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Reportaje:FERIA DEL TORO DE PAMPLONA

La olla a presión

Hizo ayer un calor tremendo en Pamplona, como en toda España seguramente, pero en la plaza de toros, con el bullicio y el mogollón, la temperatura subía y subía. En los tendidos de sol, que eran un achicharradero, los mozos añadían grados a sus ya colmadas capacidades de engullir líquido elemento. Corría el vino y corría el champán, y llegó un momento en que aquello era una olla a presión.Por algún sitio tenía que escapar la presión y, afortunadamente, no fue de golpe. Se agitaban las peñas en todas direcciones; rodaban mozos y mozas tendido abajo, de brazo en brazo, como acostumbran aquí; cantaban. Es decir, lo típico. A la hora de la merienda, y mientras Esplá le hacía a un torazo colorao, serio y áspero, la faena sólida, medida e incluso inspirada que admirarían cátedras, empezó la gresca. Primero en la andanada, cuatro o cinco se daban de mamporros. Luego por la delantera de grada, uno con gafas pretendía moler a dos de trapío, para lo cual agitaba los brazos en frenético molinillo. Junto a la barrera se menudeaban las costillas. Tendido arriba, la ola de agresividad se iba extendiendo. El alcalde Enrique Tierno Galván, que ocupaba un palco, contemplaba atónito el acontecimiento.

Plaza de Pamplona

13 de julio. Séptima corrida de San Fermín.Toros de Celestino Cuadri, desiguales de presencia, flojos. Luis Francisco Esplá. Pinchazo, metisaca bajo, rueda de peones y descabello (silencio). Dos pinchazos, estocada tendida perdiendo la muleta y descabello (ovación y salida al tercio). Emilio Muñoz. Pinchazo hondo bajo y rueda de peones (ovación y salida al tercio). Bajonazo (dos orejas). Tomás Campuzano. Pinchazo, media caída -aviso con dos minutos de retraso- y dobla el toro (oreja). Estocada (vuelta).

Los focos del barullo eran en todas partes y ya estaba en la arena el quinto toro, un inválido. Emilio Muñoz lo toreó bien, embarcaba con hondura, bajaba mucho la mano de mandar, y si además se retorcía, qué podía importar, en medio del fregado. Por el graderío aumentaban las narices enrojecidas como pimientos, los ojos a la funerala, las mandíbulas al biés. Alguien perdió un diente y lo buscaba con afán. Las charangas rompieron a tocar para que los mozos recondujeran la alta presión de sus colmadas capacidades de engullir líquido elemento, y llegó el baile. Muñoz entró a matar por derecho y dejó la espada por torcido; es decir, el bajonazo clásico. Le regalaron las dos orejas, tal como demandaba la ocasión.

El sexto, terciadito, armado y más inválido aún, pasó sin reparos la aduana de los exigentes, y los mozos ni lo debieron ver. Abras¡va se había hecho la atardecida y quien tenía a mano bota o botella se la echaba al coleto. En uso de las facultades que le estaban conferidas, el toro se tumbó cuan largo era y alguien temió que le hubiera dado un soponcio. Tirándole de los cuernos, Tomás Campuzano lo enderezó y le hizo una larguísima faena por derechazos y naturales, con un ayudado final, suerte imprevista y buena.

Campuzano pegaba ayer los derechazos con auténtica vocación distributiva. Era su homenaje a Pamplona: por cada espectador, un derechazo. Así lo hizo también en el tercero, que colaboraba sumiso. Cuando se le ocurrió variar el repertorio -molinete, cambio de mano, abaniqueo- el toro, que no estaba acostumbrado a semejante fantasía, le enganchó por la chaquetilla y le metió un zarandeo pavoroso. Recuperado, Campuzano dio manoletinas mirando al tendido, mató, y se llevó otra orejita de regalo.

El quite de Esplá

En la cogida, el quite lo hizo Esplá, a cuerpo limpio. Siempre escrupulosamente bien colocado, seguía la faena desde las proximidades del callejón, y de esta. forma pudo saltar el primero en auxilio del colega. De nuevo tuvo Esplá una actuación torera. Imponía orden en la línea, colocaba los toros de largo para la prueba de varas (desveló que eran mansos), banderilleaba con evidente conocimiento del terreno; instrumentó faenas dominadoras, medidas, ambas muy por encima de la áspera y escasa embestida de sus enemigos.Igualmente áspero resultó el segundo y Emilio Muñoz, después de buenas dobladas y un trincherazo perfecto, le dio la respuesta del valor, aunque no del temple. Es Emilio Muñoz un torero con temperamento y vocación, que aún está por hacer. Posiblemente requiera más temporadas de maduración que sus compañeros, lo cual tiene poca importancia. Cada uno es cada uno. El tiempo todo lo arregla, hasta la alta presión de la olla pamplonesa. Acabada la corrida, los del ojo a la funerala se reconciliaban con los de las narices como pimientos, y todos cantaban el "que se besen", el "mamá Inés", el "agur jaunak", lo que hiciera falta, y a la calle, con pancarta y banda. Los sanfermines seguían siendo la gran fiesta, y aquí no ha pasado nada.

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