La ética y el espíritu revolucionario
Régis Debrai, el que fuera daimon inspirador del mítico Che Guevara en sus correrías guerrillerás por América Latina, acaba de publicar un libro denso con el título de Crítica de la razón política.No voy a hacer una recensión ni un resumen, sino simplemente a tomarle la palabra en una sugestiva fantasía que propone para que la lleve a cabo un personaje providencial.
El hecho es que en Occidente, y no sólo en Polonia, el cristianismo actúa en superficie, pero también en profundidad, y a espaldas de las vanguardias más evidentemente ateas. Especialmente en América Latina, la cultura cristiana: desborda al cristianismo y le sobrevive en el socialismo científico.
Los temas de la redención por el sufrimiento, de la salud en la muerte, de la expiación del pasado se visten, dentro del vocabulario marxista-leninista, con términos que dejarían a Marx y Lenin perplejos, derivados como son de los místicos castellanos y de Martín el Apóstol, si no de Séneca: el íbero. Zapata se consagraba a la Virgen y Sandino cultivaba la teosofía.
Por eso, Régis Debrai afirma que habría que escribir un libro, que pronto nos ofrecerá un Max Weber latino: La ética y el espíritu revolucionario. En su libro clásico La ética y el espíritu del protestantismo, Max Weber puso de manifiesto cómo la salvación por la gracia ha hecho mucho por el capital, desde el momento en que, al admitir Calvino el préstamo con interés, un buen comerciante ya no era un mal cristiano. Pero hoy, en tierras latinas, es evidente que un mal católico jamás hará un buen combate.
Debrai pasa por alto los orígenes religiosos de las doctrinas protosocialistas (Saint-Simon, Fourier, Cabet, etcétera) y asegura que en la Europa de los revivals del último siglo ni siquiera las afinidades particulares del catolicismo romano, como religión de autoridad, con estructura jerárquica, encuadramiento y tejido institucional cerrado, con cierto socialismo real, han sido obstáculo para la explosión de la ética católica en el proceso revolucionario.
El término religión, lo sabemos, está excluido (por impiedad) del vocábulo comunista (real), el cual, sin embargo, no teme ceder la presidencia a las ceremonias y acoge muy bien la grandiosidad de las manifestaciones de masas. Y es que por la misma pendiente que lleva de la subversión del Estado existente a la edificación.de Estados casi insumergibles, las revoluciones empiezan por la fiesta y acaban por la ceremonia, o sea la fiesta ritualizada. Y lo más curioso es que las sociedades en que el ateísmo científico se erige en doctrina de Estado sudan la religiosidad por todos sus poros.
Todo esto explica la alarma que a las instituciones imperialistas de Estados Unidos les causa esa nueva boda entre la ética y el espíritu revolucionario, entendiendo aquí concretamente por ética la vieja tradición católica de origen hispánico. Hay muchos que no se explican que en la metrópoli se haya desarrollado no poco el anticlericalismo, mientras que es muy menguado en los Estados hispanohablantes que de ellas se separaron. Hay muchas causas, pero una de ellas es que los misioneros que se fueron para tierras de Indias iban huyendo de la quema de la Inquisición y eran, por tanto, portadores de un catolicismo germinalmente abierto a una ética revolucionaria.
Tampoco es una casualidad que haya sido en América Latina donde haya nacido y se haya desarrollado un determinado tipo de teología: la teología de la liberación. Aquí ha sido donde por primera vez los herederos de la vieja Inquisición se han despertado y se han desmelenado, alarmados por la fuerza y el vigor de esa realidad que estaba como soterrada bajo las pampas y las antiplanicies.
Ya sabemos que, a instancia y con ayuda de N. Rockefeller, se instituyó el Instituto para la Democracia y la Religión, que no es más que una Inquisición renacida y con la cara lavada.
Por eso también ya hoy el conflicto profundo del catolicismo no es horizontal: Este-Oeste; el telón de acero acerca, más que separa, a los católicos de ambas orillas. El conflicto verdadero es Norte-Sur, y en su trama no funciona para nada el ya raído telón de acero.
Y finalmente yo me pregunto: si de un capitalismo calvinista ha surgido un socialismo real, tal como lo vemos en los países del Este, ¿quién no nos dice que de un catolicismo de ética revolucionaria puede salir algo así como unas sociedades socialistas donde uno no se aburra?
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