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El deber

Manuel Vicent

El hombre es un mono con piel de cerdo que se ha vuelto loco. Este extraño ser se pone en la cabeza las cosas más increíbles, boinas, mitras, gorras de plato, gorros de pastelero, tiaras, cascos con cuernos de vikingo, birretes, bonetes,y chisteras. Probablemente, debajo de cada uno de estos sombreros hay un único cerebro dañado por la misma lesión: esa que segrega el oscuro deseo de ser feliz. Para conseguir este objetivo el hombre ha fabricado catecismos, cohetes atómicos, potros de torturas, cámaras de gas, instrumentos musicales, tartas de cerezas, concursos de belleza, sonetos y campos de concentración. También se ha ayudado con diversos zumos, hierbas, semillas y raíces, y así, mientras unos maceran dinamita en un mortero, otros fuman marihuana o se rehogan las venas con alcohol. Últimamente, el hombre monta en unos cacharros de lata y va disparado a 200 por hora a ninguna parte. Anda huyendo de sí mismo. ¿Quién le persigue? Sin duda, el imperativo categórico, que es el policía más tenaz, un virus cerebral causante de su locura.Desde que salió del paleolítico el hombre lleva el sentido del deber agarrado a los bulbos del cogote. Tiene que levantarse a las ocho, tiene que ir a la oficina, tiene que enamorar a la pareja, tiene que conseguir el ascenso, tiene que alcanzar el cielo, tiene que obedecer las leyes y los reglamentos. Tiene que cumplir con su deber precisamente por ser su deber. Este imperativo categórico es un virus maligno. ¿Cómo se podría luchar contra él? Liberarse de este virus es una antiquísima aspiración del hombre. Algunos indios lo han intentado mascando hojas de coca; algunos héroes han buscado la salvación en la orgía de la guerra; algunos sacerdotes han inventado la fe y el pueblo llano ha encontrado un remedio más a mano en la taberna o en los fumaderos de opio. La carrera de armamentos también es otra fórmula de hallar la felicidad. Un cohete atómíco es un porro gigante que nos puede dejar colgados eternamente. He aquí la solución: puesto que nada hay que hacer, nada queda por hacer. Lo ha dicho el profeta. Si quiere ser feliz, no haga absolutamente nada. Túmbese.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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