El prestigio probado de la Orquesta de Amsterdam
,Continúa Ibermúsica su festival madrileño y ahora nos trae a la Orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam, uno de los grandes conjuntos sinfónicos europeos casi desde el momento mismo de su fundación, a final del siglo pasado. Un maestro como Mengelberg llevó a la orquesta holandesa hasta un lugar de extraordinario prestigio, mantenido después por Van Beinum y desde hace años por su actual director, Bernard Haitink.
Los madrileños reciben la visita de los músicos holandeses conducidos por un viejo maestro húngaro, bien conocido de todos y muy especialmente a través del disco: Antal Dorati. No hay que volver sobre la categoría de la Orquesta del Concertgebouw, muy especialmente la de su cuerda, tan brillante y pastosa, tan coherente de técnica y de estilo, tan bien afinada como flexible y dotada de un virtuosismo individual y colectivo que llama la atención desde el primer momento.
Orquesta del Concertgebow, de Amsterdam
Director: Antal Dorati. Solistas: Jaap van Zweden, violín; Harro Ruisenaars, violonchelo; Jan Spronk, oboe; Brian Pollard, fagot. Teatro Real. Madrid, 23 de mayo de 1983.
La afición a los discos
Menos interesante que el espectáculo orquestal me parecieron las versiones de Dorati, un producto extraordinario de ese mundo casi paralelo al musical que es la industria del disco. (John Cage decía hace años que en Estados Unidos no había afición a la música, sino a los discos, y la frase encierra una significación más honda que la del mero ingenio). Dorati aparece, ahora y siempre, como un hombre neutral ante la música que interpreta; es de esos maestros que justifican un término del que ahora se usa y abusa como sustitutivo de versión o interpretación: lectura.
Para empezar, cualquier obra, musical o no, admite diversos niveles de lectura, según se ahonde en las significaciones subyacentes a lo escrito. El nivel preferido por Dorati es el de la ejecución más proba dentro de una línea de gran naturalidad. Probablemente su trabajo con los conjuntos, su capacidad para fabricar orquestas, le ha valido al director y compositor húngaro gran parte de sus éxitos y de su carrera especialmente brillante.
En los tres programas madrileños, Antal Dorati ha caído en la tentación, excesiva, de insistir sobre las tres últimas sinfonías de Chaikovski: a juzgar por lo escuchado en la Cuarta no parece que, a pesar de la calidad de la orquesta, de la brillantez sin límites, de la agilidad virtuosista (con alguna excepción, como la del flautín), estemos ante versiones fuera de serie.
Como compensación, Anta¡ Dorati nos trae tres obras de Bartok, de repertorio por supuesto, pero en las que maestro y orquesta lucieron las más altas cotas de una calidad singular. Sin la pasión que otros maestros ponen en el divertimento para arcos, dentro de una tónica sosegada y meditativa, con acentuación emocional grande en el movimiento central, la obra bartokiana resultó admirable.
Dorati ha grabado en discos la obra completa sinfónica y operística de Haydn, por lo que es considerado como especialista del compositor austríaco, lo que parece erróneo, ya que la personalidad del maestro es, entre otras cosas de interés, ampliamente dúctil y, por lo mismo, resistente a especialidades demasiado concretas. La Sinfonía Concertante en si bemol, para oboe, fagot, violín y violonchelo, sonó con elegante perfección, aunque dentro de un pensamiento un tanto museal. Los solistas Van Zweden, Ruijsenaars, Spronk y Pollard, la orquesta y el director merecieron los aplausos recibidos.
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