La Costa de la Muerte
Las historias de *naufragios entre Malpica y Finisterre, poblada de rías sinuosas sobre una costa escarpada, no han eliminado su misterio y su fascinación
No hay muerte ya en esta costa escarpada que va de Malpica a Finisterre. Atrás quedaron los tiempos en que manos sin nombre colocaban luces en los cuernos de las vacas simulando faros y haciendo encallar a los barcos; el botín era así recogido por las mismas misteriosas manos y pasaba a engrosar una economía que no era demasiado floreciente. Cuenta Alvaro Cunqueiro que en el siglo pasado unos encontraron en la playa una barrica de ron. Traía dentro a un general inglés muerto en las Indias que era enviado por ese medio a Inglaterra para ser enterrado en el panteón familiar".Con luces falsas o sin ellas cientos de historias de naufragios y tragedias recorren la Costa de la Muerte, rocosa, sin duda llena de peligros, que corta bruscamente, sin advertencia alguna, grandes bosques de pinos, extensiones de maizales.
De La Coruña parte la carretera que, pasando por Carballo, se introduce en la comarca de Bergantiños. Habrá que lanzarse a partir de este punto a través de una serie de carreteras locales, no siempre bien asfaltadas y todas mal señalizadas, que pueden hacer recorrer al viajero bastantes más kilómetros de los que ya obliga la misma sinuosidad de la costa. Buño, aún en el interior, es una población alfarera de toda la vida. Cien obradores existían en los años cincuenta, que se fueron abandonando. Hoy la tradición se ha vuelto a recuperar, los jóvenes se interesan por el oficio de oleiro, y las piezas -pucheiros, cuanca, chocolateiras, queimadas- despiertan el interés de los aficionados. En la misma carretera hay una tienda en la que se puede comprar cualquiera de ellas, junto a otras de nuevo cuño y realización no demasiado afortunada.
El acantilado, muralla entre la tierra y el oceáno
De Buño a Malpica para entrar definitivamente en la costa. El lugar donde se aprieta la población no puede ser más terriblemente bello ni más adecuado a su misión de inaugurar la llamada Costa de la Muerte. Sobre un alto promontorio, que separa el puerto de la playa, se alzan casas . y calles, limitadas por un acantilado en vertical, verdadera muralla entre la tierra y el océano. Pena de esas nuevas construcciones que han desfigurado casi irremediablemente la fisonomía del antiguo pueblo de pescadores. Vale la pena acercarse hasta el cabo San Adrián y contemplar el espléndido espéctáculo de ese mar tenebroso azotando las tres rocosas islas Sisargas.
Camino de Corme se encuentra Santiago de Mens, con una preciosa iglesia románica que conserva su triple ábside y una portada lateral, y un caserío extendido con buenas casas de piedra y los característicos hórreos. Enfrente, al otro lado de la carretera, las torres de Mens, los restos, prácticamente envueltos en hiedra, de la fortaleza de los Altamira. Sobre un pequeño cerro cubierto de vegetación, el castillo parece la obra de un pintor romántico. A través de bosques de pino y eucaliptus y montes de piedra desnuda se llega a Corme, en la orilla derecha de la ría del Allons, un puerto que tiene fama de dificil y un saliente rocoso, el Roncudo, donde se encuentran los mejores percebes del mundo. Además, hermosas playas de arena blanca y agua transparente. Habrá que desandar el camino para rodear la ría, llegarse a Puenteceso y dirigirse a Laxe, justo enfrente de Corme, con aguas tan ricas en mariscos como su oponente, y, muy cerca, el famoso dolmen de Dombate.
La dulzura de las rías bajas Una carretera que sigue la costa desde el interior salva continuos montes repletos de bosques y llega hasta Camariñas, en la ría del mismo nombre, magnífica, con bosques que llegan hasta las mismas aguas, amplia y suave, contagiada ya de la dulzura de las Rías Bajas. Camariñas se extiende plana tras su amplio muelle, en el que se dan cita sus dos actividades más notables, la pesca y los encajes. A la puerta de sus casas las mujeres siguen moviendo milagrosamente los palillos sobre el tambor y realizando las formas más increíbles, una maravilla que por desgracia se va haciendo cada vez más escasa.
Vuelta atrás -es el sino de las rías- y parada en Vimianzo, con su gran castillo en medio del valle, el mismo, cuidadosamente restaurado en el siglo pasado, en el que estuvo preso Diego Muros, el obispo de Tuy, y que tuvo gran importancia en las contiendas medievales. Habrá que volver de nuevo a la ría de Camarihas -primero por la carretera comarcal, luego por la localpara acercarse a Muxía, introducida en el mar sobre una pequeña península, bellísima, uno de los pueblos más marinos de la Costa de la Muerte, toda ella sobre el agua, envuelta permanentemente en la atmósfera atlántica. Allí se encuentra el santuario de Nuestra Señora de la Barca, obra de los condes de Maceda en el siglo XVIII, en cuyo atrio se halla la célebre piedra que bascula, baila y hasta, dicen, canta, cuando el que la pisa no está en pecado mortal. En ese estado de gracia deben encontrarse todos los participantes en la muñeira que sobre ella se baila en la romería de septiembre, porque la piedra participa en la danza. Piedra legendaria, de ella se cuenta que fue la barca en que llegó a esta costa la mismísima Virgen a dar ánimos a Santiago en su labor evangelizadora en estas duras tierras paganas. No es, desde luego, la primera ni la última piedra naviera en las costas gallegas, pero, que yo sepa, el Atlántico es el único entre los océanos que resiste tal tipo de embarcación.
El promontorio inhóspito del Finis
De Muxía a Berdoyas y ya directamente a Corcubión, al fondo de la ría, una ciudad blanca y preciosa con miradores acristalados y un cementerio sobre el mar, el punto opuesto de la cada vez más industrializada Cee. La carretera bordea la ría acercándose a unas orillas que son playas blanquísimas pobladas de árboles. Después de atravesar Sardiñeiro, una población intacta con casas de piedra y hórreos auténticos sobre el mar, y más playas casi olvidadas, se llega hasta ese promontorio inhóspito que es el fin de Europa, el Finisterre que detuvo a las legiones romanas. Abierto a un mar legendario y temido, desde su extremo se contempla toda la ría, hermosísima, quieta como una postal, rodeada de bosques de pinos. Imposible imaginar un fin del mundo menos dramático. La nota inquietante la pone esa misteriosa ciudad de Duyo, sumergida siglos ha bajo las aguas, verdadero punto final y objetivo imposible de la ruta por la Costa de la Muerte.
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