_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La reforma de la peseta

Una de las cosas factibles para combatir la inflación y mejorar nuestra capacidad competitiva en los mercados mundiales sería reformar el sistema monetario nacional. Ésta, una de las varias medidas a tomar, porque sóla no tiene ningún poder mágico para reducir la inflación, remediaría el déficit estructural de la balanza de pagos, que es la fuente de la debilidad internacional de nuestra moneda, y reduciría el déficit fiscal hasta niveles compatibles con el equilibrio externo, por un lado, y el crecimiento económico, por otro.La reforma podría consistir en cambiar el nombre y la valoración de nuestra unidad monetaria. En concreto, crear una nueva que fuera equivalente a cien pesetas actuales. Eso desmontaría uno de los mecanismos psicológicos que perpetuan la inflación: la estimación de la magnitud de los aumentos futuros de precios. Sabido es que la inflación se alimenta de perspectivas: de que los precios van a seguir subiendo, de que los aumentos van a ser de una determinada magnitud, de que las expectativas se transforman en elementos objetivos en el momento que se incorporan a los comportamientos económicos... Pues bien, las expectativas que la medida propuesta trata de afectar son las que se refieren a la magnitud de los aumentos de precios y salarios. Cuanto mayores se esperan los aumentos, más rápido será el ritmo de la inflación. Dado que el primer paso para frenar la inflación tiene que ser frenar su ritmo, la estrategia anti-inflacionista debe ocuparse primeramente del mecanismo de estimación de los futuros aumentos. La reforma de la unidad monetaria contribuiría a reducir la magnitud de los aumentos esperados, rompiendo el hábito actual del cálculo de los aumentos de las cantidades monetarias. En efecto, hoy los aumentos de los sueldos se computan en cientos de miles y millones al año, y los de los precios en cientos y miles.

La gente trata de cubrirse lo más posible contra las pérdidas ocasionadas por la inflación, procurándose aumentos de salarios y de precios que suponen un ritmo de inflación por lo menos igual al del año en curso. Así, de una manera más o menos consciente el tamaño de los aumentos se calcula en base a las experiencias previas y a los hábitos de cálculo generados en tiempo de inflación. Estos hábitos de extrapolación y cálculo son tan importantes que pueden empujar la inflación a un ritmo no justificado por las condiciones del mercado, y los factores monetarios, como las disponibilidades líquidas creadas por el Banco de España, o por más tiempo del estrictamente causado por estos factores.

Aumentos más pequeños

La reforma monetaria rompería estos hábitos, por lo menos por un cierto tiempo, y propiciaría la formación de otros con menos inercia del pasado. Indudablemente, si no se hiciera nada más para frenar el ritmo de la inflación, al cabo de poco tiempo se habrían creado nuevos hábitos de cálculo, en decenas o decenas de mil en vez de miles y millones, y la inflación continuará intacta, a otra escala numérica pero al mismo ritmo. La medida, que se propone como parte de un paquete entero, espera romper los hábitos de cálculo de los aumentos de precios y salarios por un tiempo suficiente para que otras medidas actuen eficazmente. Positivamente, el hábito de cálculo que se trataría de generar es el de estimar los aumentos en cantidades más pequeñas, o, si se quiere, generar aumentos más pequeños en términos absolutos y también, naturalmente, en términos relativos.

Accesoriamente, la medida trataría de crear una auténtica "ilusión monetaria" de que los precios son más bajos. En efecto, tenemos bastante evidencia de que ciertos tics de "ilusiones monetarias" han tenido un impacto significativo en el comportamiento económico de las personas.No pretendo decir, claro está, que considere que la inflación sea un fenómeno psicológico. Es un fenómeno estructural y monetario en el que lo psicológico o lo psico-social juegan un papel importante, tanto en la propagación inicial como en el mantenimiento de fenómeno una vez se ha desatado el proceso inflacionista. Pero la ilusión de que se gana más cuando hay un aumento nominal de los salarios, aún cuando haya una disminución real del poder adquisitivo, es un fenómeno frecuente en las etapas iniciales del fenómeno inflaccionario. Ilusión que dura poco, claro; pero que, mientras dura, origina un comportamiento determinado cargado de consecuencias. En la coyuntura que ahora tenemos planteada, podría motivar una ausencia de reivindicaciones laborales que haría más moderado el avance del proceso inflacionario. La "ilusión monetaria" de un cambio de la unidad monetaria podría suponer, también, una pausa, aunque fuera de corta duración, en la espiral de las expectativas inflacionarias.

Los costes de la reforma

La reforma podría tener otros efectos. Podría ser una ocasión para modernizar el sistema monetario nacional, fijar una paridad del "peso español" que incluyera una moderada devaluación -paridad que no estaría exenta de su correspondiente "ilusión monetaria" con respecto a las monedas extranjeras- y aumentar la credibilidad en la voluntad y determinación del Gobierno para combatir la inflación. Una decisión de este tipo tendría, obviamente, también, unos costos. Sobre todo los ocasionados por la substitución de monedas, billetes, sellos y pólizas de todo tipo, la adaptación de las máquinas automáticas, y otros costes generales. Se tendría que realizar un análisis en profundidad de ellos y confrontarlos con los posibles beneficios de la reforma. No habiendo hecho un cálculo de los costos operativos de la reforma, no puedo más que proponer teóricamente los beneficios que de ella se podrían obtener, pues si se hallara que el costo es demasiado elevado, la propuesta tendría que ignorarse.

Un peligro sobre el que vale la pena llamar la atención es que la reforma, rotos los hábitos de calcular los aumentos de precios y salarios, generara otros hábitos que todavía fuesen inflacionarios. Pero este peligro no es tan real si tenemos en cuenta que el cambio de la unidad monetaria vendría envuelta en un paquete general de medidas contra la inflacción.

Creo, también que una reforma así puede ser, además de agente, un signo de cambio, de un cambio monetario o de una adecuación profunda del sistema monetario español al mundo moderno y a un futuro lleno de competencia y transformaciones, que ya tenemos encima. Si pensamos entrar pronto en una etapa nueva de nuestra economía, ¿por qué no empezarla con otra moneda que no arrastre las lacras heredadas del pasado?

es profesor de ESADE, en Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_