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Huellas del tiempo

En su próxima película, Supermán lucha contra un ordenador. Y resulta que tal cacharro es el peor de todos los enemigos que nuestro héroe ha tenido enfrente hasta ahora. No hace mucho, en otra película norteamericana (Tron creo que se llama), un hombre, de oficio programador, transfigurado en programa él mismo, se mete dentro de los circuitos para combatir a un programa autónomo y descarriado. Este hombre entra en ese mundo electrónico como Teseo entraba en el laberinto cretense. Ya dijo Thomas Mann, en Los orígenes del doctor Faustus, que "es recomendable mantener contacto con la gran épica, bañar sus fuerzas en ella, por así decirlo, si se pretende alcanzar una seriedad narrativa". Supongo que esta observación del novelista algunos la plicarán también al cine. Sino que si ahora Supermán lucha contra una máquina complejísíma (sofisticada, según cierta jerga), los antiguos héroes solares luchaban contra un dragón. Y dicen quienes saben que el dragón es lo animal, la representación de una naturaleza agresiva y salvaje ante la que el hombre tenía que defenderse para sobrevivir... Vencido el dragón, servía al hombre: era un dragón domado. Por eso los chinos impetraban la lluvia llevando en procesión uno de papel, como aquí sacábamos al santo en las rogativas pluviales. Si no llovía, los chinos destrozaban su dragón de feria. Eso no sucedía entre nosotros, porque, además de llover casi siempre, teníamos un entendimiento más respetuoso de nuestras relaciones con la trascendencia; salvo en algún caso, como el recogido por Camilo José Cela en el Cantar de la Alcarria: "No he visto gente más bruta / que la gente de Alcocer, / que echaron el Cristo al río / porque no quiso llover".

No sé si esto tendrá mucho que ver con la épica, aunque Cela -como todo autor importante- puede leerse de muchas maneras y una de ellas es la épica. Y así, La familia de Pascual Duarte y La colmena vendrían a ser como el forro rural y el forro urbano de cierta épica española de posguerra. Y no digo con esto que ésa fuera o no fuera la inten-

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ción del autor al escribirlas. ¿Quién puede saber eso?: acaso ni el propio autor, cuya intención sería solamente la de escribir (y también ésa será su grandeza y su condena). Luego lo que salga pasa a los demás y ya es como un bien mostrenco que cada hijo de vecino interpreta como puede.

No es raro que en su épica de celuloide los norteamericanos metan cada día más ordenadores locos, como monstruos producidos por el sueño de la razón tecnológica. 0 que los japoneses muestren en sus películas monstruos originados por la acción teratológica del átomo despendolado... Y es que cada cual se rasca donde le pica.

Entre nosotros -a falta de muchas películas de monstruos, aunque no de muchas películas monstruosas-, los entendidos encuentran las huellas del tiempo en los cuentos infantiles, en los tebeos o comics. La ciencia que estudia esto será la comicología. El palabro tiene la ventaja de valer tanto para el Guerrero del Antifaz como para Lina Morgan. Y los comicólogos, puestos a encontrar, encuentran muchas cosas. Por ejemplo: que en los cuentos de Roberto Alcázar y Pedrín el apellido era un homenaje al alcázar del coronel Moscardó. O que los moros amigos del Guerrero (los muy famosos y fornidos hermanos Kir) eran otro homenaje a las fuerzas indígenas marroquíes y al general Mizzián. O que el propio Guerrero enmascarado representaba una época autárquica y nacionalista, y en cambio el Capitán Trueno -tan viajero por el mundo- representa ya una etapa de apertura y turismo.

La amada del Guerrerg es doña Ana María, española recatada y noble, de pelo negro y tez blanca. La novia del Capitán, Sigrid, viene de Thule, un lejano país nórdico. Ella es fémina rubicunda, exuberante, jacarandosa e hiperbórea: como Anita Ekberg o una sueca de Torremolinos. Y así, pasamos de Ana María a Sigrid, de las severidades autárquicas al desenfado del desarrollismo. Mientras, lajuventud de las aulas universitarias pasaba del antiguo "mitad monje, mitad soldado" al promisorio ideal de la nueva filosofia ceroniana: "El verdadero hombre de ciencia debe tener una pierna de marxista, otra de positivista lógico y comunión diaria; todo lo demás son aproximaciones". Parecía un ideal imposible, pues nadie cumplía por completo la triple exigencia contenida en el aforismo del varias veces difunto maestro Cerón. Porque ese hombre científico del futuro patrio tenía que ser como un híbrido de Tierno y Ruiz-Giménez, que reunían entre los dos las tres condiciones. Entonces había un problema: la unión alquímica de sus hemisferios aparecía imposible.

Pero ha pasado el tiempo -con sus huellas, sus pisadas y hasta sus písotones- y los fieles residuales del ayer lejano pudieron asistir al esperado hierogasmo. Y vino después el parto de las mentes y así fue como de aquel parto de las mentes nació casi toda la parte que manda en nuestro mundo político.

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