Abelardo Moralejo, un estudioso del lenguaje de la antigüedad
Cuando Abelardo Moralejo, un joven castellano de 29 años, llegó en 1927 como catedrático de Latín a la universidad de Santiago de Compostela, probablemente no pensaba que se iba a convertir en un gallego más, asentándose allí casi 60 años, y realizando una labor extensa y muy fecunda.Casado poco más tarde con una dama gallega, se vinculó definitivamente a la facultad de Letras, que durante muchos años fue él sólo, como elemento permanente, y unos catedráticos que entraban y salían en una rotación vertiginosa. Moralejo allí era decano, enseñaba latín, griego y árabe, porque procedía de las últimas promociones de la antigua sección de Letras en la que las lenguas semíticas se cursaban al lado de las clásicas. Había estudiado en Salamanca y en Madrid con Unamuno, Menéndez Pidal y Castro. Estuvo en el Centro de Estudios Históricos. Trabajó mucho, aunque publicara relativamente poco en proporción a lo mucho que había investigado. Era un sabio, que leía casi todas las lenguas europeas y algunas semíticas.
Con los escasos medios bibliográficos modernos de una universidad de provincias de los años veinte al sesenta, Moralejo, entre viajes a Madrid y a otras bibliotecas, compuso una historia de la literatura arcaica latina, seria y compendiosa, que aún hoy es útil estudiar para el alumno o aprendiz de profesor que logre encontrar un ejemplar. Era un lingüista de filiación histórico-comparativa y se mantuvo fiel a este amor de juventud, sin desconocer las innovaciones posteriores.
Tenía ya casi 70 años cuando tradujo del alemán las 500 páginas de El mundo maravilloso del lenguaje, de W. Porzig, que es un libro con el que se hubo de sentir muy a gusto. Porque el profesor alemán y el español eran, al fin y al cabo, dos discípulos póstumos del Guillermo de Humboldt, el fundador de la universidad de Berlín, ministro de Prusia y muerto más de un siglo antes, que también era un comparativista, pero que sobre todo pensaba que las lenguas tienen una forma interna que las diferencia entre ellas y que impide que se conviertan en una mera cosa. Pocas veces se puede decir de un libro que es mejor en su versión traducida que en la original. Pues eso ocurre con las no muy numerosas pero perfectas traducciones del profesor Moralejo. El libro primitivo se universaliza con las sobrias notas, ejemplos y explicaciones del traductor.
Moralejo trabajó también la toponimia romana, la hispano-romana y la galaico-romana, con gran número de artículos, breves notas, y otros trabajos publicitarios en revistas regionales y nacionales. Acertó a manejar simultáneamente los itinerarios romanos y los posteriores -desde la Edad Media-, obteniendo notables precisiones en la localización de las antiguas vías romanas de Galicia y de todo el noroeste peninsular, así como de las estaciones que jalonaban sus trazados.
Era, según la tan traída y repetida frase del poeta, un hombre bueno y un infatigable conversador. Los filólogos y lingüistas del mundo clásico esperamos que alguno de sus hijos que pertenecen a nuestro gremio -Juan, catedrático de Griego en la universidad de Santiago, o José Luis, catedrático también de Filología Latina en la de Oviedo- se pongan a ultimar lo que el ilustre filólogo y lingüista dejó esbozado y a escribir las memorias de más de 60 años de estas disciplinas en España, que ellos le oyeron narrar de palabra innumerables veces.
Antonio Fontán catedrático de Filología Latina en la universidad Complutense, es presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
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