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El cine en la pequeña pantalla

Los caramelos de un cineasta duro

Delmer Daves es un cineasta de los considerados duros, fuertes, en la nómina y los encasillamientos de Hollywood. Aborda en sus mejores filmes temas con frecuencia ambiciosos, difíciles, abruptos, de gran energía y de esos que a poco que al director se le escape la medida pueden conducirle al ridículo. Sin embargo, Daves desarrolla estos filmes y afronta sus riesgos a cara descubierta, sin timidez alguna, no arropándose, como es lo habitual en estos casos, con los paños calientes del endulzamiento añadido. Y no sólo no hace el ridículo, sino que convence.Recuérdense algunos de los filmes más abruptos de este singular director: El tren de las 3.10, Jubal, Cow-boy, Pasaje tenebroso y El árbol del ahorcado. Son westerns o filmes negros de estirpe clásica, en los que, como ocurre con los de Robert Aldrich, Anthony Mann y algunos otros cineastas norteamericanos de su generación, se oyen continuamente campanas de algunos otros filmes precedentes que hicieron la forja de los grandes géneros en Hollywood. Y, sin embargo, aun recordando a otros, son a su vez inimitables. Violencia y retórica son en este filón duro de Daves una segunda naturaleza, lo que le convierte en uno de esos pocos directores que pueden permitirse en lujo del exceso.

Pero la singularidad de este director no se detiene ahí, sino que tiene otra vertiente. Junto a sus filmes abruptos, Delmer Daves ha elaborado en su carrera una especie de filmografía paralela en la que incrusta auténticos caramelos. Es otra vez el mismo caso de Aldrich y Mann: después de obras muy fuertes y amargas tienen tendencia a hacer algún que otro caramelo. Y los caramelos de Daves lo son con todas las consecuencias. Es el caso de la serie de melodramas de Daves protagonizados por un actor casi fabricado por él, Troy Donahue.

Susan Slade es uno de los melodramas típicos de Daves, y no precisamente de los mejores, como pueda ser Parrish. La pareja protagonista es la misma en estos dos filmes, pues Daves también lanzó a Connie Stevens, que, igual que su compañero, se esfumé tras una efímera gloria. Y este autor de filmes fuertes se especializó en débiles dramitas sentimentales, perfectamente realizados, incluso con esbozos dignos de Douglas Sirk o King Vidor, dos clásicos también tocados por la misma duplicidad en su filmografía, pero marginales en su obra.

Susan Slade cuenta también con la presencia de Dorothy McGuire y Lloyd Nolan, dos excelentes actores que respaldan con su oficio la endeblez de los protagonistas. Éstos llegaron a componer una pareja de moda en los 50, pero se notó demasiado el trabajo de laboratorio que había en su lanzamiento,y no alcanzaron a componer los arquetipos que la publicidad pretendió colgarles. La bella factura de Susan Siade o la perfección formal de Parrish no bastaron. Falló la materia prima, la pequeñez insalvable de los dos actores unida a la pequeñez del mundo fílmico en que les introdujeron.

Susan Slade se emite hoy, a las 21.30 horas, por la segunda cadena.

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