Madrid, Cataluña, Euskadi y Valencia tienen más emigrantes, o hijos de ellos, que población autóctona
Hasta 1955, y más significadamente hasta 1960, la población española experimentó escasos cambios en cuanto a su movimiento poblacional o migratorio. La amplia época autárquica, fruto de la guerra civil, no permitía veleidades viajeras. El boom desarrollista europeo de los años sesenta, que arrastró a la carrera española, dio origen a una verdadera diáspora de españoles que emigraban, bien a Europa occidental, bien a los únicos cuatro núcleos que el Estado franquista y tecnocrático eligió como lugares de desarrollo industrial: Madrid, Cataluña, Euskadi y Comunidad Valenciana, más la zona turística balear.
En estos tiempos, constitucional mente establecido que España es un Estado de autonomías, no parece ocioso ni anecdótico echar mano de ciertas estadísticas, guarismos y porcentajes que vienen a demostrar que las migra ciones interiores habidas en nuestro territorio desde 1960 a 1975 (antes, por las causas ante dichas, y desde 1973-1974, por la crisis económica, estos movimientos de población están para lizados en su mayor parte) han tenido la virtualidad de que las consideradas nacionalidades históricas (excepto Galicia) son al presente un crisol, un rompeolas de las Españas, que antes (Una muno, por ejemplo) sólo eran aplicables a Madrid.La realidad nos dice que hoy Cataluña, Euskadi y la Comunidad Valenciana (y, en gran parte, las islas Baleares) son tan crisol o tan rompeolas como Madrid capital. Los tópicos se deshacen Siguiendo los estudios comarcales llevados a cabo por el Servicio de Estudios de Banesto, resulta del máximo interés comprobar y constatar cuál es la composición real de la población que habita en los distintos entes autonómicos. Si su actual población es nacida en ella, si son hijos de emigrantes o de matrimonios mixtos (entre catalanes y aragoneses, vascos y castellanos, etcétera).
Mestizaje
El tema no deja de entrañar un gran interés no sólo sociológico sino, a la vez, político: prueba máxima y definitiva del tema es que en las campañas electorales habidas y por haber, tanto en Euskadi como en Cataluña, la población emigrante, mixta o hijos de emigrantes, ocupa un capítulo importantísimo y sustancial de los políticos autóctonos de cada nacionalidad, y aun por los partidos de implantación estatal.Madrid es caso aparte por cuanto, de siempre, fue mixtura punto de encuentro, cóctel de todas las regiones, nacionalidades y provincias. Y Galicia, considerada constitucionalmente nacionalidad histórica, jamás ha tenido problemas de mestizaje, ya que nadie emigra a Galicia, sino que emigra de Galicia.
Desequilibrios
Dado como se programó en la etapa franquista el desarrollo económico de España (con un trípode en Euskadi- Cataluña- Madrid y, en menor medida, en la Comunidad Valenciana), se hizo imposible la existencia de comunidades compuestas en su mayor parte por individuos étnicamente iguales o mayoritariamente iguales. Y tal fue la riada migratoria, que, de hecho, los grupos principales originarios o autóctonos han sido incapaces de integrar a la masa de los inmigrantes de distinta procedencia, haciendo en la práctica más que problemática la homogeneización de intereses, cultura, lenguaje e incluso con un destino único deseado por todos (basta con leer a diario lo que ocurre en Cataluña, Euskadi, Baleares y Comunidad Valenciana, puesto que Madrid -que siempre fue de todos y de nadie- nunca, ni hoy, ha tenido ese grave problema).Es notable cómo se han mezclado poblaciones de distintos orígenes, sobre todo en las comunidades autónomas de Cataluña, Euskadi, Comunidad Valenciana y Baleares, en los que son muy elevados los porcentajes de residentes nacidos en otros territorios del país. Así, tenemos que Madrid tiene sólo un 53% de nacidos en Madrid, y hay que considerar que entre los incluidos en este porcentaje figuran los nacidos de parejas inmigrantes. Este porcentaje es del 63% en Cataluña, del 65% en Euskadi y del 76% en la Comunidad Valenciana.
Paradojas
Resulta, pues, que aquellas comunidades o territorios a los que la Constitución reconoció como nacionalidades históricas" (excepto el caso gallego) son aquellas donde la población autóctona pura es menor que la masa de los nacidos fuera o de la de los hijos de matrimonio de inmigrantes o de matrimonios mixtos (hijos de un autóctono y un emigrante).Si aplicamos criterios que mal interpretados rozarían tesis nazi-fascistas o casi racistas, vemos que los entes autónomos más puros, más nítidos, que conservan mejor su propia cultura, en el más amplio sentido de la palabra, son aquellos territorios tradicionalmente emigrantes: en primer lugar, Galicia, seguida de Andalucía, Extremadura, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Y que aquellos entes que reclaman -o ven en peligro- sus esencias autóctonas son las que tienen hoy una población, una ciudadanía (voto), que casi en su mayor parte corresponde a individuos nacidos fuera de su territorio, son hijos de esos emigrantes o mezcla e individuos e distinto origen territorial.
Ello es debido a que los movimientos migratorios internos en España no tienen carácter recíproco, es decir, que hay regiones cuyos naturales emigran en dirección a otras que los reciben, sin que exista reciprocidad, pues de estas últimas son escasos los emigrantes que se dirigen en dirección a las primeras. Por tanto, los entes de salida, como lo son Andalucía, Canarias, castellano-manchego, castellano-leonés, Extremadura y Galicia, presentan una población relativamente uniforme en su conjunto, aunque en sus grandes ciudades también hay habitantes de otras procedencias. Los naturales de estos entes aparecen en la composición de la población de los demás en cantidades dignas de tenerse en cuenta. Así ocurre con los andaluces, que están distribuidos por todo el territorio español con cifras que totalizan unos dos millones, siendo muy elevados en algunos entes: 1.000.000 en el ente catalán, más de 300.000 en Madrid y unos 200.000 en la Comunidad Valenciana; Castilla-La Mancha ha enviado a otros entes casi la mitad de sus naturales, de los que 500.000 están en Madrid y casi otros 500.000 están distribuidos entre Cataluña, las Baleares y la Comunidad Valenciana.
Algo parecido ocurre con el ente Castilla-León, que ha perdido más de 1.500.000 de sus naturales (aproximadamente, un tercio), residiendo de ellos más de 500.000 en Madrid, cerca de 400.000 en el País Vasco y unos 200,.000 en Cataluña.
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