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Tribuna
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Madrid-2

Fuentes, cascadas vegetales, espejos y lienzos blancos. Una música ambiental que lo anega todo y pule la mínima aspereza de las cosas, una luz tamizada que desmaya los conceptos. El centro comercial Madrid-2 no existe. Abarca más de 200.000 metros cuadrados de hormigón y 5.000 toneladas de hierro, pero su existencia es un ensalmo. Sus 350 tiendas no se encuentran allí para escarbarnos en la capacidad de compra. Por el contrario, todo el conjunto es un obsequio. Jamás,se habría imaginado que el madrileño barrio del Pilar mereciera un galardón de este rango. Que un barrio tan pobre y polvoriento fuera reconocido con tan fastuoso regalo. Y algo de prodigio o de quimera hay en ello.El centro comercial actúa en estos días inaugurales como una seducción que hubiera llegado planeando. Más que una conátrucción fundada en la tierra, se representa como una suerte de providencia venida, desde el cielo. Quizá también desde un mar lejano u Otro ámbito gemelo. Basta, en definitiva, penetrar en el reino para dejar atrás la memoria de una vida deletérea. El centro es autónomo, exclusivo, a nada remite que no sea su propio corazón neumático. Está suspendido en un vacío, y en esa oquedad, bruñida y blanca, quedan sanados los cuerpos. Cuerpos limpios, depurados de toda reminiscencia, aptos para expresarse sólo mediante la sugerencia de la compra. Todo el ser convertido en un deseo. Comprar. Pero comprar no es allí intercambiar una parte de nuestra libertad por un objeto. Ni tampoco la transformación de una tensión en su objetivo. Toda distancia queda amainada, abolidas las resistencias y el acecho de culpa. La compra es una atmósfera, una armonía continua en la que viajamos sumidos como en un sueño. Nada más natural que comprar. La compra es la elemental respuesta de nuestra voluntad una vez convertida en naturaleza. Podría decirse que somos ya como mercancías que buscan naturalmente a sus mercancías, como productos deseantes que se aparean instintivamente con los productos. Y todo ello sin fragor, insensiblemente. Sorbidos por ese limbo de la compra que no tiene adentro ni afuera. Que todo él se configura como la sustancia del mundo, la totalidad del deseo.

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