Yona Walkerman,
sargento de las fuerzas policiales israelíes, se ofreció voluntaria para la misión de desenmascarar y derrocar al reyezuelo de la prostitución de un barrio de Jerusalén. El proxeneta se quedó de piedra cuando, al exigirle a su nueva protegida el dinero recibido por sus servicios a un cliente, ésta sacó una pistolita de la liga, le puso cara a la pared y lo esposó en cuestión de segundos.
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