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Santa Grace

A un cura italiano se le ha ocurrido la idea de pedir la canonización de Grace Kelly, en el siglo Gracia Patricia de Mónaco, y está trabajando en ello. A mí me parece muy bien, porque era muy duro, hasta el momento, que las pobres mujeres ansiosas de promoción no pudiéramos pedirle a ninguna santa el ser más altas, más rubias, más de Filadelfia y más propietarias de casinos internacionales.Se lo merece. Renunció a Hollywood cuando se hallaba en el esplendor de su carrera y en la plenitud de su éxito como mujer, rendidos y a sus pies todos sus partenaires, ya que, como contaba su propia madre, ni Cary Grant, más dado a la fabricación de perfume, se le resistió. Dijo adiós al oro y al moro a cambio de invertir toda la fortuna de los Kelly en un pequeño principado que estaba a punto de caer en las garras de Francia o en las no menos alevosas de Aristóteles Onassis. Casóse con un gordito en ciernes, aficionado a la bullabesa y lo dio todo a cambio de algo tan sencillo como reinar, presidir el baile de las Camitas Blancas e ir adquiriendo un aire de matrona digno de la serie Yo, Claudio.

Santa Grace de los Principados, de los casinos, de los furruses y los perifollos en cintura, de los moños trenzados sobre cabeza altiva, del triunfé pero renuncié a todo por un trono. Santa Grace del Hola, ora pro nobis. Sólo los más empecinados agnósticos, sólo las descarriadas que preferirían ver canonizada a Romy Schneider, tendrán algo que oponer a tan acertada iniciativa. Al fin tendremos a Cenicienta en los altares. Mártir por su violenta muerte -mártir, porque murió por controlar demasiado que no se le arrugara el traje de noche que llevaba en el asiento de atrás-, y también virgen, porque no está del todo comprobado que con Raniero, tan dedicado a las patas de langosta, se lo pasara pipa.

Siempre la recordaremos, difunta y emperifollada, en su ataúd-estuche de la Señorita Pepis.

Crearíamos, además, un precedente, y algún día el santoral podrá verse animado con los nombres de santa Farah del Exilio Perpetuo, san Gonzalo de Borbón y de las Cantigas y santa Gunilla von Bismark de las Marbellas. Tenemos un filón inagotable.

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