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Los premios del certamen cinematográfico de Cannes

El espíritu conservador de la industria del cine

El cine no puede morir. Y por cine no se entiende sólo la creación y exhibición de películas sino el mantenimiento del mito que acerca el cine a las estrellas. Junto al trabajo diario, duro, bastante duro, en Cannes se sostiene la reliquia de la lejana fantasía de Hollywood. La visita de actores famosos, la organización de fiestas que sólo los periodistas del corazón pueden atender realmente, los trajes, las banderolas, la playa, son los elementos que alejan al Festival de Cannes del espíritu monacal de un convento.La combinación de todos los aspectos que el cine ofrece ha permitido que el Festival de Cannes, por encima de cualquier otro, sea el punto de reunión anual más trascendente del cine. Los ojos de cuantos negocian con la imagen, y de buena parte de quienes la consumen, quedan pendientes del transcurso del festival y, como no, de las incidencias que puedan surgir a lo largo de los días.

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La simple exhibición de una película la convierte en privilegiada, y en un síntoma de interés. Un premio puede situarla en una exigencia de exhibición. Luego, claro está, cada una de ellas vivirá su propia suerte, porque también una unánime condena de Cannes puede cortar la vida de cualquier película por muy interesante que pueda parecer.

Este año, por ejemplo, La lune dans le caniveau, de Jean Jacques Beineix, ha logrado aunar tantas protestas que hasta su actor principal, el francés Gerard Depardieu, declaró públicamente el espanto que le había producido trabajar en ella, siendo matizado en parte por las opiniones de la alemana Nastassia Kinski y de la española Victoria Abril, sus compañeras de reparto. Puede haber quedado sentenciada.

Unas polémicas en Cannes, proyectadas a la Prensa, tienen una capacidad de comunicación muy superior a las de las informaciones cinematográficas habituales. Las películas suben y bajan puntos en función de aquéllas.

El filme de Robert Bresson, El dinero, avalado por el ministro de Cultura francés, Jack Lang, hasta incluir la presencia de su hija en un importante papel, ha vivido este año las más intensas discusiones, bastante politizadas, en la Prensa francesa, jugándose incluso Robert Bresson la facilidad de su futura carrera.

Los organizadores del Festival de Cannes programan con habilidad la reunión de cada año, combinando en las películas intereses económicos y culturales para no dejar de ser la mejor tribuna cinematográfica del mundo. Su espíritu es, sin embargo, conservador como el de la propia industria del cine. Tan a regañadientes como ella van aceptando las reformas que proponen los cineastas. Si no pueden olvidarlas, esperan al menos a que sean auspiciadas por famosos indiscutibles.

La experiencia de la Quincena de Realizadores

Cannes abrió hace 15 años una sesión paralela, Quincena de Realizadores -en la que este año tuvo un gran éxito Manuel Gutiérrez Aragón con Demonios en el jardin- para ir tanteando el genio, la serennidad de los nuevos autores. Se cubrieron así todos los requisitos, sin dejar por ello que éstos dejaran de ampliarse, de corregirse, de adaptarse a los tiempos.

Este año, la Quincena, situada por vez primera en el viejo palacio, antes recinto sagrado, ha sufrido una transformación significativa. La amplitud de las salas ha encorbatado a sus gestores, sofisticando su ceremonia: sus películas no distan ya mucho de las de la sección oficial.

Quizá ello no sea producto de aburguesarniento alguno en la Quincena, sino resultado de la proximidad estética entre autores consagrados y primerizos. La crisis creativa es común a todos y las ofertas de cambio son escasas en ambas muestras.

Palacio de negocios

El festival propiamente dicho también ha cambiado de local, inaugurando un nuevo palacio, más alejado, hermético, bunkeriano, sin comodidades, que cierra las puertas a la fiesta para concentrarse en el negocio. Toda la ciudad de Cannes ha sufrido ese traslado como suyo propio, acercando al palacio su vida social, pero ha llegado tarde.

El festival ha vívido con un cierto aislamiento, que sin duda será menor en próximos años, pero, inquietante por sí mismo, también significa que ese cine de independientes y concursantes ha perdido en su unidad el contacto con la gente.

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