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Todos contentos

Estupefactas. Las almas sencillas, bienintencionadas y temerosas de Dios se han quedado estupefactas ante el chalaneo interautonómico que ha supuesto la constitución de los nuevos ayuntamientos. Y, la verdad, no lo entiendo. Concordemos con que en tal evento se ha dado alguna situación pintoresca. Es cierto que para conseguir un puñado de alcaldes en no pocos casos se ha recurrido a la traición más siniestra, las puñaladas traperas o la partida de póquer. El 23 de mayo, por qué no decirlo, se ha entretejido una orgía de pactos antinatura. Pero todo eso, aparte de refrescante y ameno, no es sino el producto final de unos resultados electorales cuya suprema relatividad han permitido, cosa inusual, que los ganadores perdieran, los perdedores ganaran, y las dos cosas al mismo tiempo.Nunca las generaciones pretéritas se encontraron ante un invento tan apabullante como el de un modelo de elecciones cuyos resultados, amén de difusos, son a: la vez multidireccionales, ambivalentes, contradictorios y ambiguos. Elecciones, por otra parte, que, lejos de suscitar reconcomios y crispaciones inútiles entre los mandarines políticos, propician en grado sumo la amabilidad y la sonrisa. Porque, créalo, nadie las pierde, o pierden todos, que para el caso es mejor, puesto que deja las expectativas incólumes. Tan incólumes, que se baraja la posibilidad de repetirlas un mes sí y otro no. Y, desde luego, no para ganar o perder que, a la vista de las peculiares lecturas que se pueden hacer de los resultados, eso es prácticamente imposible, sino para sumergirse (digámoslo así) en intermitentes baños de aplausos y clamores de bienvenida, cosas éstas, como se sabe, imprescindibles para conservar la rutilancia política. Por lo demás, ¿es que no es agradable que le abofeteen a uno mientras uno reparte folletos a troche y moche? ¿No es hermoso salir en televisión doce veces al día teniendo de fondo músicas esplendorosas a lo Carros de fuego? Ya lo creo. En especial si, pase lo que pase, las urnas siempre son favorables. Y siempre son favorables. Esa es la grandeza (y misterio) de las elecciones felices, un sistema electoral que revolucionará el mundo.

El PSOE, sin ir más lejos, ha perdido cerca de cinco puntos porcentuales (extraña palabra), más de dos millones de votos, y, sin embargo, a pesar de tan singular descalabro, consigue montañas de alcaldes, de concejales, toneladas de presidentes autónomos y, además, es mucho más hegemónico que hace unos meses. Más sorprendente, si cabe, es el caso de AP: por una parte pierde 800.000 votos sin que tal contingencia represente óbice alguno para que obtenga carretadas de representantes municipales. Simultáneamente, esto es, al mismo tiempo, gana una sustanciosa décima y media de porcentaje, lo que, en consecuencia, le permite acabar con esa insidia del techo, consolidarse como la máxima alternativa de todas las alternativas y, por si fuera poco, confabularse en inusitada coyunda con Herri Batasuna.

Lo del PCE clama al cielo. Le birlan alcaldes sureños delante de sus narices; pierde influencias, concejalas, salvo en Córdoba; pinta más bien poco. Paradójicamente, gana 600.000 votos, y, en porcentaje, sube como la espuma. Resumiendo: el inicio de la etapa Iglesias puede considerarse un triunfo.

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El CDS, para qué andarse con. cuentos, pierde de todo. Incluso más (a última hora, me entero, le han arrebatado hasta la alcaldía de Lillo). Pero eso no quiere decir que al señor Suárez no le estén saliendo las cosas a pedir de boca, ni mucho menos. El siempre ha dicho (porque lo ha dicho) que su punto de mira está puesto en 1986, así que todo este tiempo de inactividad expectante le va a venir bien para preparar el desembarco enérgico en las próximas legislativas, para lo cual, se rumorea, ya tiene prevista una campaña mucho más lacrimógena de lo habitual. Finalmente, tenemos a mister Walker y su evanescente PDL. Y esto sí. Esto sí da la verdadera medida de lo reconfortante que puede llegar a ser un resultado electoral visto bajo las ópticas ambivalentes y erráticas del nuevo método. En circunstancias normales, míster Walker ya estaría camino de algún monasterio hindú. Ahora no. Ahora está contentísimo. Porque si bien es cierto (relativamente, claro) que sus resultados no han sido lo que se dice boyantes, no es menos cierto que Iba sido el único candidato, el único, que en relación a las elecciones de 1977, 1979 y 1982 ha conseguido ¡duplicar! el porcentaje de votos, de concejales y alcaldes. ¿Qué le parece?

Como se ve, una lectura correcta de las elecciones felices permite escoger entre una amplísima gama de posibilidades concretas, la conclusión más alentadora, el porcentaje adecuado o el resultado más atrayente. De ahí el ajetreo de pactos, las alianzas extrañas y el chalaneo de votos. De ahí la inenarrable alegría de toda la clase política. De ahí, en suma, el general alborozo, los regocijos, el júbilo, la conmoción.

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