Camaleón
La última película de Woody Allen cuenta la historia de un hombre camaleón. Un frágil emigrante que para sobrevivir adopta los rasgos físicos y mentales de las personas que le rodean. Con los negros del jazz caliente se vuelve oscuro como Louis Armstrong, con los gordos alcanza los 200 kilos, con los intelectuales de la depresión se transforma en un intelectual depresivo, con los psiquiatras que lo tratan resulta ser el colega favorito de Freud y con los nazis es íntimo de Hitler.Las peripecias del pequeño hombre de Manhattan nos vienen esta vez como metáfora al dedo, y por esa razón no le auguro yo a Zelig mucho éxito por estas pantallas. Lo único que los camaleones no soportan es contemplar su figura huidiza en un espejo.
Andan estos días vendiéndonos toda suerte de narraciones de ese nuevo género literario llamado la transición, y el sonido que emiten esas páginas suena a inconfundible música para camaleones.
Qué nos va a contar Woody Allen del hombre camaleón. El tal Zelig asombra por su capacidad para cambiar de piel, de psicología, de peso o de pasado, pero en estos años transicionales hemos visto aquí cosas mucho más fascinantes. Hemos visto a la mayor parte de nuestros héroes políticos, económicos y culturales cambiar con pasmosa naturalidad de régimen, ideología, moral, escaño, lenguaje, sigla, fidelidades inquebrantables, consejos de administración, señas de identidad. Hemos visto cómo se transformaban los comunistas en eurocomunistas, los socialistas en socialdemócratas, los republicanos en monárquicos, los centralistas en autonomistas, los fascistas en centristas y los centristas en fraguistas.
Precisamente en esa fabulosa capacidad camaleónica residió el indiscutible éxito de la transición, y por eso mismo es muy de agradecer a Woody Allen la ternura y benevolencia que dispensa a la muy injustamente bilipendiada figura del hombre camaleón. Propongo que el inevitable monumento a la transición sea una estatua a Zelig. No sólo porque es la figura metafórica que mejor resume estos años históricos, sino para evitar en nuestros jardines otro horror geométrico al cubo.
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