Las de los toros huelen a fraude
Continúan cayéndose los toros y nadie, entre aficionados, acepta que la glosopeda sea su causa. Los toros se caen en toda época, con glosopeda o sin ella. Cojean no de salida, que hacen pujantes y briosos, sino a los pocos minutos de corretear, y además les sobreviene un extraño babeo. Los toros, en el ruedo, se ponen a morir. Alguien debería, investigarlo, pues huele a fraude.Deslucen el espectáculo, por supuesto, pero a muchos de los que intervienen en -el mismo, les sienta a bocata-jamón que los toros salgan sin fuerza. Por ejemplo, a los caballos de picar. Los caballos de picar, que sufren costaladas, cornadones y bajas en las corridas, íntegras, se felicitan en estas canículas de toros babeantes que se ponen a morir. No hay más que verles, relajados, sonrientes, ceremoniosos, dialogantes, con su picador en la silla, también tan ufano, y no digamos el Pimpi, que es el amo de la cuadra, y da la sensación que también del cotarro, pues manda más que un almirante.
Cuatro toros de Marín Marcos, dos inválidos, dos broncos
Cuarto y sexto de Fernández Palacios, cinqueños, de gran trapío, uno inválido y otro reservón.El Puno. Dos pinchazos, metisaca, tres pinchazos más, rueda de peones y tres descabellos (silenció). Estocada corta (ovación y saludos). Pasó a la enfermería. Raúl Sánchez. Estocada atravesada que asoma (aplausos y salida al tercio). Estocada trasera atravesada (palmas y también pitos cuando saluda). Juan Ramos, que confirmó la alternativa. Estocada y descabello (aplausos y salida al tercio). Estocada trasera atravesadísima y enhebrada, y media (aplausos). Parte facultarivo: El Puno sufre cornada en sedal de diez centímetros en un muslo, puntazo en fosa iliaca, que rompe aponeurosis y lesiona músculo oblicuo. Pronóstico menos grave.
Sabrosos estudios de expresión se logran contemplando a los protagonistas. de la fiesta que permanecen entre bastidores, durante los extraños sucesos que se producen en Las Ventas. Por ejemplo, hay que mirar al Pimpi, hombre de enorme talla para lo que se lleva en el país, cuya expresión es la de párvulo autor de balonazo en escaparate. Hay que mirar a los veterinarios, con su gesto de inocencia enternecedora. Hay que mirar a los representantes de la empresa, convertidos en estatua. Hay que mirar al presidente, que está investido de autoridad plena, y se le aprecia consciente de ella, el cual hace el Don Tancredo con mayor ortodoxia que quien lo inventó, y no le conmueve que el público grite, gesticule, flamee pañuelos, le vaya a dar un soponcio.
El público está escarmentado. Entre todos han conseguido hartar a la afición, que se abstiene de acudir a estos festejos fraudulentos. A manera de islitas volcánicas y rugientes que emergen de la plácida masa turística, queda el reducto de los cabales, invariablemente mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras. Sufren y no se aguantan. Cualquier día se irán también para no volver.
Los dos primeros ejemplares de ayer eran inválidos, aunque entre batacazo y costalada se les presumía encastados y, nobles. Juan Ramos y El Puno les dieron pases sin color ni emoción. El cuarto, un cinqueño de Fernández Palacios, fue otro inválido y la faena transcurría irrelevante cuando en el remate de un pase El Puno le perdió la cara y salió volteado de mala manera. El sobresalto conmovió al tendido, como era de suponer, y El Puno volvió al toro con impresionante entereza, como si no tuviera nada. Tenía un puntazo y una hernia.
Los únicos toros enteros, por añadidura broncos, le correspondieron, según norma de la casa, a Raúl Sánchez, el cual volvió a derrochar pundonor, unido a una depurada técnica muletera que el público no acaba de entender, pues la empaña con una bastedad innata que afea su toreo. El gazapeo, la incierta arrancada, la falta de fijeza de. sus toros, supo resolverlos dando la distancia adecuada, corrigiendo, terrenos, cruzándose, consintiendo.
Juan Ramos, que banderilleó con vulgaridad, tuvo al final otro cinqueño bronco, de apabullante trapío, al que trasteó con muchas precauciones, que por cierto eran las debidas. Los tres espadas bordearon el fracaso por culpa del ganado. En cambio, el presidente, con su autoridad imperturbable; el Pimpi, con sus caballos intactos, y la empresa, que se ahorró sobreros, a estas horas, se estarán fumando un puro, tan serranos; y hasta otra. Eliden los caballos de la cuadra de Las Ventas que la vida es de color de rosa y los picadores les dan la razón.
Babelia
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