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El pragmatismo domina la política exterior china

Mientras negocia con la Unión Soviética y Estados Unidos, Pekín busca un acercamiento a Europa occidental

Una Europa fuerte y unida, capaz de hacer frente a la Unión Soviética e independiente de Estados Unidos aparece como el sueño dorado de la República Popular China en política exterior, una vez que los nuevos dirigentes de Pekín han dejado a un lado buena parte de las anteriores veleidades tercermundistas.El pragmatismo en política intemacional, que ya se vio en vida de Mao Zedong, cuando Kissinger y Nixon visitaron China y el régimen de Pekín mantenía buenas relaciones con líderes tan conservadores como el británico Edward Heath o el sha de Irán, se ha acentuado en los últimos años con la política de puertas abiertas de Deng Xiaoping.

La visita de Ronald Reagan a China, prevista para abril de 1984, y los recientes viajes de Wu Xuequian, ministro chino de exteriores, a Norteaqiérica, y del secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, a China, suponen una importante mejora de las relaciones entre Washington y Pekín tras una etapa de frialdad.

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De los tres tradicionales obstáculos que dificultaron estas relaciones en las décadas de 1950 y 1960 (la guerra de Corea, la guerra de Vietnam y el apoyo norteamericano a Taiwan), sólo el último permanece relativamente vigente, aunque suavizado tras el establecimiento pleno de relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos, en enero de 1979.

Tres obstáculos

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Por el contrario, las diferencias entre Pekín y Moscú se han acentuado, si cabe, desde principios de la presente década, con las intervenciones militares de la URSS y Vietnam en Afganistán y Camboya, respectivamente.

Los otros famosos tres obstáculos citados por China siguen impidiendo la normalización de relaciones con la URSS, según declaran constantemente los dirigentes de la República Popular (ver entrevista), que se sienten amenazados militarmente desde el norte, el sur y el oeste por la Unión Soviética.

Además, China tiene problemas fronterizos con otros dos de sus vecinos, India y Vietnam; una región inestable cercana, como la península de Corea, en la que, en caso de conflicto, tendría inevitablemente que intervenir, y mira con recelo el proceso rearmamentista de Japón, alentado por Washington.

La guerra chino-vietnamita de 1979 fue un claro ejemplo de cómo Pekín quiso demostrar que no puede aceptar nuevas amenazas en sus fronteras. Y el apoyo económico, militar y diplomático que presta a la resistencia antivietnamita en Camboya apunta en la misma dirección.

En los últimos 15 años, Pekín dio un giro copernicano en su política exterior. El internacionalismo proletario, la ayuda a países del Tercer Mundo, la hostilidad-rabiosa hacia Occidente, remitieron considerablemente y dejaron paso a políticas más sosegadas y pragmáticas. En vista de ello, Albania, el tradicional viejo aliado, rompió sus relaciones con los revisionistas chinos en 1978.

La famosa teoría de los tres mundos, que dividía el globo entre las dos superpotencias, los países desarrollados (Europa Occidental, Japón, Canadá, etcétera) y los países en vías de desarrollo, entre los

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que se incluía China, se ha transformado en un deseo de mejorar relaciones con las dos grandes potencias y de estrecharlas con el segundo mundo, especialmente con Europa.Recelos de Washington

Las peticiones chinas de armamento y tecnología sofisticadas a Norteamérica se encuentran con el recelo de Washington ante una futura reconciliación entre Pekín y Moscú o ante la posibilidad de que esas armas pudieran ser un día utilizadas contra Taiwan. Aun así, la reciente calificación de China como "potencia amistosa" por los norteamericanos puede facilitar la venta de armas defensivas, especialmente antiaéreas y antitanque.

En cuanto a Moscú, las cuatro rondas de conversaciones mantenidas hasta ahora con los chinos no se han reflejado más que en un incremento de los intercambios comerciales. Informaciones no confirmadas oficialmente hablan de una oferta soviética, hecha por el viceministro de Asuntos Exteriores, Leónidas Ilichov, que contempla, al parecer, la adopción de "medidas de confianza" en el terreno militar, incluida una congelación de armamento en la frontera común y la creación en la misma de una zona libre de armas nucleares.

Observadores occidentales comentaban hace unas semanas en Pekín que esta última propuesta difícilmente podría ser aceptada por los chinos, ya que supondría una ventaja para la URSS, cuyos misiles atómicos tienen mayor alcance y pueden llegar a territorio chino desde fuera de la zona desnuclearizada. Para muchos de estos observadores, una guerra entre las dos grandes potencias comunistas es algo inevitable a largo plazo.

Respecto a Europa, Pekín mantiene una extraña dualidad. Por un lado, parece aprobar tácitamente el despliegue de nuevos euromisiles, por cuanto pueden obligar a la URSS a desplazara Europa oriental algunos de los 126 cohetes SS-20 que apuntan actualmente a China. Por otro, y esto es algo nuevo en la política china, los dirigentes de Pekín muestran ciertas simpatías hacia los movimientos pacifistas europeos. Las manifestaciones antinucleares del mes pasado en Europa recibieron una desusada cobertura informativa en la televisión y la Prensa chinas.

La postura oficial de Pekín respecto a los euromisiles fue anunciada oficialmente el pasado 28 de octubre, en un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores, que señalaba que "el despliegue de nuevas armas nucleares no puede sino intensificar la carrera de armamentos y agravar la tensa situación existente en la región".

La dividida Europa aparece como el convidado de piedra en este juego triangular entre China, Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero la necesidad china de tecnología avanzada para cumplir la meta de modernizar el país en cuatro áreas esenciales (industria, agricultura, ciencia y defensa) antes de fin de siglo ha hecho que los dirigentes de Pekín rniren con creciente insistencia hacia Europa.

En varias conversaciones de EL PAIS con responsables del partido y políticos chinos se abundó en la necesidad de crear una Europa unida, con inclusión de España y Portugal, y en la complementariedad que tienen las economías de China y Europa (tecnología a cambio de materias primas). "El problema es que nuestros territorios están separados por la Unión Soviética", bromeaba uno de los interlocutores.

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