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Aumenta el abandono de ancianos en los hospitales por la inexistencia de una red primaria asistencial

En los últimos años, cada verano surge la noticia trágica de casos de ancianos abandonados en los hospitales, presumiblemente para que sus familiares puedan disfrutar tranquilamente de sus vacaciones. Los médicos, mejores conocedores del asunto, consideran que ese descarnado planteamiento es demasiado simplista y enmarcan la cuestión en dimensiones mucho mayores. Los ancianos son, efectivamente, aplicados en los hospitales, pero a lo largo de todo el año. Y este hecho visible no se puede achacar -salvo excepciones, que las habrá- a la maldad de los hijos para con sus padres, sino que hay que analizarlo como la consecuencia de un nulo apoyo social a la institución familiar, hoy cargada de problemas de convivencia muy delicados.

"Yo no me creo que las familias españolas se desprendan de sus ancianos porque les estorben. Al contrario, los españoles siempre hemos tenido un gran sentido familiar. La cuestión es que las condiciones de la vida cotidiana han cambiado mucho; las casas son pequeñas y con los espacios muy delimitados funcionalmente; el nivel medio de vida ha aumentado considerablemente, y aguantar durante años a un anciano que no está enfermo, aunque padezca los achaques de la vejez, que se hace sus necesidades encima, que hay que darle de comer y ayudarle a andar, se revela como una carga a la larga pesada para sus familiares. Por otra parte, la sociedad no ofrece a las familias una red asistencial digna de ese nombre. Al final, la única salida posible es enviar al anciano a un hospital y dejarlo allí por tiempo indefinido. Los hospitales se están llenando de viejos que ocupan camas necesarias para enfermos graves, camas que valen muchos miles de pesetas al día. Y el problema se va agravando. Hoy por hoy, el 127. de la población española son mayores de 65 años, y el porcentaje tiende a aumentar". Quien así expone la cuestión es el doctor José Luis García Sierra, director en funciones del Servicio de Geriatría del Hospital Central de la Cruz Roja, el único centro hospitalario que ha puesto en marcha, en Madrid, una experiencia de asistencia integral al anciano.A las 12 del mediodía de una jornada cualquiera, unos 40 ancianos matan el tiempo practicando ejercicios manuales en la planta baja del hospital. A buena mañana, un autocar les fue recogiendo de sus casas, y hasta que vuelva a dejarlos, por la tarde, comerán allí, dedicarán un par de horas a ejercicios de rehabilitación y se entretendrán en otras actividades. Los que terminen su estancia en el hospital volverán a sus casas, donde serán visitados asiduamente por un médico, que vigilará su estado de salud; una enfermera, que se encargará de administrarles los medicamentos prescritos, y una asistente social, que cuidará de que las condiciones higiénicas de la vivienda sean las adecuadas. Todo ello, insiste García Sierra, en estrecha colaboración con el médico de cabecera, una pieza insustituible en todo el esquema.

Esta red protectora en torno al anciano, puesta en práctica por la Cruz Roja, según el doctor García Gallego debería ser asumida por cada uno de los hospitales y ambulatorios madrileños, cada uno en su zona de influencia. Los hospitales estarían situados en retaguardia y sólo tendrían que acoger aquellos enfermos que realmente lo fueran. "En estas condiciones", aseguró García Sierra, "dudo mucho que las familias recurrieran al abandono puro y simple de los ancianos en los hospitales, por la sencilla razón de que aquél no sería una carga en el ambiente familiar".

El sanatorio de la Fuenfría es el ejemplo típico de lo que no debe ser un hospital, tal y como reconocen los profesionales que trabajan en el mismo. Situado en la ladera de Navacerrada, cerca de Siete Picos, el aire puro que se respira está especialmente indicado para los enfermos crónicos del aparato respiratorio. Sin embargo, la gran mayoría de los 250 pacientes ingresados son ancianos menos necesitados de cuidados médicos que de los puramente asistenciales. El sanatorio de la Fuenfría, tal y como se lamenta el doctor Fernando Salgado, funciona como un aliviadero de los hospitales madrileños, que remiten a los ancianos hospitalizados en ellos y que no pueden ser devueltos a sus familiares, a veces porque no los tienen y en más ocasiones porque no quieren o, en buena medida, no pueden hacerse cargo de ellos.

La otra cara de la moneda.

Un anciano, si se quiere, siempre puede pasar por un enfermo porque es difícil que no presente algún tipo de achaque, lógico por la edad. En el sanatorio hay poco personal médico y mucho auxiliar. El grueso del trabajo diario se centra en curar llagas producidas por el excesivo tiempo pasado en la cama, en lavarlos, servirles la comida, ayudar a andar a los hemipléjicos y funciones por el estilo. Algunos de ellos llevan años en el centro, esperando la muerte.Casimiro Briones, de 73 años de edad, fue trasladado en una ambulancia al sanatorio de la Fuenfría desde el Ramón y Cajal. Él solo se presentó ante las enfermeras de servicio y dio sus datos personales. Nació en Colmenarejo, vivía en Madrid, en Vista Alegre, y sólo tiene un hermano, con el que se lleva bien, pero que "no tiene casa para ocuparse de mí". Trabajó durante muchos años como minero, y de ahí le viene la silicosis que padece, incurable. Casimiro es un hombre conformista ya con el tiempo que le queda de vida. Espera ser bien tratado y encontrar algún amigo en el hospital.

Uno de los candidatos a esa amistad es, sin duda alguna, Daniel Sánchez, de 85 años de edad, viudo, con dos hijas, ambas casadas, una de ellas sin hijos y residente en Barcelona; la otra vive en Madrid, separada de su marido, con tres niños, y padece una afección en la espina dorsal. Daniel es un anciano vivaracho y muy lúcido, amargado porque no vale la pena trabajar toda la vida para al fin terminar sus días rodeado de otros viejos como él. Antes estuvo en una residencia de ancianos privada, a razón de 40.000 pesetas mensuales, y ese gasto no se podía mantener. "Aquí estoy mejor, si no fuera por el aislamiento. Esto está muy lejos; yo digo a veces que parecemos colillas tiradas entre los pinos".

El doctor Salgado coincide con el doctor García Sierra y con los doctores Cos y Hergueta, jefes de Admisión y del Servicio de Urgencia del Hospital Provincial, respectivamente, en la necesidad de diversificar la oferta asistencial para la tercera edad, antes y después de su estancia en los hospitales.

El doctor Cos señala que "es cierto que en estos años pasados la afluencia de ancianos en los hospitales aumentaba en verano, pero tampoco en demasía respecto al resto del año. Y ese fenómeno, que no llegó a ser tal, se ha cortado porque en los últimos dos años se ha incrementado el control en la admisión. No cuento los ancianos que viven solos, mal que bien, y que pasan a convertirse en incapacitados en cuanto sufren el menor accidente. Para ellos la única salida es enviarlos a una residencia asistida, que es para lo que tenían que servir, y sólo para ellos, las residencias de ancianos existentes. La falta de asistencia domiciliaria se nota muchísimo. Aquí nos llegan ancianos exclusivamente para cambiarles una sonda, algo que puede hacer cualquier asistente social preparado para ello, e incluso los mismos familiares si hubiera una preparación sanitaria mínima entre la población. Y no hay que olvidar que una cama en el Hospital Provincial tiene un coste de 15.000 pesetas diarias".

"Está en estudio"

El doctor Repullo Labrador, subdirector provincial de Madrid del Instituto Nacional de la Salud (Insalud), reconoce que no hay estudios económicos que calculen el gasto adicional que supone para las arcas públicas el desvío de recursos médicos a sectores, como los ancianos o los drogadictos, que precisan otro tipo de atenciones. "El Insalud está inventariando en estos momentos los recursos hospitalarios existentes en Madrid y evaluando las necesidades, en colaboración con la Consejería de Sanidad del Gobierno regional. A medio plazo se espera el resultado de la experiencia piloto que se desarrollará en los Centros Integrales de Asistencia Primaria (CIAP), que se conciben precisamente como una respuesta a esa demanda social. El origen del problema estriba en que la Seguridad Social nació ya con unos objetivos muy limitados, la cobertura médica a los trabajadores. A lo largo de los años su historia ha sido precisamente la de ir superando ese planteamiento original e ir abarcando más campos de actuación. Entre ellos, indudablemente, se encuentran los ancianos, que hoy por hoy están bastante desprotegidos".

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