La seguridad del reino está en manos de Estados Unidos
La actual Administración Reagan, como la anterior de Jimmy Carter, sospechaban que, en el fondo, la monarquía wahabita no deseaba la creación de un Estado palestino independiente, que sería, inevitablemente, un foco revolucionario en la región, y que su miedo al comunismo superaba con creces su hostilidad a Israel y le convertía en un aliado casi incondicional de Estados Unidos. El reino saudí podía, con sus inmensos recursos financieros, contribuir eficazmente a decidir a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a delegar en Jordania para que este país aceptase participar en una negociación de paz en torno al famoso plan de paz estadounidense.Ahora que las conversaciones jordano-palestinas han virtualmente fracasado, las presiones norteamericanas tratan más bien de esforzarse por convencer a los reyes Fahd bin Abdel Aziz, de Arabia Saudí, y Hussein de Jordania para que priven a la OLP de su flamante título de único y legítimo representante del pueblo palestino y sigan adelante, junto con algunos palestinos supuestamente moderados, por el camino que conduce a la negociación.
Como ya lo hizo Carter cuando creyó, en 1979, que Arabia Saudí acabaría suscribiendo los acuerdos de paz de Camp David entre Egipto e Israel, Reagan ha olvidado ahora la regla fundamental de la política exterior saudí: fomentar el consenso árabe, nunca apoyar iniciativas aisladas que susciten divergencias. "Los saudíes son forjadores de consenso, no sembradores de zizaña interárabe", comenta un diplomático europeo acreditado en Riad.
Independientemente de lo que piense en el fondo la cúpula saudí sobre la oportunidad de hacer concesiones a Estados Unidos, su actuación nunca se desviará del, consenso árabe, que, por ahora, se cristaliza en el plan de Fez, versión ligeramente modificada del plan de paz de Fahd, adoptado en septiembre en la ciudad santa marroquí y que prevé el reconocimiento de Israel, siempre y cuando haya sido fundado antes un Estado palestino en los territorios ocupados por el ejército israelí.
El rey Fahd no se saldrá de este marco, hábilmente impuesto por él mismo a los regímenes árabes radicales, pero tampoco quiere que lo hagan los países moderados, como Jordania y, aun arriesgándose a contradecir la política norteamericana, así se lo ha hecho saber a Hussein, aconsejándole que no se convierta en un segundo Anuar el Sadat. No en valde el ministro saudí de Exteriores, el príncipe Saud al Feisal, viajó a Amman justo antes de que fuese allí a negociar por última vez el líder palestino Yasir Arafat.
Actitud inflexible
Ni siquiera en un asunto de menor trascendencia, como el eventual inicio de una negociación global sobre el conflicto de Oriente Próximo como las conversaciones entre Beirut y Tel Aviv sobre la retirada israelí del sur de Líbano y las futuras relaciones entre ambos países, la monarquía wahabita ha adoptado una actitud más conciliadora. Lejos de alentar al presidente libanés, Amin Gemayel, a flexibilizar su postura en la negociación, Riad aboga p9r una actitud intransigente, al tiempo que se muestra reticente a donar dinero para la reconstrucción del país, destruido por la invasión israelí, antes de que el último soldado hebreo haya abandonado el territorio libanés. Mientras, el reino saudí boicotea gran número de productos exportados por Líbano, porque sospecha que sean, en realidad, israelíes, pero presentados como libaneses tras un breve tránsito por el país de los cedros.
En realidad, la aparente dureza de la monarquía saudí se explica en parte por su propio, sentimiento de vulnerabilidad, que le impide tomar iniciativas mínimamente atrevidas, para cuya defensa debería asumir un protagonismo arriesgado, que daría acaso pie a sus vecinos para criticarla abiertamente. Los saudíes prefieren obrar entre. bastidores, solucionando los problemas repartiendo generosamente dinero entre sus amigos, y hasta entre sus. enemigos potenciales, que son muchos.
La disminución en cerca de un 50% de los ingresos petroleros de Arabia Saudí (ver EL PAIS del 15 de abril de 1983) ha dado al traste con esta política de magnanimidad. Por primera vez en 10 años el Gobierno de Riad se ha visto incluso obligado a presentar un presupuesto deficitario en 10.500 millones de dólares (1,4 billones de pesetas), que será cubierto echando mano de las reservas monetarias saudíes, evaluadas en 150.000 millones de dólares (20,4 billones de pesetas).
"Arabia Saudí tiene el sentimiento de ser un país cercado" es una frase que repiten los embajadores occidentales acreditados en. Yedah, en contacto frecuente con los responsables saudíes. Al sur y suroeste, Yemen del Sur y Etiopía son, en opinión de los gobernantes de Riad, bastiones soviéticos, mientras el propio Yemen del Norte mejora excesivamente a su gusto sus relaciones con su vecino meridional.
Al este y noreste, Afganistán es también otra plaza fuerte comunista -Riad rompió relaciones con Kabul tras el golpe de Estado prosoviético de diciembre de 1979, a pesar de que Washington las siga manteniendo- y la guerra irako-iraní evoluciona peligrosamente a favor de Irán, cuyos intentos por exportar su extremismo religioso también constituyen una amenaza para la corona wahabita.
Por último, al norte, Israel, aliado de Estados Unidos, pero enemigo de, los árabes, se sigue permitiendo con frecuencia, según una fuente solvente, violar el espacio aéreo saudí para efectuar vuelos de reconocimiento sobre la parte septentrional del reino y, especialmente, la gran base aérea de Tabuk.
Cooperación militar
Frente a estos países, que sospechan malintencionados, las autoridades del primer país exportador de petroleo del mundo son conscientes de la debilidad de su ejército y saben que su única protección ante una eventual agresión extranjera es Estados Unidos, a pesar de que en otras circunstancias, como en el Irán de 1978-1979, la primera potencia del mundo occidental haya abandonado a sus aliados. "Claro, que se trataba de una revuelta interna y no de una agresión externa", recalca, autotranquilizándose, un funcionario del Ministeriode Información saudí.
La cooperación militar norteamericano-saudí salta a la vista, incluso para el más profano. En el aeropuerto internacional de Riad numerosos aviones de transporte de la US Air Force estacionan permanentemente delante de los hangares, y en los pasillos del Ministerio de Defensa, prácticamente vetados para el periodista de paso, se habla más inglés que árabe.
Iniciada a principios de los años cuarenta la cooperación castrense con Washington, ha ido en auge, hasta el punto que cerca de 12.000 norteamericanos asesores e instructores, enviados por el Pentágono, o simplemente civiles vinculados con empresas encargadas de la ejecución de importantes contratos militares residen permanentemente en el reino saudí. A estos norteamericanos hay que añadir varios centenares de ciudadanos de diversas nacionalidades, entre los que destacan franceses, británicos y paquistaníes, aunque la noticia del estacionamiento en el noroeste del país de una brigada del' ejército de Pakistán haya sido reiteradamente desmentida por el Ministerio de Defensa.
La depedencia militar saudí del exterior queda puesta de relieve por una simple proporción: hay un extranjero relacionado con la ayuda militar a Arabia Saudí por cada seis hombres del ejército y de las fuerzas de seguridad. En ningún otro país del mundo se da esta elevada proporción, como tampoco en ningún otro país del mundo alcanza tales niveles el gasto militar per cápita.
En menos de una década el reino saudí se ha gastado, para sus 67.000 hombres -35.000 en el ejército, 25.000 en la Guardia Nacional y cerca de 7.000 en las fuerzas de seguridad-, más de100.000 millones de dólares (13,6 billones de pesetas), lo que le coloca en cabeza de los clientes de armas de Estados Unidos con, sólo en 1982, una cifra de exportaciones, incluidas las construcciones militares, por valor de 7.400 millones de dólares (10 billones de pesetas). El presupuesto de Defensa para el próximo ejercicio, reducido en 4.400 millones de dólares, se sitúa, no obstante, en 22.800 millones de dólares (3,1 billones de pesetas).
Carrera de armas
Ante la enumeración de estas impresionantes cifras, los agregados militares occidentales acreditados en Yedah suelen hacer dos importaciones matizaciones. La primera consiste en recalcar que parte del presupuesto militar está dedicado a construir alojamientos y locales de recreo para que oficiales y soldados gocen de todo tipo. de facilidades, porque ésta es la única forma de atraer a los saudíes a la carrera de las armas. En Arabia Saudí no existe el servicio militar obligatorio, y el ejército tiene serios problemas de reclutamiento.
Además, señalan las mismas fuentes, el alto nivel tecnológico del armamento de las fuerzas armadas saudíes no guarda relación con el de preparación de sus hombres -especialmente el de la Guardia Nacional cuyo reclutamiento sigue siendo tribal-, muy inferior aún al de los ejércitos europeos y, por supuesto, al israelí.
Alemania, ausente
El único gran exportador occidental de armas que brilla por su ausencia en Arabia Saudí es Alemania Federal. Por consideración con el pueblo judío, Bonn se resistió, en 1981, a vender a Riad aviones Tomado o carros de combate del modelo Leopard 2. La Administración Reagan no tiene estos reparos, porque considera, sin duda, que todo el material militar suministrado al reino saudí está más orientado contra aquellos que podrían amenazar sus intereses en la zona que contra su otro gran aliado regional, Israel.
Por eso el presidente estadounidense libró una férrea lucha para conseguir que el Congreso diese su luz verde a la venta a Arabia Saudí de cinco aviones sofisticados aviones-radar AWACS (Advance Warning Airborne Control System) -que no posee ningún otro país de la OTAN- y se dispone ahora a librar una batalla de menores proporciones para conseguir la autorización de suministrarle el nuevo carro de combate norteamericano M-1 Abrams.
El Gobierno saudí se doblegó, para poder adquirir los AWACS, a las estrictas condiciones norteamericanas, que, básicamente, prohiben su utilización fuera del espacio aéreo nacional, y prevén compartir con Washington la información recogida por unos aparatos que sólo serán operacionales dentro de dos años y que tardarán una década más en quedar totalmente en manos saudíes.
Aun así y todo, resultaba difícil creer que Reagan hizo tales esfuerzos con el único objetivo de satisfacer a un aliado y permitir a la industria aeronáutica norteamericana ingresar 8.500 millones de dólares (11,5 billones de pesetas). Hubo que esperar que transcurriese un mes después de la decisión del Congreso para que, en noviembre de 1981, la publicación por el Washington Post de un documento del Pentágono diese todo su sígnificado a ese trato como primer eslabón de un ambicioso plan norteamericano para la defensa del Golfo, que estaría ultimado en 1990.
El Golfo, o por lo menos los países moderados fronterizos de Arabia Saudí, no habían esperado a esto para concertarse- con vistas a organizar colectivamente su defensa. Creado en febrero de 1981 con claros objetivos defensivos, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) sólo ha llegado hasta ahora a ponerse de acuerdo sobre la disminución recíproca de las tarifas aduaneras, porque sobre los temas militares las discrepancias sobre la concesión de facilidades para la Fuerza de Despliegue Rápido norteamericana y su eventual instalación en algunos países dé la región enfrentan desde hace dos años a Kuwait, el más reticente, y Omán, el más decidido partidario de la presencia de militares estadounidenses.
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