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Tribuna
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La renta

Rosa Montero

Una vez acabado el plazo, una vez consumado el sobresalto, hora es ya de decir sin más ambages que la declaración de la renta es un espanto, una parábola, una fábula moral sobre la condición humana: miseria, ay, miseria y contingencia, puro crujir de dientes, polvo somos (cosa que, por otra parte, me temía).Y no me refiero a eso que dicen los expertos, a saber, que somos los asalariados, las clases medias bien atadas, quienes más soportamos el aguijón de Hacienda, mientras que los ricos tienen la cosa más fácil, más clemente.

Tampoco me refiero al hecho, en sí inquietante, de que no controlamos a dónde van a parar nuestros dineros, de que no sabemos qué FACA, qué bomba, qué subflusil alimentamos renta a renta, o qué parte estoy pagando del futuro campo de tiro de Cabañeros, por ejemplo, proyecto que me parece horrible y del que, sin embargo, oh paradoja rentista, soy una infinitesimal socia capitalista.

Lo que más melancólica me deja es esa sensación de indefensión. Tú estas ahí, pequeña y débil, con tus cuentas y tus recibos al aire, destripada, confesando toda tu intimidad numérica, aterrada de haber olvidado algo, de haber equivocado un cero, una deducción, un añadido, estragada de papeles, pecadora.

Triste situación la del asalariado, al albur de abusos y de traumas. Nuestra condición de víctima inerme se manifiesta en todo su esplendor ante los médicos. Qué desolación estar en cueros ante alguno de esos hechiceros y saber que no te darán ningún recibo.

-"Es que si me pide recibo tengo que cobrarle mucho más", te dicen, si te atreves a exigirlo.

Pero no te atreves, porque a ti no te asusta pagar más, sino que se enfade, que no te cuide bien, que no te sane, que no te quite el miedo al dolorcillo que de pronto te muerde los riñones. Y así, con la despojada humildad del que está enfermo, terminas por agradecerle incluso el fraude. Porque nunca me he sentido más desvalida que en la consulta de un dentista, la boca abierta, los hierros metidos en las caries, con tu salud y tu renta en manos de ese hombre que te cura y te tortura.

Es un desamparo de fresa y torno que te hace comprender que no eres nadie.

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