'El alcalde de Zalamea': Calderón no era culpable
El cine español estaba a punto de producir un estornudo llamado Bienvenido Mr. Marshall y ya había tenido algunos ataques de hipo provocados por Berlanga y Fernán Gómez, pero, básicamente, en los primeros cincuenta el pareado de la producción nacional estaba formado por el amor y el honor.El amor desesperado de Juana la Loca, épico de alaridos y en cuadernado en cartonné, o de la Leona de Castilla, despiste a lo comunero en la formación de una nación. El honor siguiendo la tradición de Honra sin barcos, Agustina de Aragón y Los últimos de Filipinas. Eran tiempos en los que la producción española, que recibía todas las subvenciones y las categorías A de exhibición privilegiada, se volcaba en la búsqueda de esencias como si fuera una fábrica de perfumes.
El cine oficial de la época tenía algo de realismo socialista, con ningún realismo y menos socialismo, y así era inevitable que le tocara la china a Calderón de la Barca que, probablemente sin saberlo, había escrito hacía algunos siglos una obra que no sólo era española, sino racialmente española.
El galán español por antonomasia
Con tan buenos auspicios se fraguó en 1953 El alcalde de Zalamea, rodada en escenarios tan naturales que, prácticamente, los responsables no tuvieron más que irse al pueblo de Castilla más próximo y filmar lo que había quedado del siglo XVII, que parece que era incluso demasiado.Y como lo que más se parece a la realidad es la imitación, está claro que lo que allí se perpetró no era precisamente Barry Lyndon.
Alfredo Mayo era el galán español por antonomasia, que igual servía para Pedro Crespo que para capitán de los Tercios. Y las películas, más para inauguraciones solemnes, como si fueran pantanos, que para que el público se molestara en ir a verlas.
El alcalde de Zalamea se emite dentro de La clave, en la segunda cadena.
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