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Reportaje:CRÓNICAS VIAJERAS: Hay Pirineos/ 3

La montaña

A los altos niveles montañeros lleva consigo una mágica transformación del mundo circundante. El aire se adelgaza; el sol está más cerca; la perspectiva de distancia y de fondo se altera; la vegetación se delimita como sí llevara una contabilidad estricta de los coeficientes oxigenados. La propia dimensión del paisaje se estira y abarca sierras, cresterías, picos y macizos, que se extienden hacia un fondo inalcanzable. El arribar por el valle de la Pique, desde Luchon al Hospicio de Francia, representa un tránsito por gargantas, torrentes de agua, caminos pedregosos y un bosque cerrado de vegetación espesa en el que se dan cita castaños, abedules, abetos, enebros, pinos, avellanos y hayas. El Hospicio es ahora cabaña de pastores, pero fue en su origen albergue de romeros a Compostela. En la vertiente sur del portillo esperaba otro refugio de peregrinos, el hospital de Benasque, al pie del Aneto y de los picachos malditos. Asombra contemplar hoy, en este plácido día de verano, el itinerario del fervor jacobeo de Europa, que fue también lugar de paso de pastores, arrieros, muleteros y contrabandistas.El ganado vacuno, lanar y caballar se congrega en los cerros y altozanos de la montaña en que pasta, con objeto de disfrutar de la corriente de aire que alivia el tórrido calor. Los objetos y las personas pierden su medida cuando nos damos cuenta de las verdaderas proporciones del valle que se abre ante nosotros. Los alpinistas que se acercan al portillo de Benasque son ínfimos puntitos entre los manchones de nieve y las rocas que bordean la rumorosa cascada. Los Posets, a la derecha, se yerguen en soberbio desafío. Un pastor menudo, de enjuto cuerpo y ojos azules, se nos acerca a conversar. Habla un francés con acento patués inconfundible. Nos narra sus andanzas y sus tráfagos. Dice que hay menos de un centenar de osos bien protegidos, que en ocasiones atacan al rebaño y matan corderos. Él ha visto bastantes; la mayoría son de piel color ocre oscuro, algunos negros, y uno, enteramente blanco como los polares, que vivió muchos años en el macizo. Los sanios abundan en manadas importantes y son difíciles de localizar por su habilidad mimética en relación con las vertientes rocosas en que deambulan. No hay lobos. Sí, en cambio, zorros, marmotas y gran número de mamíferos menores, así como, en el aire, el águila, el gipaeto barbudo, el buitre, el urogallo y la perdiz blanca.

El agua, protagonista

El agua es el otro gran protagonista de la montaña pirenaica. El rumor de los caudales fluviales; los torrentes -el Gave- que atraviesan las ciudades del llano; las cascadas espectaculares y múltiples de los circos de roca son el denominador común de la vertiente francesa. Hay una sensación de plenitud acuosa que empapa literalmente la atmósfera. Es la Europa húmeda y verde la que asoma de ese lado. Llueve mucho en el Pirineo francés, y los glaciares, junto a la nieve acumulada, alimentan el gran número de pequeños lagos que esmaltan la cordillera. Fuimos a ver algunos de estos maravillosos depósitos naturales del agua de nieve que espejea en admirable quietud las sierras y laderas contiguas. Es un líquido de temperatura bajísima, que apenas se mueve, salvo cuando es estremecido por la brisa. Tenía colores cambiantes de zafiro en el Oredón, o de esmeralda en el Lys, según las horas y los ambientes climáticos. A 2.000 metros de altura la vegetación de la pradera exhibe, sin embargo, un muestrario exuberante de color y esplendor. Le acompañan el iris, la anémona, la genciana, el edelweis alpino, el guisante amarillo y el cardo.

El gran paso adelante en la protección del Pirineo francés se dio a fines de los años sesenta, al crearse el Parque Nacional del Pirineo. Esta inmensa reserva totaliza más de 50.000 hectáreas y corre a lo largo de la frontera unos 100 kilómetros, con profundidades que oscilan entre 3 y 15 kilómetros. En un importante trozo es este parque francés la espalda de nuestro parque de Ordesa. El resultado de esta protección ha dado en 15 años resultados notables, que se observan a simple vista. La vegetación y el arbolado, intactos y defendidos, han devuelto su vigor y espontaneidad a las masas arbóreas. Me dicen que la fauna de todo orden ha crecido en términos impresionantes. Pero, además, se ha creado una conciencia y una sensibilidad cada vez más extendida entre visitantes y turistas, de respeto a ese gran tesoro de Europa que son estas montañas que surgieron de la tierra hace millones de años y que los glaciares, con su dinamismo destructor, han fracturado, dormido y aniquilado en parte, causando esa permanente sensación de caos geológico, de seísmo apocalíptico que la desordenada sucesión de valles y picachos pirenaicos produce en el espectador que los contempla desde lo alto o desde el valle.

Recorrimos los collados del Tourmalet y del Aubisque horas antes de que la serpiente multicolor ciclista inundara sus vericuetos con cientos de miles de aficionados llegados de todas partes. La Bigorra es uno de los más bellos entornos del Midi francés, rico, de enormes valles, en los que brota uno de los mejores pastos del país. "El olor del heno de Bigorra, más cautivador que todos los perfumes, lo reconocería en cualquier rincón del mundo a cierra ojos", escribía Paul Guth en una de sus exaltaciones a la tierra natal. De Bigorre vinieron en los primeros escarceos militares de nuestra Reconquista pirenaica, más de uno de nuestros linajes dinásticos, que entrelazaron sus esfuerzos en la dificil lucha contra el moro invasor. Hay que decir que esa antiquísima vinculación no ha llegado a nuestros días en formas de intercambio eficaz a escala de pasos de frontera. Entre el túnel de Viella y el Portalet no hay otro paso que el túnel de Bielsa, del que me dicen hay en ocasiones irregularidades que entorpecen la masiva afluencia en uno y otro sentido. Tampoco en el Canfranc existe demasiado interés en superar los trasbordos del tráfico. El port de Boucharo, sobre Gavarnie, tiene carretera asfaltada hasta el límite francés y una senda de montaña para pasar a San Nicolás de Bujaruelo, en el valle del Ara. Parecería, a veces, que existe un recelo mutuo entre las administraciones franco-españolas, que impide acometer en grande, teniendo en cuenta las limitaciones topográficas y climáticas, la aceleración y el aumento intensivo del intercambio turístico fronterizo. ¿No sería ése el mejor símbolo de que las puertas hacia Europa y hacia España quedaban definitivamente abiertas? La política no se hace solamente en los gabinetes ministeriales, sino también en los contactos humanos de las fronteras. Las fronteras son la fisonomía exterior de un pueblo. Su imagen, a primera vista.

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Mucho se espera y con razón de la Comunidad de Trabajo de los Pirineos -cuya sede central estará en Jaca- creada el pasado mes de abril durante la Conferencia de regiones pirenaicas y cuyo propósito fundamental es precisamente el de de recorrer en primer lugar el Pirineo francés y seguir después por la vertiente española, donde se hallan las más altas cimas. Empezaba en Biarritz y terminaba en Perpignan. Su libro es un clásico de las escaladas pirenaicas del ochocientos. Era un ser solitario, extravagante y soñador; creyente místico, que buscaba la evasión de la ciudad y de la civilización en el silencio de las alturas. Acaso lo más picante de su libro sean las reflexiones de su prólogo, en las que coteja el rígido cartesianismo francés, amante de la norma y del orden, con el vago espiritualismo británico. "El francés detesta el ensueño. Tiene horror al desorden y a lo difuminado. Le gusta alinear los álamos en los paseos urbanos en orden de batalla.

En el Reino Unido, los paisajes son húmedos, velados, de contornos imprecisos, con nieblas, de las que surgen siluetas de castillos o de lugares. La luz se derrama desde arriba, pero más que verse, se siente. Los ríos tienen cursos ondulantes, como los caminos. No hay nada rectilíneo. Hasta el viento es redondo. Por eso somos los británicos, a la vez, libres, orgullosos, excéntricos y nebulosos. Y, al mismo tiempo, melancólicos y tiernos, como nuestro horizonte". Esta curiosa descripción, que evoca la pintura de Turner, es quizá la página más relevante del excéntrico alpinista, cuyo nombre lleva hoy uno de los picos del macizo de la Maladeta, no lejos del Aneto.

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