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Kafka, en sus momentos dichosos

El 3 de julio EL PAIS conmemoró el centenario de Franz Kafka con una serie de excelentes y variados ensayos, ensayos que trataban en profundidad la soledad de Kafka, con sus problemas personales e inhibiciones, con su actitud hacia el trabajo y la familia, con sus tortuosas relaciones con varias mujeres y con su excelente retrato del destino de la gente corriente en la impersonal y burocratizada sociedad contemporánea. Sin embargo, como amante y veterano lector de Kafka, me preocupó la total ausencia de referencias a su chispeante humor, a su jovial receptividad de la vida en su aspecto diario no metafísico. Indudablemente que su profunda y repetidamente confesada neurosis y el maravilloso tratamiento metafórico de esa neurosis en sus novelas, junto con su análisis de la sociedad burocratizada, constituyen el sujeto principal del interés del lector, tanto en sus cuentos acabados como en sus novelas inacabadas. Y en el presente artículo no intento ni por un momento despreciar las. singulares dotes de Kafka corno novelista psicólogo. Muy al contrario, me gustaría resaltar como un importantísimo complemento a su torturada profundidad los elementos del humor y gozo animal que caracterizan sus escritos.En la brevedad de un artículo, la mejor forma. de ilustrar mi opinión es analizar dos relatos cortos, el primero de los cuales, En el tranvía, procede del volumen titulado Meditaciones, publicado en 1912. El autor va malamente colgado de la plataforma (como siempre pasa con Kafka), y con una prosa directa y desenvuelta describe las sensaciones del trayecto. "El tranvía se acerca a una parada y una joven toma posiciones cerca del estribo, dispuesta a apearse. Me resulta tan conocida como si la hubiera recorrido con las manos. Viste de negro, los pliegues de su vestido cuelgan casi inmóviles, su blusa está, muy ceñida y tiene el cuello ajustado con un delicado lazo blanco, con la mano izquierda. se agarra a un lado del tranvía, el paraguas que lleva en la mano derecha se apoya en el segundo escalón del estribo. Su rostro está bronceado, su nariz, ligeramente estrechada por los lados, es ancha en la punta. Tiene una abundante cabellera color castaño y unos pequeños rizos desordenados sobre la sien derecha. Su pequeña oreja está muy pegada, pero como estoy cerca puedo ver todas las circunvoluciones de su oreja derecha y la sombra de su base".

"En ese momento me pregunté: ¿Cómo es posible que no esté asombrada de sí misma, que mantenga los labios cerrados y no lo exprese?".

En este corto pasaje se ilustra perfectamente el Kafka que goza de la vida, que se manifiesta en una minuciosa descripción de una proximidad visual y táctil, y que reacciona ante un ser desconocido con curiosidad, simpatía y humor.

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Kafka fue, asimismo, un turista empedernido, siempre receptivo a la animación y la novedad, como bien expresa, por ejemplo, en su relato de la carrera del Grand Prix de aeroplanos de Brescia de 1909. Él y sus dos amigos saborean el bullicio y la excitación existente cuando llegan a la ciudad. "La pensión a la que nos llevan parece, a primera vista, lo más sucio que existir puede, pero al cabo de un rato ya no resulta tan exageradamente mal. Es simplemente que la suciedad está allí, solamente eso, y no volvemos a hablar de ella; es una suciedad que nunca cambiará, que se ha adueñado del lugar, que en cierto modo hace la vida más tangible, más terrenal, una suciedad sobre la cual el posadero va y viene, orgulloso para sus

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adentros, sumiso hacia nosotros, golpeándose continuamente los codos y proyectando con sus manos sombras continuamente cambiantes sobre su rostro -cada dedo es un cumplido-, haciendo continuas reverencias", y en esas circunstancias, "¿quién, cabría preguntar, podía seguir teniendo nada en contra de esta suciedad?".

Más tarde van al campo de aviación a ver las máquinas y los aviadores. "En el cercado de delante de su hangar, Rougier, un hombre pequeño de nariz prominente, va a un lado para otro con su camisa de manga corta. Está extremadamente, por motivos no muy claros, ocupado, acciona con brazos y manos en violenta gesticulación, se toca por todas partes mientras camina, manda a sus operarios detrás de la cortina del hangar, los llama, entra él, echando a todos a un lado...". Sin embargo, delante del hangar siguiente está Curtiss sentado solo. "Al pasar, Curtiss tenía delante el New York Herald, y leía una línea del principio de la página. Media hora después volvimos a pasar por delante de él, ya había llegado a la mitad de la página; al cabo de otra media hora ya había acabado la página y empezado con otra. Era evidente que hoy no iba a volar". Nuestro cronista-turista sigue describiendo la multitud social, el aspecto de la tribuna, la preparación de los aviones por los mecánicos y los distintos despegues. Relajadamente expresa su asombro y admiración. "¿Irá a volar en esta cosita? Después de todo, a los que se dedican al agua la cosa les resulta más sencilla. Primero pueden practicar en embalses; después, en lagos, sin tenerse que aventurar en el mar hasta pasado mucho tiempo, pero este hombre solamente tiene el mar". Finalmente, con típico y rebuscado humor kafkiano, nos enteramos de que el ganador fue Curtiss.

De los diarios, cartas y relatos cortos de Kafka se pueden entresacar múltiples ejemplos de los aspectos y estados anímicos que acabo de ilustrar en los párrafos anteriores. No son ni los estados de ánimo ni los pensamientos que motivaron La condena, La colonia penal o El proceso. Son la obra de un hombre que simpatizaba con los aldeanos, los niños, los animales domésticos, los conserjes, los actores y las gentes del. circo. Son el testimonio de un observador brillante, afectuoso y humorista, que tanto en estos relatos cortos como en sus obras maestras es también un consumado escritor. Suponiendo que intentáramos relacionar el Kafka metafísico con el Kafka de estos relatos, ¿cómo pudo un hombre con sus visiones de pesadilla, sus desgarradoras dudas, su sumisa inmersión en una aburrida vida de oficina, haber dado a millones de lectores un sentido positivo del valor de la vida?

La respuesta está, creo yo, en la vital intensidad y en el humor chispeante que componen un elemento primordial de sus relatos y una corriente subterránea constante de sus historias más conocidas.

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