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Estado y sociedad civil

Se me pide en una carta exprese con claridad mis sentimientos y opiniones respecto a Ortega y Gasset, reprochándome las haya velado o enmascarado en un artículo. Se me acusa de ambivalencia afectiva ante esa egregia figura. Creo, con Freud, que nuestra trama misma sentimental y pasional está urdida de ambivalencia y que sólo mintiendo, a uno mismo y a los demás, lógrase superar ésta en inocuas adhesiones o repulsiones. Forma de repulsión es el silenciamiento, la más aciaga, pues es el matar anónimo que pretende no dejar ninguna huella. Y la loa indiscriminada es la otra cara de idéntica disociación sentimental. No se guarda memoria de los muertos ni con la adulación ni con la boca amordazada. Entre inciensos y vituperios, entre fanatismos y mudeces circula, demasiadas veces, nuestra posición crítica ante los vivos y los muertos propios. Víctima de este ceremonial siniestro, Ortega es hoy exaltado sin matiz y silenciado o vituperado. Por eso me atreví a expresar, en un artículo, mi ambivalencia sentimental y racional ante el hecho vivo de su obra y de la proyección de ésta en el presente filosófico. Y pues se me pide claridad y exposición llana de discrepancias respecto a la España por él soñada y concebida y la que yo, modestamente, pueda modelar como adecuada a mis propias reflexiones, expresaré, de corazón y de cabeza, mi genuino respeto ante la idea de regeneración por vía de fortalecimiento y moralización del Estado que el filósofo implícitamente propone (y hoy el político socia lista dispone). No se encontrará en mí aliado para ninguna enmienda a la totalidad de la idea misma de Estado, menos aún cuando éste busca su propio horizonte moral.

Resulta imposible concebir el tejido comunitario moderno sin la presencia vertebradora del Estado. Pero ese re generacionismo estatista no agota la idea misma de regeneración. Este punto es importante y conviene en él detenerse.

Ortega y Gasset, que leyó seriamente a Hegel, no se empapó, como éste, de sociedad civil, no supo comprender el momento autónomo y sustantivo de la trama económica de la sociedad, no supo adivinar una vía de regeneración que, sin mengua de reforzamiento y moralización del Estado, llegase a ella por profundización en esa esfera civil que constituye la vida misma de la razón de Estado. Por esta razón nunca entendió los esbozos de sociedad civil que, ya en su tiempo, poblaban periferias de su España invertebrada. Salta Ortega de la sustancia castiza y provinciana al "Estado obra de arte", proponiendo moralidad y minoría inteligente como cirugía de urgencia a la invertebración creciente. Del casticismo crítico de Unamuno da un salto, creo que mortal y nada dialéctico, al estatismo dirigista, concretando así el pasaje del ochocientos al novecientos. Pero la sociedad civil como tal se le escapa de las manos. No se le escapó a Hegel, buen conocedor de la economía política inglesa, a quien, injustificadamente, por ignorancia o tópico, se le considera la suma teológica misma del estatismo sacralizador.

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España necesitaba y necesita un proyecto, filosófico y político, capaz de articular la idea moral de un Estado fuerte y vertebrado con una idea estimulante capaz de sacar a la esfera económica industrial de la sociedad del bostezo provinciano y castizo 3, del sopor africano que la llamada crisis agrava, sobre todo en forma de desánimo respecto a empresas e iniciativas económicas singulares, Pues puede suceder, consciente o inconscientemente, que ese Estado tan moral, tan reforzado, tan henchido de legitimaciones orteguianas, termine siendo el siniestro depositario del tiro de gracia sobre una esfera profundamente deprimida. Víctima, la esfera económica, (industrial, no financiera), de sus propios errores y estrecheces, no debería caer en la falsa coartada de achacar a un Estado reforzado sus propias carencias de imaginación e ingenio.

Si aún se me pide claridad, diré que España necesita, además de regeneracionismo político por vía de un Estado moralizado, adecuado ala ley una vigorosa corriente de ideas e iniciativas encaminadas a dar vida y estímulo a la sociedad civil. En el supuesto que ésta es, por esencia, periferia, hállese geográficamente donde se halle, en Castilla, en Vasconia o en Alicante.

Desgraciadamente, la sociedad civil vegeta hoy entre la postración desencantada y pesimista, que tiene en la crisis su coartada, y una nostalgia de esencias originarias, cuando no mienarias, que a tantos ideólogos lleva a rastrear identidad por la vía de la infancia individual o histórica, como si lo ancestral fuese depósito de luz, como si esencias sólo existieran atrás: en ignorancia de que la identidad civil está adelante, o que el futuro es, con la muerte, la vida ciudadana misma que se prepara y se recrea.

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