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España no pudo con la gran defensa de Italia y con sus propios errores

Luis Gómez

ENVIADO ESPECIALEspaña comenzó a jugar a la italiana mediada la primera mitad y se transfiguró en otro equipo menos rutilante y más tosco, aunque siempre conservara una desesperada ilusión por alcanzar la victoria. Ayer, España intentó lo más difícil y estuvo a punto de convencer al público de que existían milagros. Si después de llevar 19 puntos de desventaja, la selección hubiera levantado el marcador, Italia habría quedado derrotada de puro colapso. Pero Italia es campeona por su gran defensa, su dominio del escenario y termina imbatida este campeonato.

Nadie llegaba a entender cómo España podía perder la final tal y como jugaba, atacaba y defendía en los diez primeros minutos. Nueve puntos de diferencia, favo rable a los españoles, era una dis tancia que comenzaba a resultar cómoda. Si el ataque no era tan perfecto como contra la URSS, al menos la defensa funcionaba. Pero nadie pudo explicarse determina das pérdidas repentinas de balón, un balón que se escurría, que resbalaba por efecto del fuerte calor reinante en el Palacio de Deportes, pero que sólo se escurría para los españoles. Y todo debió ser que a partir de este suceso, que suponía pérdida de control, el equipo perdiera también la cabeza.

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Cuando Margall entró en la cancha, un hombre al que ya no se le daba opción a jugar, también Solozábal, Iturriaga y Jiménez y el quinteto en la cancha no guardaba relación con el supuestamente titular, se estaba produciendo un vuelco en el marcador, un vuelco en las tácticas, y una inversión total en lo que parecía iba a ser el rumbo del encuentro.

A partir de ese extraño minuto diez, España nunca pudo mostrar la verdadera cara que ha tenido en este campeonato. Enseñó una careta que representaba un rostro más feo y huraño, un baloncesto defensivo al límite casi de toda posibilidad humana. El público vivió con emoción cómo un equipo entero se resistía a la guillotina que suponía una derrota, cómo los jugadores corrían alocados por la cancha sin que nadie se explicara cómo era posible que ninguno cayera de pronto élesvanecido. Fue una agonía larga que tuvo su lado emotivo, poero que solo sirvió para perder de nueve y no de 19.

En el entreacto, hubo conatos de incidentes, cierto desconcierto arbitral y una lucha tenaz de Díaz Miguel por desviar el favoritismo arbitral, que no fue tan trascendente como pudiera pensarse. España, que jugaba a la italiana, quiso forzar el límite pero careció de la experiencia de sus rivales. Eso sí, al menos, les quedó el consuelo, inútil por su mal partido, de echar a Meneghin.

En esa reacción final, un bravío estallido de rabia que se tradujo en un pressing tan desconcertante que los italianos fallaron en varias ocasiones delante de la misma canasta, hubo instantes en los que el milagro parecía posible. Fueron los propios jugadores españoles los que inutilizaron su propio sobreesfuerzo en los lanzamientos libres. Quizás, porque ese tiempo muerto que significaba el lanzamiento se lo llevaba el esfuerzo por recuperar resuelto y no restaba capacidad física para empujar adecuadamente la pelota.

Injusto sería, en todo caso, que la derrota ante Italia desvalorizara lo que ayer supuso la medalla de plata para España, lo que no deja de constituir el éxito más importante del baloncesto español en toda su historia. España ya está en la elite del baloncesto y puede seguir en ella. Ayer sólo sucedió que Italia estaba mejor preparada para ganar.

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