. Si el Uruguay, con su economía agujereada, con su soberanía disminuida, con su producción estancada, con su inflación en espiral, debe salir del pozo, que sea entonces con el esfuerzo, el talento, el trabajo y la imaginación de todos, entre otras cosas, porque ese pozo ha sido el resultado tangible del entreguismo, la inepcia y la tozudez de la dictadura en todos sus niveles; de un Gobierno que en vez de reintegrar, atraer, reencontrar, facilitar, estimular, remontar, sólo ha demostrado capacidad para prohibir, clausurar, discriminar, proscribir, perseguir,

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expulsar. Su vocación cardinal ha sido, como siempre, la negación. De ahí sus golpes, indiscriminados y ciegos. Pero quién no sabe que cuando a uno le dan palos de ciego, la única respuesta eficaz es dar palos de vidente. Si las fuerzas populares avanzan, se debe, entre otras cosas, a que no cierran los ojos.

De todas maneras, y en relación con este breve regreso de la diáspora infantil, con este primer borrador de viaje a la semilla es interesante comprobar que, por primera vez en América del Sur, el retorno de los exiliados no se encara y/o planifica como una mera adición de situaciones individuales, sino como un problema colectivo, y con el complementario aporte de las organizaciones del interior del país y de las del exilio.

Para los niños viajeros ha sido el descubrimiento de una región que les había sido narrada con las inevitables deformaciones de la nostalgia, y han comprobado que no es El Dorado, pero tampoco la Atlántida. Para los uruguayos que viven en el país significó la ocasión inmejorable de comprobar que los individuos y generosos deseos de reencuentro se han convertido en un estado de ánimo plural. Para los exiliados adultos, que miran hacia el país, la recepción a los niños en cierto modo los libera de una legítima ansiedad: ahora saben que cuando llegue el momento volverán o no (cada uno resolverá como pueda su dilema), pero son conscientes de que ese Uruguay que siempre acogió con afecto y comprensión a los exiliados de otras tierras ahora está dispuesto a recibir a sus propios exiliados. Y una lectura final: ese país de brazos abiertos es un nuevo y tajante rechazo a los hábitos de odio de la dictadura, a su estilo de discriminación, a su política de rencor. ¿Cómo pueden pretender que el pueblo los indulte, a pesar de su demostrada trayectoria de inclemencia y arbitrariedad, si ni siquiera están dispuestos a un mínimo gesto de amnistía? El tan mentado camino del reencuentro nacional es precisamente el señalado por la cálida bienvenida de ese pueblo que quiere francamente la paz, y no el largamente transitado por la obsesión de escarmiento y desquite de quienes hoy detentan el gobierno.

Los niños que atravesaron el Atlántico para dar un beso de Año Nuevo a sus padres en prisión conmovieron a todos. A todos, menos a los vulnerables arrogantes que, si bien aún no han abdicado el poder, hace ya tiempo que renunciaron indeclinablemente a la bondad y otros rasgos claramente subversivos.

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