Beatísimo Madrid
Un rosario de plegarias, limosnas, advocaciones insólitas y picaresca
Con cuatrocientos templos, miles de tragasantos y una legión de mendigos, Madrid no precisa refuerzos posbélicos de nuevas beatificaciones. Lo dice el refrán, viejo, y sabio: "Rogamos a Dios por santos, mas no por tantos
De rodillas y con cara de miedo, los fieles de la iglesia de San Ginés (calle del Arenal) veneran a las nueve de la mañana un descomunal cocodrilo. Aunque el caimán está disecado desde el siglo XVI y bajo control de la Virgen de los Remedios, esa luz parpadeante de los cirios y el siseo tenebroso de las plegarias parecen querer resucitarlo.Por suerte no sucede así. El temible lagarto anfibio cumple su condena perpetua pegado al oro del altar por su vientre alanceado en 1499. Ello permite a los feligreses depositar cada día la limosna en el cepillo adecuado (San Ginés dispone de 52), y al padre Juan Luis le suministra medios para atender el confesionario y celebrar la santa misa de las diez..
En la sacristía seguarda la historia del caimán, una mezcla de safari milagroso y hazaña de conquistador: "Llegaron a la isla de Portobelo en busca de alimentos, y al ,verse acometidos por lagartos marinos, Alonso de Montalbán saltó a tierra para matar al más feroz, que les atacó tres veces. Allí lo alancearon junto a un árbol, y alzando los ojos al cielo dicho Montalbán para dar gracias a Dios, vióse sobre las ramas del árbol a Nuestra Señora, y su imagen la bajaron y condujeron al navío, también con el lagarto".
En este histórico templo, donde yace un antepasado del ministro del Interior (Jerónimo García de Barrionuevo, y Peralta, "liberal con los vivos y piadoso con los muertos", 1613), el terror ya no proviene del reptil muerto, sino de un muchacho de 17 años que, casi a diario, irrumpe, como hoy, en la nave central y, persigue al clero para golpearlo. De pronto se oye un procaz insulto y el padre Juan Luis sale corriendo de su confesonario y grita: "¡Socorro!, ¡auxilio!", gritos que alertan al sacristán, quien detiene tembloroso al agresor. Es un muchacho de cabeza rapada y ojos saltones. "La tomó conmigo y me quiere pegar", dice el padre Juan Luis; "me quiere pegar porque no le dejo que se lleve la parafina del velero, que la mezcla con el hachís; tenemos que frenarle, que Dios lo perdone".
El chico vuelve a la calle mientras en el templo arrecian las oraciones, un fraile franciscano se golpea cruelmente el pecho, varios feligreses comentan el sacrilegio ("le llama hijoputa al padre, es un escándalo que ésto suceda") y don Juan Luis repite que la policía le advirtió que no lo toquen: "Si lo tocamos nos denunciará por malos tratos, será aún peor".
Los dos mendigos oficiales de la puerta, Juan Cabeza, de 46 años, y Luis García, de 53, hacen la vista gorda. Dice García: "El mundo está loco, señor; yo era apoderado en Londres del Iganco Exterior, y ya me ve dónde estoy, aunque le aseguro que esto es temporal".
A las 10 de la mañana las Descalzas ya han cerrado la iglesia de su monasterio. Quien evita la ocasión evita el pecado. La plaza, de las más bellas de Madrid, es un feudo de la Caja de Ahorros y el Monte de Piedad; los automóviles salen como eructos del aparcamiento subterráneo y hay una juventud que, tumbada en el exiguo jardín, fuma su divino tesoro de yerbas dando la espalda al marqués de Pontijos.
Más allá, hacia la ópera, por la calle de la Flora abajo, está el herbolario del Niño del Remedio curiosamente pegado al Trust Farmacéutico. Aquí las beatas y los tragasantos compran alivios para sus males. "Lo que más vendemos", dice la dependienta, es el laxante a base de sen, pues entre la parroquia hay problemas para aligerar, problemas crónicos".
Algunas pacientes adquieren el producto natural a 200 pesetas y entran luego en la Capilla del Santo Niño del Remedio, a cuyas puertas siempre acuden ciegos y vendedoras de lotería. La capilla no es excesivamente grande, pero es un éxito de público Y dádivas. Concebida como un panteón casi familiar, las lápidas de exvotos cubren sus cuatro paredes, dejando únicamente espacio libre a la imagen del Niño rodeada de ángeles voladores. ¡Gracias por salvarme la vista!", reza un cartel del año 1941. "Gracias, Divino Niño, por haber sacado con bien a mi marido de la guerra" (1923). Y otro proclama: "Niño Hermoso, ¡gracias!".
'Los días 13 nos desbordan'
Los fieles ponen velas, dan limosna y rezan con la mirada fija en la imagen que desde las 7.30 hasta las 20.30 horas recibe miles de visitantes. "Los días 13 de cada mes esto nos desborda", dice el capellán, Domingo Crespo, 64 años, "porque los favores que concede el Niño son incontables". La limosna cubre salario y Seguri dad Social de cuatro empleados, así como "ropa, luz, cirios, limpieza y el vino y hostias para la misa", añade el capellán. Bienvenido Melgosa, 50 años, sacristán, dice que "a 100 pesetas el litro del vino autorizado por el obispado, y a 600 pesetas 2.000 hostias pequeñas fabricadas por las monjas Carboneras (así llamadas porque tienen una Virgen negra), o sacas con las limosnas o te han de subvencionar". Y esta capilla se tiene sola. El entusiasmo de los fieles es contagioso. Su capellán se enorgullece de la diversidad: "Igual tenemos a Mary Sampere, Celia Gámez y Fernando Sordo, aquel ex ministro, que recibimos la visita del actual alcalde, Tierno". Una devota, que viene a dejar las 200 pesetas de estipendio para una misa, dice: " ¡Esto es lo más grande que tiene Ma-, drid!". Otra añade: "Un milagro sin propaganda en la tele ni en los periódicos".
En el Real Monasterio de la Encarnación (plaza del mismo nombre) se venera la ampolla con la sangre de San Pantaleón, pero la entrada es de pago, porque esto depende, del Patrimonio Nacional, por un lado, y de las Agustinas Recoletas, por el otro. Cien pesetas dan derecho a la contemplación de innumerables reliquias que muestra un guía uniformado con levita y guante blanco. Aquí profesó una de las hijas naturales de Felipe IV, sor Ana Margarita, y se conserva incorrupto el cuerpo de la primera priora, sor Mariana de San José, aunque el plato fuerte sea la sangre de San Pantaleón, que rodeada de otras 1.500 reliquias, el guía ilumina con su linterna para la admiración del visitante: "La sangre se licúa el 27 de junio de cada año, y luego se vuelve a coagular", explica el encargado; "pero cuando no se coagula es mala señal, señal de una tragedia: eso ha sucedido cuando la guerra civil y del 1980 al 1982, años de crisis gravísima".
A doña Rosario Blanco, 74 años, no le dejan entrar a ver la sangre del santo, ni el cráneo de San Alejandro, ni el corazón de Santo Tomás (todo en la misma habitación) si no paga las 100 pesetas: "Esto es sólo para ricos", dice contrariada, "y ¿sabe lo que le digo?, que voy a escribirle una carta al Rey".
Regia es la Santa Catedral Basílica de Madrid, con un aviso de entrada que dice: "Se nos ha mandado queremos de verdad". Para templo tan grande harían falta muchos más fieles, y en un día normal sólo se cuenta un centenar, desparramado y como huyendo del tráfico diabólico de la calle de Toledo. "Cada día menos público", se lamenta Francisco Navas Rodríguez, 54 años, detrás de su pancarta: "Sigo en paro y soy electricista; le hago una chapuza". Y lo mismo dice, luego de rezarle al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Domingo Montero Esteban, 74 años, a quien el Estado le paga 8.000 pesetas al mes, y, "que me quede ciego si le miento, cuidando ganado desde los nueve años en Duruelo, Segovia; soy hijo de Felipe y Teodora, y ahora éste es el final de mi vida". Montero es menudo, se apoya en un bastón castellano y tiene unas orejas, enormes, tristes y peludas.
Nada más entrar en Las Calatravas (calle de Alcalá) se advierte que es iglesia para gente bien: la limosna mínima, según cartel en cada cepillo, pide 10 pesetas. Y en una mañana, doña Irene Escudero, 84 años y dos trombosis, viene a sacarle 600 pesetas de caridad. "Para que no me roben los jóvenes me vuelvo a la pensión en taxi".
'La limosna limpia el pecado'
De largo hay que pasar por la parroquia de San José, que es oscura y tétrica, con actividad de confesonario y un cepillo con pintada que dice: "Para los parados". En cambio, en la iglesia del Opus Dei situada en la plaza del Cordón -la basílica de San Miguel- hay animación de bodas y una caja de recaudación ornamentada con este adagio, según Tobías 4.X: "La limosna limpia el pecado y libra de la muerte eterna". Más claro, agua, monseñor. A la baja van los Benitos de la calle de San Bemardo: "Antes aquí no cabía un alma; venía toda la familia Garrigues, y hoy nos quedamos solos con la Virgen de Montserrat", confiesa el padre Dionisio.
Pero las masas se movilizan cada viernes para acudir al Cristo de Medinaceli. Hay cola. Tullidos, ciegos y lisiados de diversa edad y condición apoyan su maltratado cuerpo en la pared y esperan de los creyentes el milagro de una moneda. Aquí se colocan desde las cuatro de la madrugada para tener buen sitio. Ven, los que no están ciegos, cómo penetran en el templo las mujeres avanzando de rodillas, suben hasta la imagen por los escalones, de rodillas, y algunas (también hay hombres) pretenden bajar los peldaños en la misma postura: "Se dan cada galleta de miedo", dice el empleado de los Capuchinos, Rafael Bonacasa, de 23 años. "Hay accidentes serios sin necesidad de esperar el día de la apoteosis, que es el primer viernes de marzo; entonces viene la Cruz Roja y pone un puesto en la cripta".
Las pilas de agua bendita se llenan un par de veces en día normal; la cola da la vuelta a la manzana. "Los esclavos de honor, o los esclavos normales, lucimos el escapulario de la archicofradía", dice, vendiendo estampas, Andrés de la Fuente, 65 años, "y nos gusta ver entrar a Carmen Sevilla, a la familia de Manolo Caracol, a toreros y a la viuda de Franco". El mendigo Marcelino Oporto, que viene cada día de Canillas, añade: "A veces doña Carmen nos da 1.000 pesetas a cada uno".
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