Lesión y castigo
ANDONI GOIKOETXEA, el defensa central del Athlétic de Bilbao que lesionó a Maradona en el encuentro disputado el pasado sábado en el Camp Nou, ha sido sancionado por el Comité Nacional de Competición con 18 partidos de suspensión, un período que, aproximadamente, según las iniciales previsiones médicas, equivaldría al tiempo que el as argentino deberá permanecer alejado de los campos de juego. Este fallo, que sigue a unos días de acaloradas reacciones en uno y otro bando, amenaza, lejos de poner fin a una agria polémica, con aumentar los grados de una discusión suscitada a raíz de un hecho que se inscribe en el actual clima de violencia de nuestro fútbol.El castigo a Goikoetxea, al contrario de lo sucedido en otras temporadas, ha sido aplicado al nivel máximo que permitía la modalidad de la sanción por "agresión a un contrario originaria de lesión grave". Y la lesión que sufre Maradona no sólo privará al Barcelona de su mejor jugador diarante cuatro meses, sino que deja abierta la interrogante sobre si la larga y difícil recuperación que ahora comienza permitirá la vuelta de un Maradona totalmente restablecido o si, por el contrario, marcará una línea divisoria en la carrera del futbolista azulgrana, que quedaría así partida en dos: antes y después de la agresión de Goikoetxea.
En la polémica sobre la proporción existente entre la lesión y el castigo, unos, los seguidores que se amparan en la "no intencionalidad" a que hace referencia el Comité de Competición, querrán ver en la sanción la aplicación de una especie de ley del Talión a causa del nombre del lesionado, y otros, en el bando de los que por quinto año consecutivo ven peligrar el título de la Liga por razones que a veces han superado el ámbito del gol o del buen juego, no considerarán exagerado el castigo sino ejemplar.
El caso Goikoetxea debe mover también a la reflexión sobre uno de los aspectos más cruciales del fútbol: la administración de la justicia sobre lo que acontece en un terreno de juego que sólo debe ser un simple escenario para las habilidades de unos jugadores. La responsabilidad del árbitro del encuentro, Jiménez Madrid, aparece un tanto diluida frente a la figura de los protagonistas de la jugada fatídica. Sin embargo, dicha responsabilidad parece fuera de toda duda, sobre todo ante su actitud tolerante, que en buena medida pudo propiciar el comportamiento violento que dio origen a tan lamentable espectáculo.
Es lógico que el comité haya hecho pública su sanción después de completar la información recogida en el acta con la visión del vídeo del partido y del parte médico, pero las mismas limitaciones del árbitro y hasta del Comité de Competición parecen subrayar el desfase existente entre las características del fenómeno futbolístico, que se sitúa por encima del marco estrictamente deportivo, y los avatares de unos profesionales que, al contrario de lo que ocurre en otras actividades, están al margen de la acción de unos jueces que no sean los deportivos y más protegidos de posibles presiones. Y esto es igualmente válido para un superclase como para cualquier profesional de ficha inferior que también puede ver bruscamente truncada su corta carrera.
Por lo demás, la imagen de un Goikoetxea vitoreado y sacado a hombros de San Mamés puede ser comprensible en el marco emocional en el que se desarrolla el fútbol, pero en nada favorecerá al restablecimiento del clima de entendimiento que debe prevalecer en el deporte.
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