Después de Lippmann y Aron
En la última página de sus memorias, concluidas poco antes de morir, a los 78 años, en octubre de 1983, Raymond Aron sintetiza su visión del futuro: "Durante mucho tiempo continuaremos viviendo a la sombra del apocalipsis nuclear, divididos entre el miedo que inspiran las armas monstruosas y la esperanza que despiertan los milagros de la ciencia".Nueve años antes, en diciembre de 1947, moría Walter Lippmann. Poco antes, en una entrevista, declaró: "Creo firmemente en la capacidad humana para sobrevivir (...). Creo que el ser humano, así como ha desarrollado la capacidad de aprender un idioma y de hablar, ha adquirido, en el curso de los tiempos, un inherente código de civilidad, que es como lo llamo, por el cual aprendió que nadie puede ejercer el poder absoluto, que el poder debe ser ejercido con cierto respeto hacia el consentimiento de otros poderes... Una sociedad no duraría, sería destruida, si este código es violado".
Raymond Aron ejerció en los últimos 20 años, desde París, el papel del periodista político más destacado del mundo, papel que correspondió previamente a Walter Lippmann, durante tres décadas, desde Washington.
Raymond Aron procedía de la filosofía; toda su labor periodística se siente invadida por la inhabilidad de permanecer en ella. Hay en los trabajos periodísticos de Aron, incluso los que se quisieran filosóficos, solamente una nostalgia de la filosofía. De ahí su invariable pesimismo, que equilibraba con su capacidad para aprehender la realidad inmediata.
Walter Lippmann había abandonado voluntariamente la sociología para interesarse, profunda y detalladamente, por el devenir diario, por las acciones diarias del hombre. De ahí un invariable optimismo, que no decayó incluso hacia el final de su vida, cuando había dejado de escribir y sólo se expresaba a través de entrevistas.
Ahora, a un mes de la muerte de Aron, comienza el debate en los círculos periodísticos mundiales sobre quién será el suce
sor. El nombre del francés Jean François Revel fue adelantado, pero difícilmente obtendrá consenso. Ravel se ha ubicado demasiado a la derecha. Lippmann y Aron eran de centro; el francés, inclinado hacia la derecha, y el norteamericano, hacia la izquierda, conservando ambos una identidad que otorga credibilidad: eran afacciosos.Quizá el inglés Connor Cruise O'Brien se acerca más a esta idea. Es cierto que por momentos toma partido facciosamente y sin la necesaria reflexión, como le ha ocurrido respecto de la invasión por Israel de Líbano. Su pluma, siempre brillante, resulta demasiado agresiva, y pierde esa cualidad que era tan apreciable en Lippmann y Aron: la paciencia con el lector, la vocación por el lector. Dos cualidades de la profesión que ningún periodista debiera olvidar.
Existen brillantes periodistas alemanes (Theo Sommer), italianos (Arrigo Levi), israelíes (Tom Segev), españoles (Manuel Vicent), brasileños (Eduardo Dines), pero a ninguno de ellos parece interesarle unificar todos sus conocimientos, ambiciones y tiempo para colocarlos al servicio de una columna política de distribución mundial. O no tienen la posibilidad de hacerlo.
Quien más se acerca es el norteamericano Anthony Lewis, cuya columna política aparece dos veces por semana en The New York Times. Es casi una continuidad de Lippmann: su misma audacia conceptual, claridad y serenidad idiomáticas; su identificación con las causas democráticas y progresistas; su equilibrio e independencia en el juicio, cualesquiera que fueren los intereses en juego. A su análisis político se agrega una dimensión jurídica: Lewis es un experto abogado.
Lippmann llegó desde el siglo XIX; Aron decía: "Salí de la posguerra para entrar en la preguerra", refiriéndose al período entre 1920 y 1939; el sucesor deberá cerrar el siglo XX y abrir el siglo XXI. Walter Lippmann fue un romántico que creía en la política y los cambios positivos que podía producir. Decía: "El futuro debe ser recordado". Raymond Aron fue un escéptico preocupado por la irracionalidad de la política. Decía: "El nacionalsocialismo me enseñó la potencia de las fuerzas irracionales".
A Lippmann, que abrazaba entusiasmado todo lo que fuera futuro, no le preocupó su paso por la tierra: jamás guardó uno solo de los miles de artículos que escribió, coleccionados posteriormente por la Universidad de Yale.
Nada de lo que era Aron escapó a la pluma y al archivo de Aron.
Sobre Lippman podemos leer la magnífica biografía de Ronald Steel. Por supuesto que Aron no dejaría esa tarea a cargo de otro que él mismo, ya que el futuro le llenaba de dudas: contamos con sus memorias.
Quizá el tercero, el sucesor que esperamos, pudiera ser un predicador visionario, un soñador sentimental: algo debe de haber en el siglo XXI que nos induzca a querer sobrevivir para alcanzarlo. El sucesor debiera decírnoslo.
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