Mal diálogo sobre Líbano
LA RECONSTRUCCIÓN de Líbano como país, que se pretende en la conferencia multipartidista de Ginebra, Pasa, Por una parte, por un nuevo concepto unitario de su mosaico de minorías que reconozca la igualdad de todos y, por otra, por la retirada no sólo de las tropas, sino de las influencias extranjeras. Dos problemas intercomunicados. Toda la tremenda violencia del ultimo año en Líbano con el asalto de Israel, las matanzas de musulmanes y, finalmente, la matanza de marines americanos y paracaidistas franceses- gira en tomo a los intentos de sostener la hegemonía de los cristianos, representados por el Gobierno de Gemayel, por un lado y, al mantenimiento -Por el otro- de los palestinos de la diáspora, en una tensión de presión sobre Israel, alimentada por Siria y, desde más lejos, por la URSS.No es fácil que ahora todo el núcleo interior y exterior, que tiene un poder aún precario, desafiado y tambaleante, ceda ante lo que, por otra parte, parece de estricta justicia: que se anulen los anteriores pactos de convivencia, impuestos, y se proceda a la institucionalización del país por vía de sufragio universal, sin tener en cuenta en los votantes ni las razas ni las religiones. Hay que observar que la hegemonía cristiana estaba teóricamente basada en un censo que ahora se discute, pero iba más allá de un mero reparto parlamentario: los mandos del ejército y la policía, los privilegios para la industria y el comercio, el manejo real de la riqueza. Al hacer abstracción de las diferencias censitarias el sufragio universal consideraría únicamente lo que parece lógico, la mera ciudadanía de los libaneses: pero equivaldría a una revolución.
Es difícil pensar que tal votación -que Gemayel ya ha rechazado, al mismo tiempo que niega que haya habido variaciones demográficas en los últimos años pudiera hacerse en presencia de dos ejércitos, el sirio y el israelí, y en plena guerra civil. Es difícil, también, pensar que la solución podría estar en una partición de Líbano entre las distintas etnias, representada ya por la existencia de cinco mesas separadas en la sala de conferencias del hotel ginebrino donde se discute: este regreso a la Edad Media no significaría ninguna posibilidad de paz. Al mismo tiempo, se puede asegurar que ninguna de las potencias exteriores interesadas por la zona, grandes o pequeñas, van a abandonar. La idea de una neutralización de Líbano, que hace unos años hubiese parecido satisfactoria para Israel, ya no resulta viable. Mucho menos el sueño de volver al Líbano anterior, al que se presentaba como un modelo de convivencia y que era un mundo de resignación y de conformidad.
No es fácil pronosticar un final feliz a la conferencia de Ginebra, pero el hecho de que se haya podido llegar a ella es ya una satisfacción. Algunos observadores creen que en las primeras reuniones y en los -diálogos de pasillos hay un principio de flexibilidad. Pero en Líbano las armas continúan funcionando, y los fanáticos de los dos lados (o de los cinco, de los diez lados) están convencidos de que Ginebra es una traición, y que sólo la fuerza puede aportar una solución: los combates continúan. No bastará sólo con que los conferenciantes estén decididos a dar algunos pasos atrás -y no lo parece-, sino que sería necesario qué sus seguidores sobre el terreno los aceptasen y que las grandes potencias se concordasen entre sí. Mientras Estados Unidos crea en una solución única y forzosa, mientras la Unión Soviética crea que la perpetuación del caos la favorece, las soluciones no van a llegar.
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