Los nuevos cortesanos
LA DECISIÓN de la agencia Efe de bloquear y manipular (pelar, en audaz eufemismo) el documento gráfico que recogía la caída de la esposa del presidente en unas escaleras constituye un nimio incidente que no merecería mayor comentario. La fotografía pertenece, en sí misma, al género anecdótico o curioso, y se necesitan raudales de imaginación o fantasía para considerarla -como hace el director de Efe- como un atentado contra el buen gusto, la simple decencia o el respeto a los demás. Las hemerotecas rebosan de documentos gráficos que han inmortalizado las pérdidas de verticalidad protagonizadas por hombres y mujeres famosos. La grotesca tesis de que la fotografía en cuestión constituía, tal y como sostiene Efe, "una agresión a la dignidad de la primera dama" hará ruborizarse a la esposa de Felipe González. Sin contar con que llamar a Carmen Romero la primera dama tropieza con las normas del protocolo, que adjudica ese título, con todo rigor, a la Reina.Sucede, sin embargo, que la anécdota ha quedado desquiciada por la naturaleza estatal de la agencia, por su monopolio de oferta del documento gráfico dentro del mercado español y por -las connotaciones de su reverencia oficiosa ante el poder. A diferencia de las empresas privadas, Efe, sufragada por los contribuyentes, no tiene dificultades financieras para pagar la exclusiva de los servicios fotográficos de agencias internacionales como UPI y AP, ostentando de hecho un monopolio. Ese acuerdo de exclusiva, que obliga a la Prensa española a pasar sin remedio por la ventanilla de Efe para reproducír fotograrias de las dos grandes agencias norteamericanas -sin compefencia en el mundo de la información gráfica-, crea las condiciones idóneas para que el monopolista se convierta en censor mediante el procedimiento de bloquear o filtrar a su conveniencia ese material gráfico. En el caso de la caída de Carmen Romero, la agencia gubernamental decidió ocultar inicialmente la fotografla a sus abonados; pero, una vez alertada de que EL PAIS obtuvo la foto en México y que pensaba publicarla, apeló a las cláusulas de su contrato con UPI para impedir que la agencia norteamericana facilitase directa o indirectamente a este periódico tan inocente documento. La técnica sobrepasa a veces la imaginación: una telefoto de un diario mexicano amigo, una línea telefónica, común y un pequeño aparato en nuestra Redacción vencieron la resistencia de Efe, empeñada en pelar la cosa. La certidumbre, de que la fotografia aparecería, de todas formas, en la edición de ayer de EL PAIS llevó entonces a los directivos de la agencia a la manipulación del documento, distribuido a sus abonados a las 10 de la noche en una variante muy poco interesante de la instantánea, chapuza censoria rebautizada como edición o pelado.
Efe ha promulgado la ley del embudo para regir sus relaciones con los vendedores y con los compradores de sus exclusivas gráficas. Sí UPI es un proveedor de la agencia estatal española, obligado a cumplir sus compromisos, Efe es un proveedor de la Prensa española, vinculado también con sus clientes mediante convenios que le exigen eficiencía y buen servicio. Efe carece, además, de títulos para definir unilateralmente, en base a caprichosos criterios de sus directivos, el buen gusto o la decencia de los documentos gráficos que puedan ser publicados por sus clientes. Ya en su día llevó a cabo una censura semejante de las fotografías del accidente del Rey en Suiza. Y con ello sólo ha conseguido perder credibilidad, mostrarse como una oficina -mala- de propaganda del poder, sin un estatuto de autonomía que garantice que sus directivos van a servir a los medíos de comunicación y a los ciudadanos españoles por encima de los intereses del Gobierno. Pues si por una caída anecdótica están dispuestos a hacer lo que han hecho, ¿qué no harán los directivos de Efe cuando de veras esté en juego no ya la dignidad o la estética, sino la ética o la supervivencia del poder mismo?
En esta penosa historia cabe vislumbrar, por último, inquietantes síntomas de que Felipe González tampoco ha conseguido librarse de la tendencia de estos nuevos cortesanos a convertir en figuras de cartón-piedra a los dirigentes políticos y a secuestrarlos mediante un cerco de incienso. Los espectadores de esas conductas sentirnos la misma vergüenza ajena que producían comportamientos parecidos en los tiempos de Suárez o del anterior régimen.
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