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Sobrevivir en Líbano

Una jornada en el hospital lslámico de Trípoli

El chirriar de los neumáticos del gran camión frigorífico de la Cruz Roja al frenar bruscamente despierta de su letargo a las 60 personas que desde la madrugada le esperan con ansiedad en el vestíbulo del hospital Islámico.

Desafiando las bombas que caen ininterrumpidamente -a veces a menos de 50 metros del moderno centro hospitalario de siete pisos, en cuyas fachadas y tejado han sido colocadas enormes banderas con cruces rojas-, decenas de palestinos se agolpan inmediatamente en la acera en torno al vehículo, y los más impacientes irrumpen en su interior en cuanto se abren las puertas traseras.La caja del camión está cubierta de cadáveres, de los que emana un insoportable olor a descomposición, a pesar de estar envueltos en sacos de plástico cerrados con cordeles y pese a salir de una cámara frigorífica, porque a veces han permanecido varios días en primera línea de fuego o han estado sepultados bajo las ruinas de alguna casa destruida sin que nadie se atreviese a rescatarles.

De la treintena de cuerpos sin vida traídos el domingo a mediodía, la mayoría pertenece a civiles palestinos, a veces a niños, que a pesar del peligro habían insistido en permanecer en sus casas-chabolas del campamento de Badaui en vez de refugiarse en la ciudad, algo más segura, aunque no faltan tampoco los cadáveres uniformados de algún que otro fedayin.

Aquellos impacientes que han logrado subir a bordo del vehículo pesado remueven nerviosamente los sacos en busca de un pariente de cuyo fallecimiento han tenido noticias, mientras los socorristas de la Cruz Roja, provistos de mascarillas, colocan impasibles, uno a uno, los paquetes de plástico en la acera para que los demás familiares o amigos puedan acercarse a identificarlos.

De pronto, una madre reconoce, a través del plástico ensangrentado, a un hijo que combatía en las filas de los leales a Yasir Arafat, y entre sollozos y gritos de dolor recoge, con la ayuda de sus dos acompañantes, el paquete-cadáver, del que aún se escapan algunas gotas de sangre, que intentará enterrar por su cuenta después de haberlo velado en algún sótano a cobijo de las explosiones.

Fosa común

Mientras algunos civiles palestinos no acaban por encontrar tendido en la acera el cuerpo sin vida de un pariente que les habían dado por muerto y se empiezan a ilusionar con la posibilidad de que esté aún con vida, un par de cadáveres permanecen sin identificar porque, o bien todos sus familiares han sido diezmados por la artillería del Ejército sirio o bien ninguno se ha arriesgado a desplazarse bajo las bombas hasta el hospital Islámico.

Los dos cadáveres sin dueño serán entonces introducidos en una ambulancia que, con la sirena puesta, recorrerá a gran velocidad las calles desiertas de la segunda ciudad de Líbano para enterrarlos cuanto antes en una fosa común.

Toda la operación de entrega de los cadáveres habrá durado menos de 20 minutos, transcurridos en medio de un incesante ir y venir de ambulancias que transportaban heridos al mayor hospital de Trípoli, a medio camino del centro y del barrio de Al Mina, en una zona blanco predilecto de los cohetes y cañones sirios.

"Es un milagro que hasta ahora no nos hayan alcanzado", reconocía en su despacho recién traslado a una planta baja por motivos de seguridad el director del centro, Ahmed Masri Malak, que para neutralizar aún más su hospital ha ordenado colocar en su puerta un cartel escrito en árabe y francés en el que se recuerda que "ningún arma puede ser introducida en este edificio" y se agradece de antemano a los visitantes su cooperación.

La capacidad del hospital, que se eleva a 160 camas en tiempos normales, ha sido incrementada hasta 305 a pesar del cierre por precaución de sus tres últimos pisos, los más expuestos a los proyectiles disparados por las fuerzas que sitian la ciudad.

18 días sin descanso

"Los pasillos, los despachos administrativos, cada centímetro cuadrado es aprovechado", explica el doctor Malak, "para instalar heridos" -civiles en un 65%- operados en los tres quirófanos que funcionan las 24 horas del día y atendidos por 13 médicos y 54 enfermeras, "cuya devoción y sacrificio" suscitan un vibrante elogio por parte de su director. "Mis colaboradores empiezan a estar cansados al cabo de 18 días de trabajo ininterrumpido", reconoce, preocupado, el doctor Malak. "Nada falta, por ahora, al hospital Islámico, ni medicinas, ni comida, ni combustible para calentar el agua y hacer funcionar el grupo electrógeno en una ciudad privada de luz eléctrica, gracias a la valiosa ayuda proporcionada por el Comité Internacional de la Cruz Roja", afirma Malak.

La falta de espacio es notable, pero en el centro hospitalario echan de menos un neurocirujano que pueda operar a los heridos en la cabeza, que han tenido que ser enviados en ambulancia al hospital Americano de Beirut, situada a, 80 kilómetros al Sur, donde se dispone de medios para tratarles.

Pero no todos aquellos que habían recibido un impacto de metralla en el cráneo pudieron llegar hasta la capital libanesa, porque en la frontera del reducto cristiano, que es obligatorio cruzar, las fuerzas libanesas (milicias cristianas unificadas) efectúan, según un colaborador de Malak, una selección entre los heridos libaneses autorizados a proseguir su camino hasta Beirut y los palestinos que deben, volver a morir en Trípoli.

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