Christa Leem, en el Molino Rojo
Un strip tease tiene mucho para desconcertar a un crítico que tiene por dentro viejas resonancias -y sostenidas- masculinas. Se neutraliza la observación de lo dramático: cuesta más trabajo soterrar algunos oscuros instintos. Christa Leein -quien, con el ventrílocuo Selvin y el mago Ballesteros, da el toque de music hall al Festival de Teatro de Madrid- lleva un tiempo siendo la musa de lo que se llamó gauche divine en una gran época intelectual de Barcelona. Sin duda yo tengo una sensibilidad distinta, y aparte de una posible crítica anatómica -unos centímetros menos de cintura, alguna densidad mayor en los breves senos, quizá unas sesiones de baño turco- que no respondería más que a unos criterios de gusto, pienso a cierta forma de brutalidad germánica que hay en sus números -valientes, bravos- tal vez resulta dura para quien se ha educado en la contemplación del Crazy Horse.Entra en el desconcierto verla alternar sus números violentos asexuados con los cuplés que canta su madre. Comprendo ahora que siempre he tenido la sensación de que estas grandes artistas no han tenido nunca madre ni padre: como si hubieran nacido ya mayorcitas. Cuánta aberración... Ver en el escenario esta alternación madre-hija me produce la sensación de una metamorfosis más que un doble espectáculo.
Veo que en vez de crítica sobre Christa hago casi un autoanálisis. No me gusta -no me gusto- nada. No fue lo mismo con el público -muy especial- asistente. Supongo que ellos han realizado mejor su catarsis que yo.
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