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SÉPTIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

El quite de la gorrilla

Luis Francisco Esplá dio un natural con la gorrilla que le había tirado un aficionado. Por un par de banderillas espectacular, uno de sol le dedicó su personal homenaje, lanzándole la gorrilla de visera. Cuando El Soro salía perseguido ,del par siguiente, se cruzó Esplá e hizo el quite según queda dicho.Está muy torero Esplá y oficia con escrupuloso rigor todas las ceremonias propias de su ministerio, entre ellas la de director de lidia. Ayer, cuando los picadores remoloneaban para hacer la suerte cerca de chiqueros, les ordenaba que se llegaran a los terrenos del nueve. De esta forma pudimos ver los Primeros tercios en condiciones, lo cual era fundamental ya que los toros de Ramón Sánchez sacaron casta, y además de que requerían castigo, su fiereza podía ser engañosa de bravura.

Plaza de Las Ventas

20 de mayo. Séptima corrida de San Isidro.Toros de Ramón Sánchez. Con trapío, bravucones y broncos. Luis Francisco Esplá. Estocada perpendicular, delantera y baja (ovación y salida al tercio). Estocada corta atravesada perdiendo la muleta y dos descabellos (silencio). Espartaco. Dos pinchazos bajos y bajonazo descarado (silencio). Media trasera atravesada y descabello (protestas). El Soro. Estocada corta atravesada y descabello (pitos). Estocada trasera (silencio).

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El embudo

Es lo que ocurrió con el cuarto, Iargo, cornalón, poderoso y espectacular, pero que no pasaba de bravucón. A algunos del tendido equivocó la emoción de su lidia y Esplá fue víctima del espejismo de calidad que les produjo el toro, pues restaron importancia a su faena, técnicamente bien planteada, valerosa y seria. No tenía ese toro más pases de los que Esplá le dio; e incluso tenía menos, pues para calentar el ambiente añadió al final una serie de naturales que sólo podían reportarle el albur de la cornada.

La corrida resultó de gran emoción, precisamente por la casta de los Ramón Sánchez, cuya violencia tuvo en vilo a los toreros y a varios de ellos les llevó por la calle de la amargura. Esplá llegó a dominar al bronco ejemplar que abrió plaza, para lo cual expuso mucho y sobre todo no le perdió, nunca la cara, pues el animal se revolvía con agilidad y le tiraba el derrote por encima del flequillo. Espartaco y El Soro, en cambio, dotados de menor decisión y ciencia, se veían desbordados por las acometidas de sus enemigos, tanto las descompuestas como las codiciosas. Les faltaba ruedo.

Venían ambos de triunfar en otros cosos, pero ya se ha dicho que Madrid es distinto. Al público de Madrid, enterado y exigente, no le inclinan regionalismos, mientras el toro posee otra presencia y empuje. Los Ramón Sánchez de ayer, sin ir más lejos, rara vez se ven en Sevilla o en Valencia. Y no es que fueran grandes; por el contrario, estaban en el tipo característico de su divisa, que es de recortada lámina. Pero limpios de pitón y pata, por dentro llevaban dinamita.

Les pegaron de firme y los picadores recurrían a echarles el caballo encima, a hacerles la carioca y sacarles así hasta los medios, metiendo caña. Por esta antirreglamentaria forma de proceder, hubo disgustos y pescozones, que en el quinto de la tarde se hicieron colectivos por los tendidos de sol.

Un par de almohadillas había sido arrojado contra el picador que transgredió la norma y este desaforado proceder desencadenó el alboroto. El inalienable derecho del público a ejercitar su contraste de pareceres acerca de la licitud del acto produjo frenético voltear de brazos, dedos acusadores por millares, movimientos de masas, guardias arriba y abajo, agitación, palabras gruesas, gritos, paraguazo a uno que se propasaba con la vecina, aprovechando la marca.

Entretanto, como Espartaco perdía los papeles en su intento de esquivar al fiero toro, y con ellos la muleta, el resto de la plaza le abroncaba. Por sobre los tejadillos del coso emergía el rugido del volcán, que tenía sobrecogida a la barriada de Las Ventas del Espíritu Santo. En la Concepción creían que había estallado la guerra.

Espartaco le había pegado vulgares derechazos abusando del pico a su otro toro, de condición manejable. El Soro, en su lote, suplió con un triste pendular de franela, materialmente metido entre las astas, el toreo que no domina. Es evidente que aún no está cuajado para Madrid, aunque la voluntad de agradar es virtud que nadie podría poner en duda.

Carreras, angustias y suspiros acongojaban a las cuadrillas durante la suerte de varas del último toro, cuando intervino Esplá para poner orden allí. Su autoridad y escuela resultó eficaz entonces y a lo largo de toda la corrida, y eso es precisamente lo que necesitaban los toros de Ramón Sánchez, chiquitos pero matones, difíciles y emocionantes. Con estos toros nos gustaría ver a algunos que, sin haberlos catado, se muellen en las algodonosas nubes albas del olimpo taurino; y no es por señalar.

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