La costa de Asia
EL ASESINATO del jefe de la oposición filipina, Benigno Aquino, y la inmediata reacción popular contra el presidente Marcos y su círculo, que sufren en estos momentos la amenaza más grave de su poco edificante historia política, ha precedido en muy poco tiempo al ataque soviético contra un avión surcoreano de pasajeros que había entrado en su territorio. La reacción del presidente Reagan ante este último hecho ha sorprendido por su capacidad de magnificación política de algo que, siendo absolutamente siniestro, no parece modificar de ninguna manera la situación geoestratégica de la zona. A medida que pasan los días se advierte cómo esta reacción está perfectamente medida y controlada, sabiamente convertida en una presión mundial, no dejada ir más lejos de donde Washington quiere. Y uno de los sitios donde Washington quiere que llegue esta nueva angustia es, precisamente, Filipinas, donde de ninguna manera puede tolerar Estados Unidos que aparezca cualquier situación que ponga en duda la infinidad de sus bases en el archipiélago. Reagan va a visitar a Marcos este mes; el asesinato de Aquino puso en duda la conveniencia de ese viaje -entre otras razones, porque siempre se pensó que Aquino era el candidato a sustituto de Marcos preparado y hasta impulsado por Estados Unidos: y eso podía preocupar al presidente filipino hasta ahora más que una reacción de su propio pueblo-y el su ceso del pasillo de las Kuriles lo ha vuelto a aconsejar.El mismo movimiento, la misma exaltación de estos momentos va dirigida hacia otros países donde, de distinta manera, hay una cierta resistencia a la colaboración militar con Estados Unidos: Japón y Pakistán. En Japón, la continuidad de las crisis ministeriales (aunque sobreviva siempre un espíritu conservador) está más relacionada de lo que parece con la cuestión de la alianza con Estados Unidos. Las recientes manifestaciones en el aniversario de las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki han estado mucho más teñidas que en años precedentes de un sentimiento de nacionalismo, de un renacimiento del militarismo; y ninguna de esas dos formas de expresión se han hecho en el sentido que podría favorecer a Estados Unidos, sino en el contrario. La actualización del tema de las Kuriles, por donde ha sucedido el ataque, tiene una especial repercusión en Japón, donde partes de esa zona están consideradas como propias y usurpadas por la Unión Soviética. Un renacimiento del antisovietismo japonés con este motivo favorece a Estados Unidos, como le favorece también, frente a China, para mantener el apoyo a Taiwan, prácticamente abandonado por los presidentes anteriores y ahora recuperado por Reagan, aun a costa del evidente disgusto de Pekín, que no puede llevar de todas formas sus disgustos más allá de, donde le es posible.
En Pakistán, mucho, más al sur en el mapa, pero, indudablemente, interrelacionado, sobre todo por su frontera con Afganistán, que se ha convertido en una frontera con la URSS, acaba de suceder algo que remeda con sordina el caso de Filipias: siete miembros de la oposición que regresaban al país desde el exilio -en el Reino Unido y Alemania Occidental- han sido detenidos en el mismo aeropuerto, al mismo tiempo que los soldados del general Zia mataban a 31 personas que protestaban, en la provincia de Sind, contra la ley marcial. La tendencia hacia una democratización del país ha quedado paralizada, como han quedado paralizados los intentos de aproximación entre Pakistán y Afganistán. Un cierto proyecto emitido desde las Naciones Unidas, y patrocinado por un grupo de países afroasiáticos, pretendía que algún tipo de acuerdo entre Pakistán y Afganistán pudiera modificar sus res pectivos regímenes impuestos, suspender las agresiones mutuas y terminar con la evacuación de las tropas soviéticas de Afganistán. Aparte de las reales dificultades locales para este acuerdo, no parece que ni Estados Unidos,ni la URSS tengan el menor interés en reducir la fuerza de sus gobernantes patrocinados, sobre todo por el temor a que llegue a dominar un integrismo musulmán emanado del inmediato Irán. Y, en el centro de este largo arco de la costa asiática que va desde casi Alaska hasta el sur musulmán, la desgraciada península indochina, donde el es tado de opresión, matanzas y guerra ya no tiene posibilidad de ser calificada como civil o como internacional: es un inmenso caos donde todos son víctimas.
Los dos sucesos han iluminado una amplísima zona fronteriza de los imperios. No están aislados entre sí y representan una tragedia absolutamente continua.
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