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Thatcher acude inesperadamente al congreso conservador para apoyar a Cecil Parkinson

Soledad Gallego-Díaz

Los delegados del 100º congreso del Partido Conservador británico, que se inició ayer en Blackpool, ovacionaron al presidente de la organización, John Gummer, cuando mencionó en su discurso de apertura a su predecesor y actual ministro de Industria y de Comercio, Cecil Parkinson, protagonista en los últimos días de un escándalo familiar.

Los aplausos no han disipado, sin embargo, las dudas sobre el futuro político del ministro favorito de Margaret Thatcher, pese a todos los esfuerzos de su protectora para evitar que la sombra del escándalo se extienda por el congreso. La primera ministra, que no era esperada en la sesión inaugural, se desplazó inesperadamente a Blackpool para tomar las riendas de la situación y solicitar a sus colegas que cierren filas en torno al ministro en desgracia. La reacción final de los delegados no podrá ser calibrada hasta mañana, cuando que está prevista la comparecencia del propio Cecil Parkinson, aunque los partidarios de que no dimita han lanzado una contraofensiva: una avioneta con una gran ban derola que decía "No echéis a Cecil" sobrevoló ayer el edificio en el que se celebran las reunio nes. El escándalo ha distraído la atención de los congresistas de otros problemas más importantes: cómo recuperar la iniciativa política que el partido parece haber perdido en los tres últimos meses y cuál va a ser la actitud del sector moderado o wet, que en los días previos a la inauguración del congreso dejó oír susprimeras críticas públicas desde, la victoria electoral del pasado mes de julio.Los más destacados representantes de ese sector, Francis Pym, ex ministro de Asuntos Exteriores, y Peter Walker, ministro de Energía, tienen previsto intervenir en mítines al margen del congreso oficial, y se espera que reiteren, más o menos veladamente, estas críticas, sobre ,todo en lo relativo a la políticaeconómica de la primera ministra.

Pym no dudó ayer en criticar también en la Prensa los duros ataques de Margaret Thatcher contra la Unión Soviética, recordando que su obligación como jefe de Gobierno británico es ayudar a mantener el diálogo entre las grandes potencias.

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