Farmacia
Todo amor concede una adición de vida. La sensación de que por él se salva el tiempo y se transmuta el espacio en nuestro provecho. Pero ningún amor tiene tal reciedumbre de verdad como el que se asocia a la farmacia. Ningún recinto amoroso es más solícito. Ninguna providencia se prepara con tan minuciosa relación de auxilios como lo hace la farmacia. Nuestro cuerpo está allí previamente desmenuzado en un sumario de sensibilidades infinitas. Censado a partir de un catálogo inspirado en las múltiples veleidades del dolor. Esta amante no quiere nada para sí tanto como postula afanosamente nuestra cura. Es indiferente incluso a que su don no sea entendido, nos parezca turbio o doloroso su remedio. A despecho de todo odio eventual, sus medicinas se abren paso para mostrar la intensidad de su afecto. Más que en la casa paterna, en la casa del amor sexual o en la casa de Dios, la farmacia es la morada de nuestra vida perdurable. Mientras ella persiste en su amor, correspondido o no, nuestra vida no tiene límites. Su cruz es solamente la nuestra y la sostiene incluso en nuestro sueño, más allá de nuestra posible gratitud.¿Pero qué decir, además, si amamos a la farmacéutica? Todas las profesiones tienen una connotación básica y peculiar. La farmacéutica tiende así a ser esperada como adusta, quizá en exceso contenida o mesurada. Mas, cuando no lo es, no existe nada laboral tan fascinante. Es la medicina confundida con el perfume, la sanidad identificada con la feminidad, el sexo, de por sí algo espeso, convertido, por el contrario, en eucalipto.
La farmacia, aun con velada discreción, no es nunca un comercio estático. Expende curaciones o alivios de temporada. Ahora es la época del balsámico, el mito de la faringe suave y el penetrante olor a mentol. La farmacéutica parece licuada tras la oferta de mucolíticos y apenas resulta propicia para ser tratada con la consistencia de la pasión. Pero existe la vía del vaho y la filtración inhaladora. Del pulmón vaporizado y tenue en lugar de la rotundidad carnal, de la desleidura a cambio de la deglución. Es el amor de invierno. Suave, nebulizante, anublado. Amor más lábil. Vecino de la enfermedad cotidiana y ambulante. Naturalmente farmacéutica.
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