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Un prisionero del absurdo

En esta primera quincena de diciembre, el azar ha hecho que casi se yuxtapongan dos referencias al general Líber Seregni, líder del Frente Amplio de Uruguay: el día 10 se hará efectiva la entrega del Premio 1983 que acaba de otorgarle la Asociación pro Derechos Humanos de, España, y el día 13 cumple 67 años, de los cuales ha pasado casi 10 en la cárcel.El caso Seregni es un modelo en varios planos. Por un lado, muestra la dimensión ética de un preso político, cuya única culpa ha sido la de disentir (siempre a través de canales legales) de la autoritaria y esquemática posición de los golpistas de 1973; por otro, testimonia la torpeza definitiva a que pueden llegar las dictaduras del Cono Sur.

Aun ahora, cuando parece haberse iniciado (sobre todo a partir del desmoronamiento de la dictadura argentina) un período de menor rigidez en las fuerzas armadas uruguayas y ha sido decretada la desproscripción de 26 conocidas figuras políticas, aun ahora los militares mantienen intactos sus dos prioritarios rencores: continúa proscrito el exiliado líder del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate (candidato más votado a nivel nacional en las elecciones de 1971), y sigue en prisión el presidente del Frente Amplio (candidato más votado en Montevideo en los mismos comicios).

Estos dos casos opacan necesariamente la reacción favorable y el mejoramiento de imagen a que podía aspirar la dictadura a raíz de las desproscripciones ya concedidas. Es imposible compaginar una verdadera recuperación democrática en Uruguay con estos dos vetos desproporcionados, injustos y delirantes; calificativos que en el caso de Seregni adquieren una doble dimensión si se considera que el suyo es un veto entre rejas.

Los dirigentes de los tres partidos auterizados (blancos, colorados y cívicos), que mantuvieron y luego rompieron un difícil diálogo con los militares, han informado a éstos que, cualquiera sea el partido que triunfe en las elecciones prometidas para 1984, la libertad de Seregni estará en las primeras medidas a tomar. El dirigente colorado Jorge Batlle dijo en un reportaje, al día siguiente de su propia desproscripción: "Es un problema de principios. Yo no conozco la democracia por pedazos. ( ... ) Yo no creo que acá haya un camino de paz si empezamos por excluir de esa paz a determinados sectores del país. ( ... ) 0 sea, no se concibe la salud de un cuerpo con enquistamientos en ese cuerpo. Es absurdo".

Seregni es hoy un símbolo. Y algo particularmente significativo: lo es para los jóvenes. Es evidente que las movilizaciones que hoy se llevan a cabo en Uruguay son posibles gracias a un estado de ánimo colectivo, que en definitiva es tan importante como las resoluciones y los planes de los distintos grupos políticos. Y en la conformación de ese estado de ánimo colectivo han tenido los jóvenes una particular gravitación. No los jóvenes de tal o cual partido o movimiento, sino la juventud como fuerza impulsora y dinámica. Pues bien, en la fecha del golpe, o sea 10 años atrás, gran parte de esos jóvenes apenas eran niños y por consiguiente hoy están al margen de los esquemas en que se formaron los protagonistas de aquellas duras jornadas de lucha. Esto quiere decir que, por un lado, les faltan aquellas vivencias, pero, por otro, carecen de ciertos prejuicios, sectarismos, maniqueísmos y aprensiones que resultan casi inevitables en las secuelas de una derrota. Tal particularidad otorga a estos muchachos y muchachas una mayor libertad de vuelo; no se sienten limitados ni condicionados por las heridas, aún sin cicatrizar, de sus mayores, y eso impregna su accionar de una espontaneidad y una frescura que constituyen rasgos ineludibles de esta hora de transición.

El vencedor y la moral

Dentro de ese contexto es perfectamente comprensible el fervor y la lealtad que los jóvenes sienten por Seregni. Hay una juventud que no procede de las tiendas ya establecidas de la izquierda, sino que se ha incorporado a las filas de los independientes, que siempre fueron factor esencial del Frente Amplio. Hay una juventud que se siente particularmente representada en la entereza moral, la dignidad indeclinable, la osadía política, de un líder de profundo arraigo popular. Esa juventud, pese a la calumnia o al mutismo oficiales sobre Seregni, ha comprendido cabalmente que la acusación de "sedicioso" que los militares le hacen es apenas una confesión de su propio carácter sedicioso, el mismo que los llevó a atentar contra una Constitución porfia-

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damente defendida por Seregni.

La actitud de los militares uruguayos con respecto a Seregni parece una contribución al teatro del absurdo. En la pirámide de acusaciones ridículas que apuntan al prisionero está, por ejemplo, la de haber exhortado a los militantes del Frente Amplio a ayudar en la limpieza de los basurales de algunos barrios de la capital. Eso es denominado en el expediente nada menos que ¡usurpación de funciones públicas! Entre los agravantes acusadores figura asimismo su antigua amistad con un compatriota, también ex militar, hoy fallecido, quien durante la guerra civil viajó a España para luchar en filas republicanas. Se procesa a Seregni por "encubrimiento de atentado" y "atentado a la Constitución", y el Tribunal Especial de Honor estuvo integrado por jefes militares que consumaron y/o apoyaron el golpe de 1973, que no es precisamente un homenaje a la Constitución.

En la campaña electoral de 1971, Seregni, que era candidato del Frente Amplio a la presidencia de la República, emitió en sus discursos políticos juicios desfavorables al entonces presidente Pacheco Areco, que además era candidato a la reelección. El juez creó con ello un delito militar, pues consideró que las alusiones políticas a Pacheco eran una "falta de respeto al superior", olvidando que ese presidente, además de "jefe supremo de las fuerzas armadas", era a su vez candidato político.

En el juicio, Seregni se hizo cargo de su propia defensa y en su alegato verbal ante el Tribunal Especial de Honor (8 de abril de 1974) descalificó implícitamente a sus acusadores y jueces, al decir: "Se puede valorar el obrar, pero no la opinión política en sí. Y todavía en cuanto al obrar es necesario aceptar que, cuando se quiebra el orden institucional por un acto político, se fracturan también los campós de valoración del obrar, que pierden su generalidad y su unicidad. Así, por ejemplo, en relación con los acontecimientos ocurridos en el país, el 27 de junio y posteriormente, ( ... ) la norma de derecho era indiscutible: vigencia de la Constitución y de la ley. Pero el acto político, disolución de las Cámaras -realidad que cambia la situación preexistente-, fractura esas normas y establece, a posteriori, otras distintas. ( ... ) Si bien es cierto que en el accionar político el vencedor del momento dicta leyes y modela el derecho y sus 'intenciones, no puede modificar la moral, cuyas normas escapan a su alcance".

Seregni fue el gran dinamizador de los comités de base del Frente Amplio, a los que definió así: "Son una militancia en común, donde todos podrán deliberar, participar, opinar, discutir y organizar". Es precisamente esa militancia en común la que introdujo un nuevo estilo en la izquierda uruguaya y le otorgó una vitalidad incuestionable. Quizá sea ese concepto de democracia participativa lo que más horrorizó a los militares que luego dieron el golpe, y quizá desde su estrecho punto de vista tuvieron razón, ya que era obvio que ese contacto directo, franco y sincero con los más vastos sectores sociales aseguraba y sigue asegurando a Seregni un futuro político de incalculables proyecciones.

El día no lejano en que recupere su libertad habrá llegado para este prisionero del absurdo el fin de una larga etapa de dolor y sacrificio y también el recomienzo de su faena como líder popular, consciente y carismático. Para la dictadura no será ni siquiera un punto final, sino un punto y seguido en su vergüenza; en la ilevantable vergüenza de haber tenido 10 años en prisión a un dirigente político de intachable trayectoria, que no ha cimentado su siempre creciente prestigio en la demagogia ni el triunfalismo, sino en la sinceridad, el coraje cívico y la lucidez realista para encarar el trabajoso futuro.

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