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Juan Ignacio Marín

El secretario general de CC OO del metal, 'Ianzado' a la fama por el veto del ministro de Industria

Un día, Juan Ignacio Marín se fue a la peluquería y mandó que le recortasen cabello y barba. Vistió su mejor traje y, con otros dirigentes de Comisiones Obreras, tomó el camino de la Zarzuela para asistir a la entrevista que don Juan Carlos había concedido a la ejecutiva de su sindicato. Durante varios días tuvo que aguantar las bromas y los comentarios de los que habían conocido un Marín de largo cabello lacio y descuidada barba.Nació en Madrid el 14 de diciembre de 1950, hijo de maestra nacional y funcionario del Estado. Siempre fue un chico aplicado, primero en el colegio nacional de su barrio de Chamberí y después en el Colegio del Pilar -"conozco a todos los Camuñas, algunos de ellos estudiaron con mis hermanos", dice-, para pasar a la Universidad Politécnica de Madrid, donde concluyó los estudios de ingeniero de telecomunicaciones.

De su paso por la Politécnica y por la Facultad de Políticas le vinieron los primeros problemas con la policía, "aunque nunca demasiado importantes. Yo no soy de los del 1.001".

Y fue en Standard Eléctrica -corría el año 1972-, empresa en la que había ingresado como becario por sus excelentes notas, donde tomó contacto con Comisiones. Trabajó en Argelia y a su vuelta se hizo cargo del aparato de propaganda del sindicato. En 1981 sustituyó a Adolfo Piñedo en la secretaría general del Metal.

Tiene fama de negociador difícil, crispante y lleno de recursos, tal vez porque ha venido participando asiduamente en cuantos pactos, concertaciones y encuentros se han producido entre patronal, sindicatos y/o Gobierno. Ha conocido a Abril Martorell -"era un gran negociador y un hombre muy inteligente"- en las primeras negociaciones del sector naval, allá por los años 78 y 79. Recuerda que, precisamente, una de las reuniones para aquellos acuerdos coincidió con la fiesta anual del PCE. Compañeros suyos "se volvieron locos" buscándole, porque Abril reclamaba su presencia.

Aquella noche tuvo que encerrarse en un despacho a discutir sobre el sector naval. Cuando se quejó de que se perdía la fiesta del PCE, algunos de los representantes del Gobierno le enseñaron, con disimulo, las invitaciones que ellos mismos no habían podido utilizar.Es miembro del comité provincial del PCE. "A mí me parece que no tengo por qué ocultar que soy comunista y que estoy en CC OO. Yo creo en el comunismo y creo en mi sindicato. Y pienso que no sería bueno que CC OO estuviera. completamente ideologizado". Este hombre, que disfruta con las grandes películas del Oeste; que acaba de terminar de leer El nombre de la rosa y que recuerda como ejemplo de novela gótica El Monje; que ha hecho, en su momento, sus pinitos en poesía -"lo que me debe haber servido para redactar mejor los panfletos"- y que se cortó el pelo para ver al Rey, se encerró una tarde lluviosa en el Ministerio de Industria y desató una de las mayores crisis entre un Gobierno y un sindicato. "Ya ves", murmura, "algo que no tenía que haber tenido importancia alguna".

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