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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Una argumentación intuitiva contra la estabilización

En el apogeo en esta etapa del consumismo los países occidentales consiguieron niveles de vida que nunca se habían alcanzado hasta entonces. Sin embargo, este desarrollo ha tocado techo, pues los recursos naturales no pueden sufragar ya su despilfarro. Intentar resolver esta crisis desde el modelo consumista equivaldría a emular a Sísifo, condenado por Zeus a empujar una piedra hasta la cima de un monte, desde la cual irremisiblemente se le caía, teniendo que repetir tan penosa tarea.La ciencia económica occidental se ha estancado en una apología del consumismo e intenta buscar las razones y soluciones a esta crisis en leyes económicas que pudieron ser parcialmente válidas hace algunas décadas.

Mi opinión de estadístico es que los índices macroeconómicos clásicos, construidos para describir economías en crecimiento, se han quedado completamente obsoletos a la hora de describir los problemas sociales. La apología del sufrimiento en el presente para conseguir un bien futuro, orientada hacia el pueblo, es un estandarte que los economistas han arrebatado entusiásticamente a la Iglesia.

Espero que los sufridos trabajadores de tiempos pasados hayan encontrado en el cielo la satisfacción que no tuvieron en la tierra, pero me consta que los igualmente sufridos trabajadores de hoy día no vamos a encontrar, tras el purgatorio de un plan de estabilización, el paraíso de una sociedad con poco paro y muchos servicios sociales. Las razones podría exponerlas por medio de una argumentación técnica, pero los pocos que la entenderían son principalmente los que no aceptarán jamás sus fundamentos sociológicos. Por esta razón utilizaré una argumentación intuitiva más transparente.

En los análisis de los economistas del Gobierno hay una conclusión implícita, aunque no se exprese claramente: mientras no se reduzca la inflación no es posible afrontar el problema del empleo. Por otra parte, creen que para reducir la inflación es imprescindible controlar las rentas salariales.

La inflación, vista desde una perspectiva amplia, no es más que un exceso de consumo que no puede ser sufragado con los recursos existentes. Es obvio, pues, que hay que reducir el consumo y aumentar la riqueza para luchar contra ella. Ahora bien, donde aparece el error, que ya cometió UCD y el Gobierno actual puede estar tentado a repetir, consiste en creer que para conseguir este objetivo se debe reducir en términos reales los salarios y las pensiones, haciendo levantar la piedra a las clases más necesitadas.

El consumo depende más de los hábitos que de los ingresos. Una reducción de los salarios no lleva aparejada otra del consumo a corto plazo, pues este consumo, que cubre sobre todo necesidades primarias, se mantiene recurriendo a otras fuentes, como por ejemplo los ahorros.

Conforme aumentan los ingresos medios, se dilata la porción dedicada a necesidades secundarias. Los gastos, realizados por los estratos sociales de renta más alta son más fáciles de reducir.

El dinero fácil se gasta fácilmente, no se aplica a la inversión productiva. Muchos años de pusilanimidad, tolerancia o connivencia ante irregularidades administrativas han inundado nuestro país de gigantescos agujeros sin fondo que absorben ingentes cantidades de dinero. Rumasa no era más que una simple muestra. Citaré sólo los primeros ejemplos que me vienen a la memoria: la Seguridad Social, donde se evaporan los fondos antes de llegar a sus justos destinatarios; las compañías eléctricas, cuyas actuaciones fueron criticadas con acierto por la revista Ciudadano en su número de julio de 1983; los laboratorios farmacéuticos; los consejos (le administración mastodónticamente retribuidos, y el fraude fiscal, que supera el billón de pesetas, lo que equivale a cinco veces el agujero contable de Rumasa.

Lucha contra el fraude

Seguir financiando estas irregularidades con el esfuerzo de todos los trabajadores no las va a resolver, sino que las va a dilatar. El Gobierno ha de afrontar con valentía que la lucha contra el fraude es la mejor forma de luchar contra la inflación.

Otra medida complementaria contra la inflación debe ser un control más severo de la publicidad, en el sentido de evitar que se creen necesidades ficticias. Otra medida interesante contra los gastos suntuarios sería la ampliación de la recaudación mediante el impuesto de lujo. La recaudación directa también debería aumentar, o bien aumentando con auténtica progresividad la presión fiscal, o bien, como sería preferible a fin de conseguir la deseada transparencia, persiguiendo el fraude con menos tibieza. La razón de la evasión de capitales no es la presión impositiva, que es una de las más bajas de Europa, sino la distribución de riesgos ante las incertidumbres de la economía española; por esta razón, un incremento de la presión fiscal no debe fomentarla.

Medir la competitividad exterior de un país usando solamente la cotización del dólar u otras divisas se ha revelado como una forma de análisis muy grosera. Los resultados de la última devaluación lo demuestran. Nuestras exportaciones a Estados Unidos, que en 1982 sólo cubrieron el 30,19% de las importaciones, apenas han variado.

Para paliar el desequilibrio exterior existe una medida bastante más efectiva: aumentar la calidad de nuestros productos. Nuestro mercado exterior de manufacturas cubre principalmente el segmento de productos de bajo precio y poca calidad. Reducir nuestros precios no va a aumentar nuestras ventas, pues países del Tercer Mundo fabrican productos de calidad análoga con precios inferiores.

Incrementándola saltaremos a una banda de calidad superior, donde podremos explotar la baja cotización de la peseta. También disminuirán nuestras importaciones de productos industriales.

Uno de los grandes inconvenientes de la sociedad de consumo es que las cosas no se fabrican ya de forma que su duración sea máxima, sino buscando que sólo sea la necesaria para que el que adquiere el producto no se sienta defraudado.

La continua renovación de los bienes manufacturados dilata en gran medida el consumo, por lo que un incremento en la calidad de los nuestros generaría una contracción en él, que se referiría sobre todo a los productos importados.

Rafael Marazuela Cejudo es estadístico.

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