Cambio de horario

Hay un momento en la noche en que los agonizantes expiran, los insomnes encuentran al fin el reposo y los humanos descansan en lo más profundo de su ser. Pues bien, desde hace pocos años, todos los españoles hemos perdido ese mínimo de lujo (dormir, reposar o morir) y nos encontramos en el momento en que esa hora de suprema quietud es la aprovechada por el despertador para agitar violentamente nuestras conciencias. Al socaire de un ahorro indefinido se nos ha privado de un cierto sentido de la vida, de nuestra propia vida. El adelanto de dos horas sobre el horario solar ha convertido la laxitud en sobresalto, la siesta en aperitivo, el paseo de los niños en infierno térmico y los atardeceres en cena. Se ha borrado de nuestro recuerdo el paseo al anochecer, porque la noche nunca llega. Se ha trocado el sueño natural por el agotamiento permanente.Si pensamos que el alumbrado de calles permanece encendido mientras dura la oscuridad, que las máquinas se ponen en funcionamiento las horas de una jornada laboral (con luz o tinieblas), que las oficinas y despachos encienden con sol o sin el y, en resumen, que el ciclo productivo es independiente del momento lumínico, ¿no seremos nosotros los únicos perjudicados por una medida absurda? ¿Cuáles son las consecuencias sobre la salud y la vida de tan graves alteraciones? ¿Merecen la pena? /