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Los pavos reales

Por saber de qué van y córno se lo hacen los de la Joven Cámara, o sea los delfines de la Cámara de Comercio y sus economistas, me acerco en la "hora de la ciudad / hora dudosa" (Martín Abril) a los jardines; de don Cecilio Rodríguez, entre pavos reales y pequeños Ferrer-Salat adolescentes. Porque el Ferrer-Salat grande, como otros grandes, empresarios, Segurado u Olarra (que ahora se va a la política como a la Legión), ya sabemos lo que están dispuestos a concederle a la democracia económica, o sea, más bien poco. Pero sus hermosos segundones, sus Cara de Plata, qué. Carlos Rúa, viejo empresario de izquierdas con quien tengo compartidas esperanzas españolas, me presenta a su hijo, alevín de empresario que se llama igual. "Usamos un local de la Cámara de Comercio, en Independencia, y somos futuros empresarios, futuros algo, absolutamente despolitizados". Cada vez que oigo las palabras "despolitizado" o "apolítico", echo mano a la epístola que no tengo ni tendré. Ay, los hijos de los padres con quien amé tantas cosas españolas. El inteligente muchacho me presenta a otro de la Joven Cámara, y le pregunto por la crítica económica del Gobierno a la gestión anterior, o sea, las auditorías, un suponer."Lo de Rumasa había que hacerlo, y lo de la agencia Efe también me parece grave. Lo que no entíendo es por qué el Abc se mete en eso". Conceden unos premios anuales, que este año son unos dibujos de Madrid, más bien malos, pero sólidamente enmarcados. He esperado a la concesión de los premios entre el cubata y un pavo real al que le voy echando migas de pan. El pavo real es un bicho que está entre Richelieu y Lola Flores, estéticamerite.

Pero el presidente de la Joven Cámara, que es asimismo el presentador, tiene como fondo de sus palabras, ya en la noche de Aldebarán, el alarido trágico del pavo real, y entonces los llama "pajarracos". Hay un premio convencional para Carmen Romero, esposa del presidente González, y ella sale a recogerlo como una maestra sencilla y adorable. Hay otro gran premio para Ferrer-Salat, que, naturalmente, no ha venido. Se ve que los Cara de Plata están a todas. Hay un premio para Ramón Areces, que ha venido a recogerlo, y el premio me parece justificado por cuanto Ramón ha vivido recientemente el cerco del multinacionalismo yanqui, y ha defendido la autoctonía de sus, grandes almacenes como si fuesen una mercería galdosiana. Hay un premio para Garci, que recoge el productor. Hay un premio para Antonio Garrigues-Walker, que está aquí, con lo que ya tengo el esquema: los empresarios de nuestro futuro (le digo a una entrevistadora de Radio EL PAÍS que el año 2000 no me importa nada, porque ya no estaré) se mueven entre el empresarialismo de Ferrer-Salat y el liberalismo monetarista / humanista de los Garrigues. Pero Antonio, en sus palabras, traiciona también este humanismo llamando "pajarracos" a los pavos reales, que siguen lanzando su grito, misterioso y despavorido, al remoto Aldebarán. Hay un premio para Rafael Herrero Mingorance, con quien hice radio (uno es que ha hecho de todo). Se lo digo después a Antonio, que va con su pedazo de Madrid bajo el brazo, como todos los premiados: "Es que de ti, Antonio, empresario liberal y humanista, yo no podía esperar que llamases 'pajarracos' a los pavos reales, porque no hay pajarracos, como no hay hombracos, sino pájaros y hombres". Los jóvenes y los zurrados empresarios, en fin, me han parecido gentes abiertas y liberales.

Uno, tan familiarizado con los novísimos de la poesía, deseaba conocer a los novísimos de la finanza. Modernos y sensibilizados, a pesar de todo, llaman "pajarracos" a los pavos reales. ¿Qué no le llamarán a un metalúrgico? Y otro joven empresario me dijo lo definitivo: "Claro que los verdaderos pajarracos son los políticos".

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