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Génesis de una división

Antonio Caño

En Argel, a finales de febrero, medio año después de abandonar Líbano bajo la presión de las bombas israelíes, Yasir Arafat recibió del Consejo Nacional Palestino (CNP) el encargo de maniobrar "según los intereses de la causa" con objeto de alcanzar una solución justa del problema palestino. Allí Arafat encontró el respaldo a sus tesis moderadas, y consiguió que la asamblea le confirmase como presidente del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), cargo del que sólo puede ser destituido mediante un nuevo voto mayoritario del CNP.Las decisiones fueron respaldadas también por sus dos principales rivales en el seno de la OLP, Nayef Hawatmeh (Frente Democrático para la Liberación de Palestina) y Georges Habache (Frente Popular para la Liberación de Palestina).

Arafat llegó a ese Consejo Nacional Palestino derrotado militarmente, pero convencido de que se había abierto un resquicio político-diplomático. Las dos razones para pensar así eran sendos planes de paz para Oriente Próximo: el del rey Fahd de Arabia Saudí, que reconoce indirectamente el derecho a existir del Estado de Israel, y el del presidente norteamericano Reagan, que defiende la creación de una federación jordano-palestina.

Simultáneamente a la celebración de este Consejo, los palestinos del interior (los habitantes de los territorios de Cisiordania Y Gaza, ocupados por Israel) pedían a la OLP negociar "antes de que sea demasiado tarde" y sugerían una aproximación a Jordania.

Con todas estas cartas en la manga, Arafat se fue a Amman a tratar con el rey, Hussein las condiciones de una futura federación palestino-jordana : Fue el principio del fin. Los ánimos radicales se encresparon y el régimen sirio pensó que el líder de la OLP había ido demasiado lejos.

Arafat siguió adelante, Hussein viajó en dos ocasiones a Washington. Eran los meses de marzo y abril y Arafat caminaba sobre el alambre mientras todos los demás -moderados, radicales, norteamericanos e israelíes- hacían apuestas desde la grada sobre las posibilidades del dirigente palestino de alcanzar su meta.

Si las relaciones entre Arafat y el presidente de Siria, Hafez el Asad, siempre fueron pésimas lo que el jefe del Estado de Damasco no estaba dispuesto a consentir era que Jordania -bestia negra de Asad- y aliado fucondicional de EE UU aumentara su ascendente sobre la resistencia palestina. Esto era una afrenta para Siria y para quien la ha convertido en dos años en la principal potencia militar árabe de Oriente Próximo, la URSS.

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Siria explotó las dificultades insalvables de la vía negociadora y añadió nuevos obstáculos, como la suspensión del diálogo palestino con sectores moderados de la sociedad israelí tras el asesinato del único interlocutor posible en el seno de la OLP para esa misión, Isam Sartaui, muerto a tiros en Portugal durante una reunión de la Internacional Socialista.

Asad aprovechó entonces la inquietud que la política de Arafat despertó en varios sectores palestinos, y la frusración de algunos jefes militares de la OLP por el escaso éxito de la resistencia a la invasión israelí, para lanzarse a acabar manu militari con el líder de la OLP. En esa labor contó con el apoyo de seis de los 70 miembros del Consejo Revolucionario de Al Fatah.

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