El futuro de Líbano,
SI ALGO parece claro hoy en Líbano, es que Siria aumenta su presencia militar y política, su capacidad de influencia y su seguridad, mientras Israel reduce la suya, se limita -aun en contra del deseo de Estados Unidos- a una franja más estrecha en su frontera norte -el sur de Líbano- y ve perderse sus antiguos aliados cristianos: más aún, les abandona. Los misiles soviéticos SS-21 subrayan esta fortaleza de Siria, mientras Estados Unidos trata de negociar con Asad para regular en lo posible la influencia siria: quizá para llegar a retirar sus propios marines (¿a cambio de que los misiles soviéticos no se instalen, o al menos de que lleven cargas convencionales?) y dejar en manos de sus aliados europeos (incluyendo, inesperadamente, a España) para que vigilen el cumplimiento del alto el fuego (que hace el número 179 en la lista de la guerra de Líbano, lo cual indica su escasa fiabilidad) y posteriormente los acuerdos, si los hay, de la Comisión de Reconciliación Nacional, donde parece que Gernayel no dispone más que de tres partidarios entre los 10 miembros: menos que Siria. A esto ha conducido la tétrica aventura de Beguin.El enjambre de fuerzas mayores y menores del Líbano, el trabalenguas de drusos, maroñitas, chiitas, sunitas, montes del Chuf, valle de la Bekaa, nombres propios de viejos y nuevos políticos, podría irse estudiando como lo que puede llegar a ser la geografia política de un Líbano futuro: una serie de enclaves, de clanes, de milicias, una Edad Media de señores de la guerra, vagamente sometidos a un posible poder central y, sobre todo, contenidos por unas potencias extranjeras. Siria, con sus 40.000 soldados con armas rusas y sus misiles de retaguardia; Israel, a la defensiva, sostenido por Estados Unidos y por unos contingentes de tropas europeas desprovistas de: motivación, de estímulo o de otro interés que no sea el de salvar sus pellejos.
La historia de cómo se ha llegado hasta aquí es breve. Beguin y Sharon emprendieron una aventura militar que debía asegurar un Gobierno amigo en Beirut, Gobierno que debía proceder al exterminio y exilio de los musulmanes combatientes, empezando por los palestinos, y que debía proceder después a una recuperación nacional, haciendo salir de su territorio a los extranjeros. Decidieron que ese Gobierno debían ejercerlo los Gemayel, dinastía que se hizo nazi en Berlín durante los Juegos Olímpicos de 1936 y que tomó el nombre de Falange para su partido. No contaron con algunos hechos históricos: uno fue la indignación en el interior del país y en el mundo entero por su violencia y por la forma de la ocupación y matanzas sucesivas; otro, que provocaban una resistencia ardiente en el propio Líbano y que los cristianos son una minoría; el tercero, que Siria no estaba dispuesta a abandonar sus posiciones, su ambición -la del presidente Asad- de tener un puesto detacado en el mundo islíanico y el apoyo decidido de la URSS a esa causa. Que el error de Israel estuviese por lo menos compartido por el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos parece más que probable.
La Comisión de Reconciliación Nacional, que ahora se reúne, tiene que intentar establecer una forma de gobierno distinta para Líbano, y esa forma de gobierno sólo será viable si reconoce y asume la importancia de las mayorías musulmanas y acepta que Siria tiene hoy una iniciativa. Dicho de otra forma, si se distancia de Israel. Este, desgarrado por su crisis interna, herido por las casi 600 bajas que ha tenido en esta operación y con la convicción de que lo que ha hecho ha puesto más en peligro su existencia nacional, parece en efecto dispuesto a retroceder.
La solución diplomática que se apunta ahora va por ese camino: un Gobierno neutralizado en Beirut, un cierto equilibrio entre los clanes de la capital, una potencia siria en el valle de la Bekaa, con bases de misiles en su territorio que pueden alcanzar directamente Israel, una franja en el sur donde los israelíes puedan establecer un colchón de seguridad sobre sus propias fronteras, y un futuro inquietante. La otra alternativa es la de un nuevo golpe, una nueva exhibición de fuerza: un ataque directo a Assad, una guerra contra Siria. No hay en estos momentos moral para ello, ni en Israel ni en EE UU.
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