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Una joven de EE UU, paralítica de por vida, entabla batalla legal para que se le deje morir

El juez de la pequeña localidad estadounidense de Riverside, cercana a Los Ángeles, va a decidir en los próximos días si el hospital general de esta ciudad debe acceder al deseo de morir manifestado por su paciente Elizabeth Bouvia, una mujer de 26 años y de bellas facciones, que es víctima de parálisis cerebral desde su nacimiento.

Elizabeth ha dependido toda su vida de los demás para cualquier cosa. Padece además una fuerte artritis que le resulta particularmente dolorosa, debido a su inmovilidad. Todo ello no le ha impedido graduarse como asistente social ni contraer matrimonio con Richard Bouvia, un ex presidiario al que conoció a partir de un anuncio por palabras y con el que se casó poco después de que éste cumpliera su condena.Pero tanto su matrimonio como su carrera profesional fracasaron. Su marido abandonó a Elizabeth Bouvia hace tres meses y el intento de graduarse como enfermera fracasó al no poder soportar las clases prácticas, por falta de energía.

Elizabeth ha pedido que la dejen morir sin dolor. La diferencia de su petición con anteriores casos en los que se ha dilucidado el tema de la eutanasia estriba en que, a pesar de su minusvalidez, es una mujer sana, es decir, no padece una enfermedad incurable y dolorosa cuyo desenlace final se prevea próximo, ni yace en estado de coma profundo mientras una serie de máquinas la mantienen artificialmente viva.

La joven californiana está llevando a cabo una campaña para que el hospital la ayude a morir de inanición, administrándole calmantes para su artritis y medicinas que le faciliten poder extinguirse sin dolor. Es decir, para que la ayuden a suicidarse.

Los responsables médicos del hospital de Riverside se niegan a satisfacer las peticiones de su paciente, pero la Unión Americana de Libertades Civiles ha visto una perfecta ocasión para reivindicar el tema de la eutanasia; el derecho a una muerte apacible.

Con la sala del tribunal llena hasta los topes de partidarios de una y otra solución, entre los que se encontraban varias decenas de minusválidos que se oponían a la petición de esta mujer, Elizabeth Bouvie testificó desde su silla de ruedas, que maneja con una palanca situada en un brazo derecho. Habló claro y conciso, sin dar pie a los que consideran que su estado mental está afectado por la depresión subsiguiente a su fracaso matrimonial y profesional, y le dijo al juez que había calibrado todas las alternativas antes de pedir permiso para morir. "No soy una estúpida", añadió, "sé muy bien lo que me espera ahí fuera y no lo quiero. Estoy harta de la humillante y desgraciada vida que me ha tocado vivir, sólo quiero que se me conceda el derecho a mi privacidad, que me dejen sola para morir con dignidad y el máximo de confort físico posible".

Pero en este "confort físico" está el problema. El hospital General de Riverside insiste en que si la paciente sigue allí será alimentada a la fuerza por vía intravenosa: "No podemos hacernos cómplices de un suicidio".

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