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Tribuna:Debate sobre la ley de Reforma Universitaria
Tribuna
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Mitos y errores históricos sobre la Universidad

La Universidad española está en una encrucijada. Pero no es eso lo peor, sino que lleva tantos años en ella que ya no lo advierte casi nadie, nadie le da importancia y todos parecen considerar la encrucijada como la situación normal. Esa indiferencia es trágica, porque en el mundo de hoy la independencia real política y económica (aparte los valores intelectuales y culturales) exigen altos niveles de capital humano, es decir, de personal altamente formado para la docencia y la investigación. Esta es la función de un sistema universitario. La Universidad española apenas cumple esta función: esta es la encrucijada.Durante los años sesenta se derivó de la Universidad fascista, autoritaria, uniformada e intelectualmente anquilosada, a la Universidad tercermundista, rebelde, abigarrada, multitudinaria e intelectualmente indigente. Entre estos dos polos igualmente lamentables (aunque nos caiga más simpático el segundo) debemos negarnos a escoger. Tras la modernización económica y la modernización política, necesitamos la modernización universitaria.

Es evidente que hay muchos obstáculos a la modernización de la Universidad, como demuestran los fracasos de las sucesivas LAU. Los obstáculos provienen de ciertos grupos de intereses dentro de la propia Universidad, que se representan a veces como antagónicos, pero qué en realidad están coaligados en torno a un interés común: el mantenimiento del statu quo, de una situación en que la norma es el pacto mutuo entre profesores que no enseñan y estudiantes que no estudian, con el resultado de que quien quiera recibir una educación de cierta calidad en casi cualquier rama del saber científico debe irse a estudiar fuera.

Esta es la situación que defienden tanto los profesores numerarios que no quieren ley de incompatibilidad, como los no numerarios que piden convertirse en numerarios de tapadillo, por contrato laboral. El mito del catedrático omnisciente está totalmente desprestigiado. Pero el multi-mito del profesor por contrato laboral que está en contra de la jerarquización universitaria y que a trabajo igual exige salario igual, sigue circulando en defensa de la Universidad actual y en contra de cualquier reforma seria (véase artículo de Valeriano Bozal en EL PAÍS del 14 de mayo de 1983). A mi juicio, estos mitos no resisten un somero examen.

Es un mito y un grave error afirmar que la jerarquización universitaria sea un mal en abstracto. Lo será indudablemente cuando esté basada en criterios no académicos: poder político, riqueza. Pero es lógica y se producirá espontáneamente en una verdadera y efectiva Universidad. No se trata de que los más sabios detenten siempre los puestos académicos. Pero sí de garantizar que sean personas de una cierta permanencia en la vida académica y una cierta obra docente y científica. Esta figura coincide a grandes rasgos con lo ,que debe ser un catedrático en la Universidad española o un profesor en las universidades anglosajonas o germánicas, y parece lógico que a ellos se les reserve, como en esas universidades, los puestos demás alta responsabilidad, académica.

Por supuesto, las universidades deben ser democráticas, en el sentido de estar al servicio de la comunidad y responder a sus necesidades; pero eso no significa que deban ser igualitarias en el sentido de basarse en el principio de que un profesor es igual que otro (en materia académica, se entiende), y que sus trabajos son equivalentes. Según eso, el trabajo de cualquier físico valdría lo mismo que el de Einstein, y tanto daría escuchar una clase de Severo Ochoa que la de otro bioquímico cualquiera. No hace falta pensar mucho para comprender el sofisma del llamado trabajo igual: es el principio de to er mundo e güeno, aplicado a la enseñanza superior.

Por lo mismo, es inaceptable la figura del profesor por contrato como base de los claustros universitarios. En los mejores sistemas del mundo (me refiero al Reino Unido, Estados Unidos, Francia o Alemania, por ejemplo) los profesores de Universidad son seleccionados por cooptación, esto es, designados por una comisión compuesta por miembros de una escala jerárquica superior. Este sistema, como el sufragio universal en política, puede producir situaciones absurdas e injustas; pero es el menos malo y el más lógico.

Lo rechazable de las oposiciones españolas tradicionales no es la cooptación, sino lo solemnemente tosco, costoso e ineficiente del sistema. El presente proyecto de ley de Reforma Universitaria lo simplifica y lo convierte en algo similar al sistema de entrevista y conferencia que utilizan las universidades norteamericanas para seleccionar profesores.

Ya veremos qué resultado dan este método de selección y la LRU en conjunto: la principal incertidumbre no reside en los mecanismos, sino en quiénes han de administrarlos. Muchos somos los que dudamos de la capacidad, seriedad y, por qué no decirlo, honestidad de los cuerpos docentes universitarios como colectivo; y más de uno (véase reciente artículo de Jordi Nadal en La Vanguardia) los que abogaríamos por una revisión general de todos esos cuerpos. Pero pretender abolir los sistemas de selección del profesorado y afirmar que en una Universidad como la española actual todo aquel que da clase está capacitado para darla y, por tanto, debe consolidarse en su puesto, constituye un rosario de sofismas que nadie puede defender seriamente.

Gabriel Tortella es catedrático de Historia Económica de la universidad de Alcalá de Henares.

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