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Petunias

Manuel Vicent

El capitalismo puro, el de los modales tejanos, ha tenido cierta grandeza patética: ha abierto canales interoceánicos, ha fusilado a obreros, ha hecho el ferrocarril, ha desflorado minas, ha trasplantado razas en barcos negreros, ha blandido el látigo al pie de las canteras y, en un momento de ternura, inventó la máquina de vapor para que los esclavos dejaran de remar en los galeones. Acerca de esto, la teoría era clara: la economía estaba montada sobre el limpio impudor de la ganancia y el dinero aparecía conectado directamente con la doctrina teológica de la predestinación. A los obreros supervivientes les quedaba la razón y parte de la dinamita. Con ella los anarquistas han hecho algunas obras de arte. El capitalismo puro aún tenía las virtudes y los defectos de los grandes tiranos de la historia, de esos que nos han dejado sólo monumentos de granito, chabolas de adobe y códices miniados donde permanecen escritas las reglas del terror.La libertad es la sangre de un pueblo, una circulación, una distribución, un ejercicio de los derechos concretos. No es cierto que el hombre prefiera ante todo ser libre. Existen pruebas de que el rey de la creación posee una tendencia natural hacia el envilecimiento, de modo que tampoco el despotismo constituye ninguna hazaña ni exige esfuerzos sobresalientes. La tiranía se ejerce muchas veces tomando pacífica posesión de la indignidad colectiva, excitando el placer de la sumisión. En el fondo, la esclavitud no es más que un hábito. Frente a esto, la libertad se presenta como un ejercicio de fortaleza, como una práctica dolorosa que convierte a un conglomerado en pueblo, a una masa de súbditos en una comunidad de ciudadanos.

Entre el capitalismo puro y la rebelión de los obreros, la marihuana ha establecido un terreno de nadie, un punto neutral para parlamentar. Los nietos de aquellos anarquistas hoy se fuman un canuto para olvidar la bomba del Corpus. Los descendientes de los negreros ahora toman terroncillos de LSD para contemplar las vísceras de Alá. Tumbada en el césped, al pie de la colina, la nueva juventud ha abandonado el fusil bajo el cielo azul y en las viejas barricadas han florecido petunias. ¿Quién nos va a defender?

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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