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La crisis del Mercado Común

El presidente del Gobierno español, Felipe González, declaraba ayer que le preocupa más la crisis de la Comunidad Económica Europea que el de la integración española. Lógico. ¿Qué ilusión puede despertar la integración española en una Europa sin ilusiones, que acaba de fracasar estrepitosamente en Atenas en su intento de salvar la crisis que afecta a los diez?

Hay un ritual obligado en las conferencias internacionales, que se clausura con la firma de un documento conjunto. Con un lenguaje críptico se intenta salvar la apariencia de que existen más coincidencias que razones para el distanciamiento. Tras el fracaso de los diez presidentes y primeros ministros europeos, reunidos en Atenas en los últimos días, no había que salvar ninguna apariencia. El anfitrión de la cumbre, el primer ministro griego, Andreas Papandreu, era brutalmente sincero al exponer el balance de la asamblea: no se consiguió ningún acuerdo, ¿qué sentido podía tener la declaración política sobre la situación en Oriente Próximo, Centroamérica y Chipre? ¿Con qué autoridad diez países europeos pueden intentar poner orden en la casa ajena cuando son incapaces de ordenar la propia, que cada vez es menos común?

En Atenas se ha agudizado aún más la profunda crisis que divide a la Europa del Norte de la del Sur: la primera, industrial, y la segunda, agraria; la Europa del Norte, que se niega al incremento del gasto comunitario, y la Europa del Sur, que reclama unos precios más remunerados para su producción agrícola. Dos posturas distantes, si no enfrentadas, porque los intereses nacionales de cada delegación han prevalecido sobre los de carácter supranacional. Ni unos ni otros han sabido contemplar el mapa comunitario en su conjunto, sino el que viene delimitado por las fronteras de su propio país. Tal postura, presente desde hace unos años en todos los cenáculos comunitarios, se ha ido acusando a medida que la crisis económica era más profunda (...)

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Esta Europa con puntos de vista cada vez más nacionalistas no es la de los apóstoles del europeísmo que, al término de la guerra mundial, alumbraron las primeras instituciones europeas. Había entonces una ilusión supranacional, que hermanaba en un ideal común a gentes de tan diversos países. Al cabo de más de 25 años, lo único que quedan son intereses, y la Europa comunitaria es más una sociedad mercantil en crisis que un proyecto de vida en común, regida por contables y no por luchadores de una idea. (...)

. 7 de diciembre

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