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Cataluña celebra su fiesta nacional sin lograr pactar una manifestación unitaria

La Diada, una progresiva desunión

El espíritu de la conmemoración multitudinaria de 1977 se ha perdido por los enfrentamientos entre los partidos catalanes

Enric Company

En 1976 la plaza de Cataluña de Sant Boi de Llobregat fue el escenario en el que las emergentes fuerzas políticas catalanas consiguieron concentrar sus efectivos por primera vez de forma legal. Un tira y afloja constante hasta el último momento con el gobernador civil permitió celebrar el primer 11 de septiembre sin represión policial desde el final de la guerra civil. A pesar de los miedos e incertidumbres, el éxito fue evidente. A medida que el gentío se apretujaba quedaba claro que todos los conatos de manifestación en que un día u otro habían participado iban a fructificar en un encuentro grandioso dentro de una plaza que la víspera pocos se hubieran atrevido a imaginar insuficiente.La cifra mágica: un millón

ENRIC COMPANY, Barcelona

P., Buenos Aires

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Una nueva lectura del 11 de Septiembre

Un año después ya se habían celebrado las primeras elecciones democráticas y en Cataluña habían ganado los partidos de izquierda, catalanistas y democráticos. Los partidos, desde su legalización, no cesaban de reclamar el establecimiento de la Generalitat y el regreso de Tarradellas, el presidente exiliado. Los cuatro puntos programáticos de la Asamblea de Cataluña -libertad, amnistía, estatuto de autonomía, mayor igualdad social y económica- habían empezado a alcanzarse, pero aún no había estatuto ni Generalitat, y su reivindicación estaba en el momento de mayor apogeo.

El forcejeo político se encontraba entre los partidos catalanes y el Gobierno de Adolfo Suárez cuando llegó el 11 de septiembre de 1977, domingo. Y fue la apoteosis del nacionalismo catalán. Se dijo entonces que a la manifestación asistió un millón o un millón y medio de personas. El cálculo fue, con toda probabilidad, exagerado, pero tuvo honda repercusión política. Los 30.000 ó 40.000 politizados que habían estado en Sant Boi daban paso a una multitud compuesta por familias enteras que desbordaron el Paseo de Gràcia. Y aquellas familias eran la expresión clara, por su aspecto, por su comportamiento, por la inocencia con que habían llevado a los niños y a los abuelos a la manifestación, de que era un sentimiento nacional auténtico el que salía a flote.

La Diada de 1977 fue un instante cenital de Cataluña y uno de esos raros días que quedan grabados en la conciencia de los que han vivido, como el 14 de abril de 1931 o el 18/19 de julio de 1936. Después no quedaba otra posibilidad que bajar de ese nivel. Eso fue lo que empezó el año siguiente. Suárez extrajo rápidamente las consecuencias y el 11 de septiembre de 1978 se celebró ya con la Generalitat restablecida, Tarradellas presidiendo un Gobierno de unidad -sin apenas facultades, en el que la mayoría de izquierda estaba bajo control- y un proyecto de constitución.

Descenso en asistentes

El 11 de septiembre de 1978 hubo un muerto en una manifestación convocada por un grupúsculo izquierdista al margen de la gran marcha unitaria que se hizo en el centro de Barcelona. A esta última asistieron como un tercio de los del año anterior, y la seguía presidiendo la sensación de que el adversario era el Gobierno central, sobre el que se han cargado cada Diada todos los agravios históricos acumulados por lo menos desde 1711, más las dificultades políticas de cada momento.

La Diada de 1979 se celebró con el Estatuto de Autonomía aprobado por la Comisión Constitucional del Congreso y con los ojos puestos en su referéndum. La manifestación se volvió a encoger (el Gobierno Civil cifró los asistentes en 350.000 personas) y por última vez estuvo encabezada por todos los líderes políticos catalanes.

La victoria de Pujol

En las elecciones autonómicas de marzo de 1980 se produjo el cambio de mayoría, que la izquierda perdió a manos de la coalición dirigida por Jordi Pujol. Su primer 11 de septiembre fue, por vez primera, fiesta oficial y laboral en Cataluña, y la manifestación resultó, mucho más que en los años precedentes, un desfile encuadrado por los partidos y los sindicatos, en el que los asistentes continuaron descendiendo en número: unas 150.000 personas.

Después llegaron las divisiones. En 1981 y 1982 los manifestantes desfilaron en cortejos distintos e intercambiaron insultos hasta llegar a las manos. Las víctimas eran los socialistas, acusados de loapizadores. En 1981 se llegó con apuros a los 100.000 manifestantes, y en 1982 los 50.000 asistentes daban ya pie a reflexiones en la linea de que en un país normalizado la fiesta nacional debe celebrarse con un festival folklórico y no con una parada política por la calle.

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